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09/03/2008 | Colombia - ''Tirofijo'': El patriarca pistolero

Alejandra de Vengoechea

Conocerlo era casi como entrar en contacto con un mito, con un personaje que ya forma parte de la historia, aunque ésta esté escrita a sangre y fuego.

 

Después de todo, Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda, alias «Tirofijo», ha sido un líder guerrillero que, durante más de 40 años, ha combatido a catorce gobiernos sin sufrir siquiera un rasguño. Hoy, a sus casi 80 años, sigue siendo el jefe supremo de las FARC. Y para muchos está claro que el inevitable derrumbe de la guerrilla comenzará el día en que Marulanda muera.

A Marulanda lo conocí un viernes 20 de abril de 2001. Esta corresponsal andaba infiltrada en el equipo negociador de paz del Gobierno. Quería contar cómo se negociaba con ese ejército irregular de más de 17.000 hombres que vive del secuestro, la extorsión, el asesinato y el narcotráfico. Así que viajé con el Comisionado para la Paz, Camilo Gómez, a la «zona de distensión», un territorio del tamaño de Suiza desmilitarizado por el ex presidente Pastrana (1998-2002).

Tras una hora de viaje en avión y varias más en todoterreno entre carreteras polvorientas flanqueadas por soberbios paisajes que pocos colombianos han conocido porque esta zona siempre ha estado en manos de la guerrilla, llegamos antes del almuerzo a un campamento en las selvas del sur. Había allí camionetas recién compradas, casas de madera y techos de zinc, cocina, televisión por cable, teléfonos satélite, computadoras... Fue el primer mito roto: la guerrilla tomaba whisky Chivas Reagal 12 años... y vivía bien.

Sandra, su compañera

Entonces los vi. Ella, Sandra, una mujer de poco más de 45 años, larga cabellera azabache, brazos fuertes y los ojos cansados del que duerme poco. Le lavaba los pies a Tirofijo, secándoselos con una toalla limpia, le cocinaba pollo a la parrilla, verduras guisadas y jugo de naranja fresco «porque tiene problemas de colesterol alto», me explicó.

Adusto, débil, con la cabeza gacha y de andar vacilante, «Tirofijo» dista del líder carismático tipo Che Guevara. No habló mucho aquel día. Se limitaba a escudriñar a su alrededor con su mirada aquilina. Al final de la reunión, se levantó de la mesa sin más. Con apenas un par de frases comunicó a sus comandantes la decisión tomada, y se fue a dormir la siesta. Parecía un campesino agotado.

Sandra lo seguía con devoción. Era fotógrafa, había ingresado en las FARC de niña, y tenía un hijo de 21 años al que no veía desde hacía diez. De los hijos de «Tirofijo» nadie sabe, ni siquiera ella. Le gustan las mujeres, sí, pero es fiel y tímido. Sandra nos explicó cómo era su jornada: se levantaba a las cuatro de la mañana, trabajaba la tierra, cavaba zanjas, caletas, cocinaba, limpiaba, lavaba los todoterreno de los jefes, cargaba bultos de leña y a veces iba al combate. Pero era la esposa del gran jefe, lo que le permitía «vivir bien».

Tras la muerte la semana pasada en Ecuador de Raúl Reyes, el «canciller de las FARC», el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ordenó la movilización de diez batallones a la frontera para proteger a «Tirofijo». No era el temor de guerra lo que movía a ponerse en guardia a Chávez, mediador en la liberación de seis de los denominados «canjeables» —el grupo de 40 personalidades que desde hace años las FARC quieren canjear por cientos de rebeldes presos. Si Chávez se ponía en guardia, era por el temor a que las tropas colombianas pudieran repetir lo que hicieron con Raúl Reyes y dieran jaque al rey.

Y es que en los últimos años se ha dicho de todo un poco. Que si «Tirofijo» tiene cáncer de próstata, que si poco o nada puede caminar en la selva... que ya no manda. Pero, al conocer las conversaciones que se encontraron en las computadoras de Reyes y que demostraron la colaboración estrecha que los gobiernos de Venezuela y Ecuador han mantenido con las FARC, quedó claro que «Tirofijo» sigue mandando.

