"Por más que lo intentemos, nunca podremos ser vistos como personas que nos movemos en lo legal. Siempre seremos estigmatizados como los herederos de los Rodríguez Orejuela, los jefes del cártel de Cali". En la entrevista que hace unos años les hizo la revista colombiana «Don Juan», la segunda generación de los capos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela sonó convincente.
Sus padres, poderosos narcos que manejaron el negocio de la coca en Colombia durante la década de los ochenta, habían aceptado ser extraditados a los Estados Unidos siempre y cuando a sus familias no les pasara nada.
Pero en una sorprendente operación liderada por el jefe de la Policía colombiana, el general Óscar Naranjo, fueron capturados hace un par de semanas Alexandra, Jaime, Humberto y Claudia, hijos de Gilberto Rodríguez. Junto con una sobrina, una hermana y un cuñado de los capos, 21 otras personas también fueron procesadas por el delito de lavado de activos. Según las autoridades, a través de una red de 75 testaferros, la segunda generación del clan logró ocultar bienes adquiridos con dinero ilícito, valorados en 30 millones de dólares.
El recuerdo de Pablo Escobar
Los colombianos, que en sus memorias habían enterrado décadas de narco-terrorismo lideradas por los cárteles de Medellín (con Pablo Escobar a la cabeza) y Cali, quedaron atónitos al ver que el cártel mantenía vivas sus prácticas. En octubre de 2006, 28 miembros del clan Rodríguez solicitaron, «por razones humanitarias», a los Estados Unidos conservar 48 bienes de su multimillonario imperio económico, valorados en 4.000 millones de dólares. La Fiscalía y el Departamento de Estado de los EE.UU. cumplieron el pacto, pero los herederos lo violaron de cabo a rabo.
Lujos y excesos
Lo que demostró toda esta telaraña es que el narcotráfico en Colombia, país que produce el 55%de la cocaína que se consume en el mundo, se atomiza de diferentes maneras, con cárteles incluidos. «Hoy, lo que hay son cientos de mini cárteles, una especie de corporación que engloba pequeñas organizaciones.
Muchas de ellas existen durante un corto tiempo: terminan cuando llega a buen puerto un cargamento en Europa o Estados Unidos. Son grupos pequeños, de alta movilidad y sin centro de operaciones fijo», ha explicado Naranjo en diferentes entrevistas sobre el nuevo «modus operandi» que adoptaron los narcos a finales de los noventa, cuando los lujos y los excesos los delataban.
La radiografía de cómo opera el negocio de la droga hoy día es compleja. Se trata de un negocio que tiene 144.000 hectáreas sembradas de cocaína y distribuido en cientos de mini cárteles con jefes que no parecen capos.
De bajo perfil, no mayores de 40 años, evasivos en cuanto a su actividad comercial, pero que aún les gusta mezclarse con la sociedad en discotecas, gimnasios y clubes. Subcontratan sicarios cuando lo requieren -el caso del asesinato en enero pasado del capo Leónidas Vargas en el hospital 12 de Octubre de Madrid es un claro ejemplo-, andan sin guardaespaldas y tienen sofisticadas formas de sacar la droga.
Según la agencia de la droga de EE.UU. (DEA), el 80% de los estupefacientes que se producen en Colombia se mueven por mar, el restante 20% se traslada por tierra o por aire.
Para la DEA, esto hace mucho más complicado ubicar e identificar los cargueros que están transportando droga por el mundo, porque la mercancía que se transporta legalmente, también en un 80%, se moviliza por mar. Además la nueva modalidad son los narcos a los Julio Verne: mini submarinos con capacidad para transportar hasta 15 toneladas de droga por rutas que pasan por Panamá -hacia México y Estados Unidos- pero también por las costas de Venezuela, Ecuador y Perú hacia Europa.