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30/12/2007 | Colombia – Betancourt:La fantasmal cautiva de la selva

Alejandra de Vengoechea

Eso le pasa por imprudente, por meterse donde nadie se lo pidió, por creerse intocable». Eso era lo que opinaban los colombianos en febrero de 2002, cuando las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la primera guerrilla del país con al menos 15.000 hombres, secuestraron a la entonces candidata presidencial Ingrid Betancourt.

 

No la querían. Y eso se reflejaba en las encuestas electorales de entonces, cuando punteaba el hoy presidente Álvaro Uribe Vélez, reelecto hasta el 2010. Un 0,2 por ciento de los colombianos iba a votar por Ingrid, una mujer carismática e inteligente que solía hablar de manera arremangada y sin pelos en la lengua pero que, a juicio de la mayoría, representaba más ruido que nueces y no conocía las verdaderas necesidades de un país en el que el 60 por ciento de la población está por debajo del umbral de la pobreza.

Ingrid había nacido en cuna de oro un 25 de diciembre de 1961, siendo la segunda hija de una reina de belleza y de un distinguido ex ministro. Tras graduarse en el Liceo Francés de Bogotá, la capital colombiana, viajó a París -donde su padre trabajaba como diplomático en la UNESCO- para matricularse en el Instituto de Estudios Políticos. Almorzaba en casa con personajes como los premios Nobel Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Miguel Ángel Asturias, y el pintor y escultor colombiano Fernando Botero. En «Rabia en el corazón», unas memorias que fueron un best seller en Francia en 1996, Ingrid lo deja claro. Neruda la trataba como una hija. Incluso le escribió en un libro la siguiente dedicatoria: «Ingrid, te dejo una flor. Tu tío, Pablo Neruda».

Por eso aquel día de febrero, cuando Betancourt apareció en las pantallas de televisión insistiendo que viajaría a San Vicente del Caguán, un caluroso pueblo del sur que acababa de ser retomado por el Ejército, la opinión generalizada es que la candidata presidencial recurría a otra de sus muy mediatizadas formas de hacer política para ganar puntos.

Durante cuatro años, un territorio de igual tamaño que Suiza había estado desmilitarizado y en poder de las FARC para negociar la paz. Los diálogos fracasaron estrepitosamente tras descubrirse que las FARC habían utilizado la zona para comerciar con coca, esconder secuestrados, matar, extorsionar. El presidente de entonces, Andrés Pastrana (1998- 2002), había ordenado a sus tropas retomar el territorio a sangre y fuego. En esas circunstancias, Ingrid entró a la selva «para apoyar a la gente».

Desoyó las advertencias

«Le advertimos que kilómetros más adelante están los retenes de la guerrilla», le dijeron las autoridades a Ingrid cuando la vieron avanzar en una camioneta con su candidata a la vicepresidencia, la abogada Clara Rojas, que al cierre de este suplemento estaba próxima a ser liberada con su hijo Emmanuel, de tres años, fruto de una relación con un rebelde. «Seguimos», dijo Ingrid, según relató un periodista francés que estaba con ella y que la guerrilla dejó libre.

Desde entonces, Ingrid es una de la 45 canjeables, como se conoce el grupo de personalidades -entre ellos tres militares estadounidenses, varios políticos y decenas de policías- que las FARC quieren intercambiar por al menos 500 guerrilleros presos.

Pese a que Ingrid levantaba tantas opiniones encontradas, lo cierto es que gracias a sus buenas relaciones con el poder el mundo se enteró del drama del secuestro en Colombia, un tema que empezó en 1933 cuando fue plagiada la hija de un industrial colombiano. Por eso lo que antes era agravio, hoy es desagravio.

Ingrid fue, desde siempre, una mujer que no pasó desapercibida. En París conoció a su primer marido, el diplomático francés Fabrice Delloye -padre de sus dos hijos, Melanie y Lorenzo- con quien se casó en 1981 y se separó en 1990. Tras ese matrimonio, Ingrid obtuvo la nacionalidad francesa que le ha ayudado tanto en esta cruzada por su liberación, pues ha involucrado al presidente Nicolas Sarkozy.

