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10/08/2009 | La fe cristiana, alma de la cultura occidental (Quinta parte)

Norberto Rivera Carrera

Doceava carta:Es una cultura que sana y santifica el mundo mediante los sacramentos, las festividades religiosas que ponen a Dios en el centro y sustituyen a las antiguas celebraciones míticas paganas que algunos hoy parecen querer restaurar. Es una cultura que impone unas obligaciones a los gobernantes, como se ve en los llamados “espejos de príncipes” donde se presentaban los límites del gobierno de los príncipes cristianos y sus obligaciones ante Dios y ante los hombres.

 

El cristianismo entregó una ética a Occidente que ha dado como último fruto la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada y proclamada por la 183 Asamblea General de la ONU, el 10 de diciembre de 1948, una ética universal, basada en la naturaleza humana que compartimos todos los hombres y mujeres, anterior a cualquier poder, a cualquier cultura, a cualquier Estado y a cualquier sociedad. Sus 30 artículos y sus considerandos previos recogen toda la tradición cristiana del humanismo medieval y la incorporación de la reflexión ilustrada sobre la condición del ciudadano. Es una ética que nace del diálogo del cristianismo con la tradición grecolatina y mantiene como criterio central la dignidad del ser humano.

El cristianismo no aniquiló las culturas anteriores, sino que las enriqueció con un contenido nuevo. El cristianismo fue como el cemento que unió en Occidente la herencia greco-romana, la contribución germánica y formas culturales procedentes de civilizaciones extraeuropeas: pero, también, durante mucho tiempo persistieron en Europa formas culturales que, o bien nunca fueron revestidas del espíritu cristiano o bien lo perdieron con el tiempo, incluso algunas nos han llegado hasta hoy. Se pueden citar como ejemplos la sociedad feudal o, actualmente, el derecho individualista. Después de la Edad Media aparece una literatura nueva, secularizada, que rompe con la tradición cristiana y, de igual modo, la literatura trágica del siglo XX busca reinventar las bases de la sociedad desde la angustia existencialista con los viejos mitos clásicos como Prometeo, Sísifo o Narciso.

Por ello, para entender a Occidente, hay que distinguir entre el alma de la cultura y la forma, entre lo condicionado por los tiempos y lo imperecedero, entre los elementos cristianos y los extracristianos, entre formación cristiana y transformación anticristiana. Recientemente, no son pocos los autores que han intentado cribar esos elementos. Se puede citar, por ejemplo, entre ellos, a Thomas E. Woods Jr., y su obra: Cómo la iglesia construyó la civilización occidental, o a Christopher Dawson, con La religión y el origen de la cultura occidental, o César Vidal, y El legado del cristianismo en la cultura occidental.

En resumidas cuentas, Occidente surgió de la cultura greco-romana, de su filosofía, de su sentido de la justicia y de su pensamiento político; y luego, con el tiempo, asimiló la aportación de los pueblos nuevos que llegaron a Europa, en especial los germánicos. Pero el alma que dio vida a esta amalgama de pueblos de tan diversos orígenes, con elementos tan contrapuestos (basta comparar el derecho romano y el germánico) fue la fe cristiana. A ella le tocó el papel de desarrollar las energías espirituales de estos hombres y mujeres orientándolos a la reflexión, aclarando y ordenando el saber acerca del mundo, coordinándolo en la armónica estructura del orden divino y en la confianza de la victoria del bien sobre el mal que nos había logrado Jesucristo.

Excelsior (Mexico)

 


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