¿Por qué la administración kirchnerista no impulsó nunca una reforma impositiva para acabar con privilegios inadmisibles, no sólo en el Primer Mundo sino también en otros países de la región? El Estado confiesa su impotencia con las facturas de gas.
Si la Argentina consiguiera recaudar dos puntos del PBI adicionales en el
Impuesto a las Ganancias a las personas físicas, el Estado embolsaría unos $ 20
mil millones extras al año, suficientes para financiar un subsidio universal a
la pobreza, como coinciden en proponer desde la CTA hasta Unión-PRO, pasando por
el Acuerdo Cívico y Social o el socialismo.
¿Utopía? Es lo que recauda
Brasil en concepto de Impuesto a las Ganancias. Según un estudio presentado por
el tributarista Juan Carlos Gómez Sabaini en un seminario organizado por la ASAP
(Asociación Argentina de Presupuesto), Brasil recauda de Impuesto a las
Ganancias casi siete puntos del PBI (2,6 sobre las empresas y 4,3% sobre las
personas físicas), concentrando la carga sobre las personas físicas, como
aconsejan los manuales de teoría impositiva, para acentuar la progresividad del
impuesto y no desincentivar la inversión. En la Argentina, en cambio, se
recolectan unos cinco puntos de PBI en Ganancias (3,5% sobre sociedades y 1,6%
sobre personas físicas).
Utopía sería acercarse a los sistemas
impositivos de los países desarrollados. Según datos de la OCDE, en Estados
Unidos se recaudan 11,1 puntos del PBI en Ganancias (2,1% sobre sociedades y 9%
sobre personas) y en Europa, en promedio, 13,4 puntos del PBI (el 3,3% sobre
empresas y un 10,1% que aportan los individuos).
Como contraste del bajo
nivel de recaudación en Ganancias personales, típico impuesto “progresivo”
(pagan más aquellos a los que mejor les va), en la Argentina continúa siendo muy
elevado el peso de los impuestos que gravan el consumo de bienes y servicios,
fundamentalmente el IVA. Como es sabido, estos impuestos son “regresivos”: Perez
Compac y un indigente del GBA pagan el mismo 21% cuando compran alimentos o la
misma alícuota de impuestos internos sobre los cigarrillos.
La Argentina
recauda 12,5% del PBI en impuestos al consumo; mientras que los países de la
OCDE, 11,5% del PBI, y Brasil, 9,3 por ciento.
“Es deseable que la
desigualdad existente antes del pago de impuestos disminuya luego de contribuir
al pago de las obligaciones tributarias”, dice Gómez Sabaini.
Sin
embargo, en la Argentina ocurre justo lo contrario. El 40% más pobre paga, en
proporción a sus ingresos, más que el resto de la sociedad. El sistema
tributario argentino empeora la distribución y relativiza la mejora inducida a
través del gasto público. Para colmo, mientras haya casi un 40% de trabajadores
en negro, la mejora de la distribución sólo por la vía del gasto siempre será
acotada.
Como señala Guido Rangughi, “la informalidad cierra un círculo
nefasto sobre la matriz distributiva, ya que los seguros sociales (obras
sociales, asignaciones familiares, jubilación y pensión), que constituyen una
poderosa herramienta del gasto público social, sólo benefician a los empleados
formales, cuya participación en los dos quintiles más pobres es muy reducida”
(“El Estado argentino y la distribución del ingreso”, ASAP, 2009).
Según
estudios de la consultora Equis y de Ernesto Kritz, en octubre de 2008, la
brecha de ingresos entre el 10% más rico de la población y el 10% más pobre
llegó a diferenciarse en 30,2 veces, un nivel similar al de mayo de 2002, tras
la megadevaluación. Ese indicador de desigualdad en los noventa se elevó de 19 a
25 veces. Y sólo en el primer año de los planes Jefes (antes de que los licuara
la inflación), en mayo de 2003, esa distancia logró achicarse a 24 veces.
TIEMPO PERDIDO. Néstor Kirchner nunca se animó a
implementar una reforma impositiva que terminara con privilegios arrastrados
desde la dictadura militar y dotara de progresividad al sistema. Los expertos
acuerdan que dicha reforma debería empezar por recortar las exenciones
impositivas y regímenes especiales (los llamados “gastos tributarios”), que en
el Presupuesto 2009 superan los 23 mil millones de pesos.
En agosto
último, los diputados socialistas Roy Cortina y Silvia Augsburger, acompañados
por seis legisladores más, presentaron un proyecto de ley para eliminar la
exención de Ganancias a las rentas financiares. No sería algo revolucionario. En
los países desarrollados la norma es que estén gravadas.
Pero también es
norma, a esta altura, en los países de la región: Brasil (intereses con la tasa
general y ganancias de capital, con 15%); Chile (intereses y ganancias de
capital, con tasa general); México (intereses con tasa general, ganancias de
capital con 20%); Paraguay (intereses, 10%; ganancias de capital, 10%); Uruguay
(intereses, 3,5% y 12% según montos; ganancias de capital, 12%); Colombia
(intereses y ganancias de capital con alícuota general); Bolivia (sólo
intereses).