En 1989 regresó a Colombia, donde trabajó como asesora de los ministerios de Hacienda y de Comercio Exterior durante la Administración de César Gaviria (1990-1994). Luego saltó al Congreso agitando la bandera de la anticorrupción. Desde el principio usó un lenguaje directo, irreverente, denunciando la corrupción de las grandes figuras políticas del país. Ingrid, que en 1996 contrajo segundas nupcias con el publicista Juan Carlos Lecompte -que estos días le celebró su 46 cumpleaños lanzando desde una avioneta a la selva miles de fotos de sus hijos-, tenía una forma muy simbólica de hacer política: en una ocasión repartió condones en las calles, argumentando que «la corrupción es el sida de la política en Colombia», y viagra para «parar a los corruptos». Denunció con ahínco e incluso huelgas de hambre los vínculos entre políticos y narcotraficantes, lo que implicó amenazas de muerte y el posterior envío de sus hijos a Francia, donde hoy viven con su padre.

Sus combativas actuaciones en el legislativo dieron sus frutos: para las elecciones al Senado de 1998, Betancourt obtuvo la más alta votación (158.000 votos). Sin embargo renunció a su cargo para lanzarse a la presidencia, momento en el cual fue secuestrada.

Su secuestro ha sido el más mediático por la cantidad de personalidades que han metido baza. Jacques Thomet, quien fuera director de la Agencia France Presse (AFP) en Colombia, escribió en 2006 el reportaje «Ingrid Betancourt: ¿Historia del corazón o razón de Estado?», en el que cuenta cómo la familia Betancourt utilizó las relaciones sentimentales que Ingrid tuvo en la universidad con su profesor, el hoy ex primer ministro galo Dominique de Villepin, para lograr que un avión Hércules C-130 aterrizara el 9 de julio de 2003 en plena Amazonia brasileña para rescatar a la cautiva. Aunque la operación fracasó, Ingrid causaba resentimiento. ¿Por qué sólo se esfuerzan por ella y no por las casi 400 personas que están actualmente plagiadas en Colombia?

Ese sentimiento prevaleció hasta el 2 de diciembre pasado cuando, tras una mediación del presidente venezolano Hugo Chávez, rota abruptamente por su homólogo colombiano Álvaro Uribe, se logró obtener pruebas de vida de 17 canjeables, entre ellas Ingrid, de quien no se sabía nada desde el 2003. La imagen dio la vuelta al mundo. En un vídeo y en una carta de 12 páginas, Ingrid apareció flaca, muerta en vida, con el pelo hasta la cintura y un suspiro eterno que señalaba derrota. Sus palabras fueron lúcidas, inteligentes, viscerales. «La vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo. Vivo o sobrevivo en una hamaca tendida entre dos palos, cubierta con un mosquitero y con una carpa encima, que oficia de techo, con lo cual puedo pensar que tengo una casa. Tengo una repisa donde pongo mi equipo, es decir, el morral con la ropa y la Biblia que es mi único lujo. Todo listo para salir corriendo. Aquí nada es propio, nada dura, la incertidumbre y la precariedad son la única constante (...) Cada día me queda menos de mí misma».

Todos siguen llorando y leyendo una y otra vez la histórica carta en laque reflexiona de política, del amor, de la maternidad, de la vida. Lo triste de la historia es que mientras Clara Rojas y otros podrán ser liberados, lo que está claro es que tanta presión por Ingrid ha sido virtud y defecto. Provocó que el mundo conociera el drama del secuestro en Colombia. Pero también la volvió única: para las FARC, es la joya de la corona, la que les da margen de negociación política, la que obliga a mirarlas como guerrillas ideológicas. Por eso la soltarán la última o decidirán que muera en esa selva espesa. Vaya final.

ABC (España)

 


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