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12/12/2010 | 60 años en la Península de Corea es suficiente

Doug Bandow

En los años recientes Corea del Sur ha empezado a desarrollar ambiciones regionales. Seúl está creando una marina azul de agua y enviando soldados a misiones internacionales para mantener la paz. La República de Corea, cada vez más, se encuentra sentada al lado de las naciones más poderosas del mundo.

 

Desafortunadamente, el gobierno de la República de Corea parece haber descuidado su función más importante: defender su gente. En marzo de este año Corea del Norte hundió un barco de guerra surcoreano. Hace varios días Pyongyang desató un ataque mortal de artillería sobre una isla surcoreana.

En ambos casos todo lo que la República de Corea hizo fue despotricar.

Es cierto que en el primer caso Seúl acabó con lo poco que quedaba de comercio bilateral entre los dos países y exigió una disculpa. En el segundo caso la República de Corea respondió con fuego. También cambió las reglas del enfrentamiento para el futuro y planificó fortalecer el armamento de la isla. Aún así, el efecto fue prácticamente el mismo que si hubiese solamente hablado. Pyongyang respondió, de manera predecible, culpando al sur y amenazando con destruir a sus enemigos.

Peor aún, el Presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, públicamente expresó su preocupación de que a menos que los surcoreanos “bajemos nuestra guardia en preparación para otra posible provocación por parte de Corea del Norte”, su país, otra vez, se escondió detrás de las faldas de EE.UU. El presidente Barack Obama envió un ataque de portaaviones para demostrar “firmeza” y comunicó la tradicional determinación de EE.UU. de cubrirle la espalda a su aliado indefenso.

Esta es una situación asombrosa.

Pero, lo sorprendente no es el mal comportamiento de Corea del Norte. La dictadura estalinista se ha convertido en una de las pocas monarquías comunistas del mundo. Solo dos hombres, padre e hijo, han gobernado desde que la llamada República Democrática Popular de Corea fue constituida en 1948. Ahora el “Apreciado Líder” Kim Jong-il está intentando heredarle el poder a su hijo más joven, el “Camarada Brillante” Kim Jong-un.

Los crímenes de la familia Kim son muchos: la Guerra de Corea, la represión de libertades políticas, civiles y religiosas, el establecimiento de un sistema brutal de gulag, matar de hambre a millones mediante la imposición de un estado socialista incompetente y mantener un permanente estado de guerra. Abrir fuego con algo de artillería y matar cuatro surcoreanos es algo pequeño comparado con las otras actividades de la República Democrática Popular de Corea.

Algo más escandaloso es la voluntad de China de colaborar con las agresiones de Corea del Norte. Luego del último incidente, Beijing no criticó a Pyongyang. En cambio, el presidente chino, Wen Jiabao, pidió a ambos lados mostrar “la mayor moderación posible”. Eso equivale a pedirle a los alemanes, soviéticos y polacos que actúen de manera responsable en septiembre de 1939, luego de que los nazis y los comunistas habían invadido Polonia. Aún así, mientras que la conducta de China es decepcionante, es poco sorprendente.

Lo que es verdaderamente asombroso es que la República de Corea continúe dependiendo de EE.UU.

La Guerra de Corea terminó en 1953. Desde ese entonces el Sur ha ganado la batalla interna. Corea del Sur ha sobrepasado a la del Norte económicamente y ahora tiene más de 40 veces el PIB de la otra Corea. Corea del Sur ha triunfado en la producción de alta tecnología, se beneficia de una población que duplica a la del Norte y posee influencia diplomática a nivel mundial. De hecho, Seúl incluso le ha quitado aliados a Corea del Norte, comerciando mucho más con China y con Rusia. En comparación con la situación en 1950, estos dos países probablemente no respaldarían a Pyongyang en un conflicto.

