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02/03/2009 | Afganistán - Coca-Kabul, la chispa de la guerra

Pablo Diez

En una de las pocas inversiones que ha atraído Afganistán, Coca-Cola opera una planta en Kabul. La factoría cuenta con 300 empleados y está fuertemente protegida para evitar ataques talibanes contra este icono americano.

 

No todo está perdido para Estados Unidos en Afganistán, que se enfrenta a su momento más difícil por el resurgimiento de la ofensiva talibán siete años después de la caída de su brutal régimen.

Al menos, los 33.000 soldados norteamericanos desplegados en el país y los 17.000 que llegarán próximamente, que se unirán a los 39.000 militares de otros países ya presentes, podrán apagar la sed que provoca la guerra con la chispa de la vida.  

Afganistán cuenta con su propia Coca-Cola desde la simbólica fecha del 10 de septiembre de 2006, un día antes del quinto aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington, que luego provocaron la invasión para atrapar a Bin Laden y derrocar a los talibanes.  

En una de las escasas inversiones que ha atraído este inseguro país, un magnate afgano que hizo su fortuna en Dubai, Habibullah Gulzar, se gastó 20 millones de euros en abrir una planta de Coca-Cola en Kabul.

En régimen de franquicia, esta factoría de 60.000 metros cuadrados emplea a 300 trabajadores y puede producir cada año 15 millones de cajas de 24 botellas del famoso refresco y de otras marcas como Fanta, Sprite y el agua mineral Kinley. La planta ya envasa latas de 33 centilitros, botellas de plástico de 50 centilitros y litro y medio y las clásicas de cristal de un cuarto.

Hasta la fecha, se han destinado 40 millones de euros a estas instalaciones, que serán mejoradas próximamente. “El objeto para este año es aumentar la capacidad con una nueva línea de producción totalmente automatizada de envases de PET”, explica a ABC Rizwan Khan, director regional de Coca-Cola en Pakistán y Afganistán.  

Será, Inshalá, si no continúa la violenta escalada de la guerrilla talibán, que ya controla la mitad sureste de Afganistán, en la frontera con Pakistán, y hasta se atreve a atacar en la capital con coches bomba y atentados suicidas.

Especialmente contra todo aquello que represente a Occidente o que sea un icono de la cultura yanqui, como es la Coca-Cola.  

Por eso, la seguridad es unas de las prioridades del polígono industrial Bagrami, que tiene nueve hectáreas y se sitúa a seis kilómetros de Kabul.

Aquí se levanta la planta de Coca-Cola, que, debido a la sequía que azota al país y a sus destruidas canalizaciones, utiliza agua subterránea tratada en sus depuradoras. Para escapar a los apagones que sufre la ciudad, las instalaciones disponen de generadores eléctricos de petróleo, pero emplearán la luz procedente de otros países vecinos de Asia Central cuando se pongan en marcha nuevos tendidos.  

En un país con las comunicaciones devastadas por tres décadas de guerras sucesivas y con amplias áreas controladas por los talibanes, otro de los problemas es la distribución.

Aunque Rizwan Khan asegura que Coca-Cola cubre el 70% del territorio nacional, reconoce que “el principal canal de distribución es a través de mercados mayoristas donde los minoristas compran los productos y luego los trasladan a pequeñas ciudades y pueblos”.

Desde el año pasado, Coca-Cola está implantando bases en ciudades estratégicas y asociándose con distribuidores locales para repartir directamente la bebida y acercarla al mercado, uno de los más pobres del mundo.  

Por los 8 afganis (11 céntimos de euro) que cuesta la botella de cuarto o los 35 (50 céntimos de euro) de la de litro y medio, Coca-Cola trae la chispa de la vida al sufrido pueblo afgano.  

Intentando crear un Estado puramente islámico, los talibanes prohibieron el alcohol, la música, la televisión y hasta las cometas, pero no pudieron con la Coca-Cola. Incluso durante aquellos años, el refresco seguía entrando en el país desde Emiratos Árabes Unidos y Pakistán.

Antes de la invasión soviética en 1979, en Kabul funcionaba una planta de Coca-Cola que quedó destrozada por la guerra civil que, entre 1991 y 1996, siguió a la caída del último Gobierno comunista afín a Moscú.

ABC (España)

 


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