Su historia es símbolo de tesón, pero sobre todo es testimonio de la fe de «Tirofijo» en las armas desde que era niño. Nacido en mayo de 1928 en Génova, un pueblo agrícola al oeste de Colombia, Pedro Antonio Marín, «Tirofijo», es el mayor de cinco hermanos de una familia campesina y trabajadora. Aunque desde joven, más que el campo a él le interesaba la esgrima con machete o la invención de escopetas con varillas y tubos de paraguas. Hasta los 20 años ofició como expendedor de carne, vendedor de dulces, recolector de café y aserrador de madera. Su infancia la pasó entre cultivos de café y sembrados de yuca y plátanos. Obsesionado con el violín, «mi pasión de años que me hacía vibrar de cuerpo entero», sus hermanos lo recuerdan como un hombre independiente, que de siempre quiso tener su negocio propio, sin estar atado a los padres que le agradecían a los profesores con venias los golpes que daban a sus hijos. Marulanda dijo que sólo estudió hasta quinto de primaria, «pero me enseñaron bien y uno aprendía rápido».

«Cuando hacíamos travesuras en la escuela, al otro día no íbamos por temor al castigo (…) Mi hermano y yo nos quedábamos emboscados a la orilla del camino, esperando a que salieran los muchachos para que nos dejaran copiar las tareas (…) Yo me quedaba en el camino y él se subía a los árboles a esperar que pasaran los muchachos», contaría de su infancia Rosa Helena, la hermana de «Tirofijo».

Sin embargo, de quien más habla el líder de las FARC es de su abuelo, combatiente de varias guerras y su maestro de táctica militar. Según le contó a Arturo Alape, en su libro «Las vidas de Tirofijo», de su abuelo Marulanda aprendió que «al hombre hay que mirarlo y medirlo como se mide y se mira la montaña: de cuerpo entero». También supo que «un hombre defiende su vida y no la vida de otro hombre».

Esa vida, que él recuerda plácida, cambió en 1948 cuando estalló la guerra entre los partidos Liberal y Conservador, en el periodo conocido como La Violencia que se saldó con 300.000 muertos. Por entonces «Tirofijo», de familia liberal, escapó a las montañas con 14 primos y conoció su primera guerra. Después, en vindicación de su ideología marxista, cambió su nombre por el de Manuel Marulanda Vélez, en homenaje a un líder sindical torturado y muerto en 1950. En 1940 fue la última vez que «Tirofijo» fue a un cine a ver una película sobre la Segunda Guerra Mundial. El resto de su vida lo ha pasado en la selva. En 1964 cofundó las FARC junto con Jacobo Arenas, una guerrilla marxista-leninista que arrancó peleando por la distribución de tierras y una reforma agraria. «Él dice que es marxista pero de eso no entiende nada», diría Alfredo Molano, sociólogo colombiano que varias veces ha entrevistado a Marulanda. «Es un campesino. Puedo decir que Marulanda no conoce el mar».

Pese a su limitada educación, nadie como él sabe de guerra. Su biblioteca personal es una de las más completas en asuntos bélicos, especialmente en ejércitos colombianos. «He estudiado todos los libros militares que hay en este país», le dijo a Alape. «Lo conozco todo sobre armas, inteligencia y combate… Si usted no conoce al enemigo, no puede pelear». Su conocimiento dio resultados. Marulanda se volvió legendario en este país en «oler el peligro» y escapar cuando ha tenido las tropas en sus talones. Ha sobrevivido a centenares de atentados. «Me han matado 1.200 veces», afirmó.

Se confiesa convencido de «alcanzar la paz por la vía política». Incluso en una tregua, llegó a oficiar de inspector de carreteras. En 1984 se firmó un cese al fuego y, producto de los acuerdos, nació el partido Unión Patriótica que fue arrasado a sangre y fuego. En 1992 volvieron las negociaciones, pero fracasaron. En 1998, el gobierno de Pastrana autorizó una zona desmilitarizada de 42.000 kilómetros cuadrados para negociar la paz, pero tampoco fue posible. El diálogo acabó en febrero de 2002 con el secuestro de Ingrid Betancourt secuestrada. Desde entonces no se le ha vuelto a ver. Algunos especulan que abandonó las montañas antes de morir. Arenas, el cofundador de las FARC, murió de un ataque cardiaco en 1990. Y en 1998, a Manuel Pérez, ex sacerdote español de 62 años que fundó el ELN, segunda guerrilla del país, lo mató una hepatitis. Si sigue la tradición, Marulanda moriría de viejo más que de balas.

ABC (España)

 


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