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18/10/2006 | Desconcierto latino

Jorge Montaño

Como región, América Latina y el Caribe está más fragmentada y dividida que nunca. Sin duda, compite en los niveles altos mundiales en esta deprimente categoría.

 

Los equilibrios están maltrechos, en medio de un proceso de reconfiguración de alianzas, fundado en el oportunismo más que en proyectos concretos. Las rebeliones contra el "Consenso de Washington" han carecido de hilo conductor, propiciando reyertas intrascendentes fuera de las fronteras donde ocurren. Con respecto al resto del mundo, no convocamos la atención de EU o de la Unión Europea; por el contrario, el desinterés ha subido de tono a niveles inéditos. Lo angustioso es que los tenues liderazgos no tienen la capacidad para convertirse en algo más que expresiones retóricas.

Las votaciones fallidas para ocupar el asiento que deja vacante Argentina en el Consejo de Seguridad confirmaron el encono existente, mostrando la incapacidad de la región para asegurar una sucesión ordenada. Guatemala y Venezuela han hecho el juego a quienes se han beneficiado históricamente con las rupturas internas. En este caso, se aceptó la fórmula perversa de convertir la elección en un diferendo entre Chávez y EU, en lugar de una decisión colectiva para ocupar una vacante. Regresamos al espectáculo de las 154 votaciones ocurridas en 1979 entre Cuba y Colombia, que concluyeron con una candidatura mexicana de compromiso. En el imaginario procesal, esto es lo más sencillo de resolver, pero queda pendiente la reflexión sobre la necesidad de revitalizar el diálogo político con una visión pragmática, por encima de rivalidades e ideologías existentes. Sabemos que el peso específico de los miembros no permanentes del órgano de seguridad mundial es relativo, pero también es claro que el desencuentro actúa contra los intereses de una región políticamente rota desde la expulsión de Cuba de la OEA y casi pulverizada con la crisis centroamericana de los 80. En estos 45 años hemos creado más obstáculos a la concertación política, que propuestas concretas para la integración. Se ha privilegiado la bilateralización de conflictos y gestiones, haciendo a un lado los méritos innegables de alianzas sólidas sobre temas específicos.

Lamentablemente ya es práctica rutinaria dirimir los conflictos en las calles, acudiendo a la diatriba y a la descalificación. Los intentos de recomponer el mapa ideológico regional sólo han encontrado una historia de éxito en Chile, ya que la zaga de la corrupción brasileña ha demeritado la actual gestión presidencial. América Latina y el Caribe es una región en busca de tecnología política capaz de enfrentar las carencias lacerantes de la mayoría de su población. Los esfuerzos fallidos en esta dirección se han hundido en la ideologización más que en las posiciones pragmáticas, dejando una secuela de frustración ante el rechazo de los destinatarios que se niegan a aceptar las fórmulas fáciles del aventurerismo, cuyos costos deben absorber, como lo está mostrando el zigzagueante gobierno boliviano. Sin duda, sus intenciones han sido correctas, salvo que las reglas de la globalización en un mundo poco proclive a emotividades, hubieran aconsejado fórmulas sin estridencias erráticas, que al carecer de realismo han sucumbido en el momento que se proponen. En Ecuador, Perú y Venezuela ha permeado este mismo enfoque, salvo que este último gobierno cuenta con vastos recursos petroleros de nivel mundial, lo que no evita que aparezcan los síntomas de quienes siguen la senda fácil del populismo.

La recomposición regional supone la creación de mecanismos de articulación sustentados en causas de interés. Los pasos a seguir deben ser cautelosos, seleccionando temas con suficiente capacidad concertadora y cuya atención sea impostergable. En ese sentido, el Grupo de Río y la Cumbre Iberoamericana pueden ser ejes efectivos para estimular, en una primera instancia, avances reales en el diálogo con EU y la Unión Europea. Se deben encontrar fórmulas para promover el comercio, lucha contra el crimen organizado, acuerdos migratorios con los países de destino, creación de un frente común contra el tráfico de personas, etc. No se puede esperar a que la desatención actual de los países industrializados se resuelva espontáneamente, sino como resultado de una concertación que se logró en el pasado con el Consenso de Cartagena y el Grupo Contadora.

montesco98@yahoo.com

Vicepresidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales

El Universal (Mexico)

 


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