En ambos casos los diálogos tienen significado especial, en tanto se ha tratado de los únicos jefes de Estado con quienes conversan los mandatarios estadounidenses electos antes de juramentarse.

Al éxito de la diplomacia mexicana, el nuevo presidente agrega un gesto de gran peso en la capital del poder, donde las prácticas de seguridad y protocolo desestiman sedes alternas. Leamos bien. No es un descuido de novicios concertar esta cita y menos que ocurra en territorio mexicano.

En la primera cita estaba en riesgo la aprobación del TLCAN. Un presidente demócrata, acotado por el proteccionismo, nulo conocimiento del vecino, idioma o problemas, escuchó las consecuencias catastróficas de repudiar el acuerdo mediante argumentos parlamentarios.

Después de tres horas de diálogo sin testigos, reconoció ventajas para su economía y los estragos innegables en nuestro desarrollo, convertidos en flujos inagotables de migrantes y focos de inestabilidad. Para salvar la cara, solicitó tres acuerdos paralelos dándole el sello del nuevo gobierno.

Al final del encuentro, aceptó que sus asesores hicieron una lectura apresurada del texto, retirando la petición de agregar disposiciones sobre derechos de autor. A partir de esa reunión, Clinton fue solidario hasta el límite del préstamo de rescate y respetuoso de las turbulencias políticas de nuestro fin de siglo.

La economía de esos años estaba en recesión, nada comparable con la crisis de nuestros días, que amenaza al sistema financiero mundial. Las expectativas en Obama lo obligan a recuperar la confianza ciudadana con resultados inmediatos en los bolsillos. Este celo social provoca aislamientos que impiden acciones innecesarias para la opinión pública, lo cual exige maximizar la coyuntura que se logró abrir con un presidente electo que tampoco conoce al vecino.

Empecinarnos en soluciones migratorias maximalistas es un callejón que debemos evitar. El tema tiene ritmos internos, en especial en el Legislativo, a los que podemos contribuir constructivamente para facilitar su destrabamiento. Se debe rechazar la tentación de abrir el TLCAN o los acuerdos paralelos, asumiendo que por razones internas deben proponer su riesgosa revisión.

El argumento está en las cifras comerciales, lo que no inhibe actualizaciones que, sin modificar el acuerdo, asuman las nuevas condiciones de los mercados internacionales. En forma imaginativa, se puede despejar este obstáculo sin costos mayores.

Es esencial anticipar la visión sesgada del presidente electo y asesores respecto a la lucha mexicana contra el crimen organizado. Los argumentos escapistas que debe estar escuchando Obama no son nuevos, pero debe saber que la dimensión del problema está rebasando a ambos gobiernos. Las respuestas evasivas respecto a los compromisos de Estados Unidos para enfrentar el consumo de estupefacientes, lavado de dinero, exportación de precursores y tráfico de armas no pueden ser abordadas con la ineficiencia actual de sus autoridades.

Los procesos tortuosos de implementación de la Iniciativa Mérida no coinciden con los recursos ilimitados del narcotráfico. Se debe insistir que este tema exige un compromiso inequívoco de responsabilidad compartida y atención prioritaria, sin menoscabo de otros temas de la agenda bilateral.

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