La anomalía es la Argentina (“La tributación directa en
América Latina, Equidad y Desafíos, J.C. Gómez Sabaini y Oscar Cetrángolo,
CEPAL, 2008). En un cálculo conservador, el proyecto estima un aumento de la
recaudación de $ 4.100 millones anuales, lo cual elevaría la carga impositiva de
Ganancias a las personas físicas en 0,34% del PBI. Gravar las ganancias de
capital (compraventa de títulos y acciones) y dividendos (como en Bolivia,
Chile, Colombia, Paraguay o Uruguay) tal vez duplicaría el monto.
Ricardo
French Davis, otro economista de la CEPAL, suele decir que las grandes reformas
impositivas deben realizarse en tiempos de crecimiento y de estabilidad
financiera, para consolidarse en el futuro como un instrumento más del Estado,
legitimado socialmente. No importa el gobierno de turno.
Durante los seis
años de crecimiento a tasas chinas, en especial después del triunfo electoral de
2005, los Kirchner desperdiciaron una oportunidad dorada.
El matrimonio
presidencial argumenta que, a falta de una reforma impositiva, avanzaron con las
retenciones. Éstas, vale recordar, tras la devaluación fueron aplicadas primero
por Eduardo Duhalde, allá por 2002, cuando Néstor Kirchner era gobernador y
despotricaba contra esa medida del “centralismo” estatal.
Desde esta
columna siempre se dijo que las retenciones eran un instrumento válido de la
política macroeconómica, en contextos de tipo de cambio y/o precios
internacionales elevados. Utilizadas por primera vez por la dictadura de Juan
Carlos Onganía, poco tienen que ver con la distribución del ingreso y menos con
diseñar un sistema tributario progresivo de carácter permanente. Como explica
Aldo Ferrer, bajo esquemas de dólar alto, son la llave de la estabilidad macro:
desdoblan el tipo de cambio efectivo (más elevado para la industria, el sector
menos competitivo, y más bajo para el agro), mientras aportan los recursos
fiscales necesarios para comprar los excedentes de divisas y evitar así la
apreciación de la moneda. En esa coyuntura, son un elemento clave para preservar
el círculo virtuoso de los superávits gemelos, fiscal y comercial.
Pero,
¿qué sucedería si los precios internacionales de las materias primas se
derrumbaran? La propia lógica de las retenciones móviles sugeriría
desmontarlas.
EL ESTADO SOY YO. Uno de los grandes
errores de Néstor Kirchner fue confundir siempre gobierno con Estado y al
Estado, como se le atribuía a Luis XIV, con su propia persona.
Sucedió
cuando ordenó el bochornoso operativo de la AFIP en Clarín. Pero, mucho antes,
en diciembre de 2007, cuando instó a la Comisión de Defensa de la Competencia
–contra todos los fundamentos técnicos– a que aprobara la fusión Cablevisión-
Multicanal. O la semana pasada, cuando les exigió al Comfer que borrara con el
codo aquel dictamen de la Comisión y a la CNDC, que designara veedores en esas
empresas que ahora estarían en infracción y antes no. O cuando instruyó a la
ONCCA para que pisara compensaciones, que deberían otorgarse automáticamente
bajo ciertos parámetros, a productores agropecuarios como castigo. O cuando da
rienda suelta a Moreno para que haga y deshaga en el INDEC, sembrando de
sospechas hasta las estadísticas, desde su origen asociadas con el concepto de
Estado.
El único resultado de tales acciones es deslegitimar los
instrumentos del Estado, instituciones que trascienden a cualquier
gobierno.
LEYENDA. A propósito, un amigo me hizo llegar
su factura de Metrogás del último bimestre, impresa con la leyenda en rojo
“CONSUMO CON SUBSIDIO DEL ESTADO NACIONAL”. Por esta casa en Belgrano R, paga $
643,26 del bimestre juniojulio, y el Estado lo subsidia con $ 552,57, el
equivalente a 3,5 planes Jefes de Hogar. Lo curioso es que el propio Gobierno le
explica en la factura que su consumo fue “equivalente” a 156 garrafas de 10 kg,
equivalentes a 2.496 pesos.
Pues bien, durante más de seis años, el
Estado subsidió a mi amigo de Belgrano R y a otros cientos de miles de hogares
de clase media acomodada destinando montos millonarios. Y permitió que las
familias pobres que usan garrafa pagaran casi cuatro veces más caro el gas.
Ahora sólo atina a confesarlo en la factura, porque mientras las cuentas
fiscales aguantaban, Kirchner no autorizó un descongelamiento gradual.
¿Hay un ejemplo más patético de la impotencia del Estado para mejorar la
distribución del ingreso?.