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04/09/2005 | La fuerza armada completamente voluntaria está siendo arriesgada

Doug Bandow

El representante Charles Rangel, Demócrata de Nueva York, está de nuevo presionando una legislación para reintroducir la conscripción forzada para las fuerzas armadas. Él hizo esto por primera vez en el 2003 para desacelerar el apuro de la administración de Bush para ir a la guerra. Ahora dice que la conscripción es necesaria para proveer los cuerpos necesarios para la ocupación de Irak.

 

Regresar a la conscripción arruinaría a las fuerzas armadas dominantes del mundo, llenándola de personas que no quieren servir y convirtiendo al servicio militar en un asunto político divisivo. Pero la propuesta de Rangel refleja una realidad fea: La desastrosa intervención de la administración de Bush en Irak está debilitando a las fuerzas armadas estadounidenses.

Tanto la armada como los marinos están fallando en realizar sus metas de alistamiento. Los soldados de reserva están siendo tratados como sustitutos regulares en lugar de ser tratados como complementos de emergencia para las fuerzas activas. Solo las ordenes de “parar y pérdida” del Pentágono, las cuales prohíben que el personal se retire cuando sus periodos expiran, están manteniendo algunos hombres de servicio y mujeres en uniforme.

Una cosa es pedirles a las personas jóvenes y patriotas que mueran previniendo a un estado peligroso con ambiciones de armas nucleares. Es otra cosa pedirles que mueran ocupando, en el nombre de la democracia, una nación que todavía no ha desarrollado las instituciones sociales y civiles que son tan importantes para que surja una sociedad genuinamente liberal.

Por supuesto, el mero hecho de que atacar a Irak fue un error—una guerra basada en aseveraciones falsas con respecto a que Bagdad poseía armas de destrucción masiva y en promesas criminalmente optimistas con respecto a la facilidad de la ocupación—no significa que EE.UU. debería retirarse rápidamente. Pero cuando algunos pocos líderes militares comparten el optimismo del presidente sobre la libertad marchando hacia delante, las políticas ya no pueden estar basadas en algo más que retórica simplista de aquellos que vendieron la guerra con retórica simplista.

Por ejemplo, Clifford May, el director de la Fundación para la Defensa de las Democracias dice: “El fracaso no es una opción”. Por supuesto, nadie quiere fracasar.

Pero ¿Cuál es el criterio por el cual se mide el éxito? Será este la creación de una democracia jerffersoniana que satisfaga el nivel de participación política, de protección de derechos humanos, y de responsabilidad gubernamental de los países del Oeste?

¿Acaso el éxito es el desarrollo de un estado moderadamente autoritario el cual maltrata a las minorías, y particularmente a las minorías religiosas? O ¿Acaso el éxito es el establecimiento de un régimen estable conducido por un Saddam domesticado?

Pregunta #2 es ¿A qué precio? Por supuesto que los estadounidenses deberían preferir un Irak libre, democrático, y capitalista por encima de un Irak no libre, autoritario y estadista.

Sin embargo, ¿Cuánto debería ser gastado y cuántas vidas deberían ser sacrificadas para alcanzar el objetivo de Washington? El fracaso no es una opción a menos que el fracaso no pueda ser evitado a un costo aceptable.

Tal vez los optimistas de Irak que han estado tan equivocados tantas veces estarán en lo correcto esta vez. Pero ya ha habido muchos amaneceres falsos—la matanza de los dos hijos de Hussein, la captura de Hussein, la transferencia de soberanía, las elecciones.

El número de ataques diarios por insurgentes ha aumentado a más de lo que era en el 2004.

Las bombas como la que mató a 14 miembros de la reserva marina a principios de agosto se están convirtiendo más letales. Luego de dos años EE.UU. todavía no puede proteger la carretera de seis millas entre el aeropuerto de Bagdad y la capital.

Miles de cristianos han huido a Siria. Gran parte del país es inseguro para cualquier extranjero. La gran mayoría de tanto los shiitas como los sunnis quieren que las fuerzas estadounidenses se vayan.

EE.UU. no se puede ir mañana. Necesita comenzar a planificar su salida, sin embargo, y debe hacerlo pronto.

Primero, Washington debe definir el “éxito” en Irak como un régimen político que respete los intereses vitales estadounidenses, no uno que represente una utopía vista solamente en los libros de ciencias políticas. EE.UU. debería promover el desarrollo de un orden político liberal en Irak, pero no debería hacer de tal sistema un objetivo esencial de su política exterior.

Segundo, EE.UU. debe medir de manera realista tanto los costos como los beneficios. El principal beneficio de la guerra con Irak ha sido obtenido: la eliminación del régimen de Saddam Hussein.

Los costos, en cambio, siguen creciendo. Irak es una herramienta de alistamiento importante para los terroristas en el extranjero. Los oficiales estadounidenses hablan del flujo de terroristas de regreso hacia sus países natales en el Oeste. Montones de veteranos de Irak jihadistas ya han regresado a Europa.

Los jóvenes patriotas estadounidenses están siendo matados, mutilados, y heridos diariamente. EE.UU. esta gastando mil millones de dólares cada semana en la guerra. Los recursos están siendo desviados de los planes para satisfacer los retos futuros.

Finalmente, mientras le ha tomado tres décadas a Washington para formar una fuerza armada que pueda rápida y decididamente derrotar a cualquier enemigo en la tierra, le ha tomado a la administración de Bush tan sólo dos años para poner en peligro a esa misma fuerza. Y los legisladores como el representante Rangel quieren completar el desastre implementando de nuevo la conscripción.

No hay opciones de política pública buenas en Irak. Pero la administración debe abandonar las fantasías que la han conducido hasta ahora. De no hacer esto, EE.UU. sufrirá una serie de pesadillas cada vez peores, incluyendo la pesadilla de una posible conscripción.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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