No obstante, Corea del Norte posee unas fuerzas armadas más importantes. Aunque los soldados de la del Norte están mal entrenados y su equipo es anticuado, el gobierno de los Kim es obvio que todavía es capaz de atacar con un impacto mortal. ¿Por qué Corea del Sur no ha destinado sus recursos para mejorar su impacto militar? Porque no necesita hacerlo.

Siempre y cuando EE.UU. ofrezca una garantía de seguridad, mantenga una presencia de tropas en la península y prometa hacer lo que sea necesario para proteger a Corea del Sur, los surcoreanos tendrán pocos incentivos para hacerse cargo de su propia defensa. Es cierto que es algo humillante pedirle constantemente ayuda a Washington: sería como si EE.UU. anduviese con un sombrero en la mano pidiendo dinero alrededor del mundo para defenderse de México. Sin embargo, es mejor para Seúl conseguir que los ingenuos estadounidenses paguen por su defensa, en lugar de tener que asumir ese costo.

El intento de Seúl de sobornar a Pyongyang mientras que depende del respaldo militar de EE.UU. ha hecho del comportamiento de Corea del Sur algo todavía más vergonzoso. Durante casi una década “la Política del Sol” enfatizaba la ayuda externa y la inversión en Corea del Norte. Incluso Seúl, efectivamente, compró una cumbre entre el difunto presidente surcoreano Kim Dae-jung y Kim Jong-il de Corea del Norte. Aunque el gobierno de Lee ha reducido los subsidios a Corea del Norte, Seúl no ha cerrado el parque industrial en Kaesong, una fuente importante de moneda dura para Pyongyang. Nada cambia incluso cuando Corea del Norte mata a ciudadanos surcoreanos. Si se da una guerra, algunas de las armas que abran fuego contra los soldados estadounidenses habrán sido pagadas por los aliados de EE.UU. en Corea del Sur.

La presunta capacidad nuclear de Corea del Norte agrega una dimensión más peligrosa a las tensiones dentro de la península, pero la presencia de soldados estadounidenses solamente empeora el problema al darle al régimen de Kim, de manera conveniente, 27.500 rehenes nucleares de fácil alcance. Además, la mejor manera de conseguir la atención de Pekín sería sugerir que puede ser que Washington, eventualmente, decida responder a las provocaciones de Corea del  Norte, haciéndose a un lado si Corea del Sur y Japón quisieran construir los correspondientes arsenales nucleares. Aquello le daría a Pekín un incentivo para tomar medidas drásticas en contra de Corea del Norte.

Con el Tío Sam, efectivamente, en la bancarrota, los estadounidenses cada vez más tendrán que debatir cuánto deberían gastar en “defensa”. La respuesta debería ser: cuanto sea necesario para la defensa de EE.UU., pero no más en la defensa de aliados prósperos con población numerosa, como Corea del Sur.

Hoy, EE.UU. protege países que son capaces de protegerse así mismos. El resultado no es solamente empobrecer más a los estadounidenses que ya están cargados con deuda, sino también es reducir la seguridad de los estadounidenses. Después de todo, EE.UU. estuviera mucho más seguro si sus aliados fuesen fuertes y auto-suficientes en el ámbito militar. Las garantías de seguridad de Washington han convertido a los aliados asiáticos y europeos en un grupo de débiles. Los aliados de EE.UU. propugnan ambiciones geopolíticas grandiosas, pero invierten de menos en defensa —y cuando hay amenaza de un conflicto— corren a Washington llorando por ayuda.

Este comportamiento no importaría mucho si el peligro hubiese pasado. Pero como vemos en la península coreana, el peligro todavía está ahí. La era de paz perpetua todavía no llega.

Desafortunadamente, los compromisos militares de Washington puede que ayuden a disuadir conflictos, pero aseguran la participación de EE.UU. si se da un conflicto. Asumir el riesgo era necesario durante la Guerra Fría, pero ya no. En Corea, por ejemplo, solamente la intervención de EE.UU. hubiese prevenido una victoria de Corea del Norte en 1950. Esa no es la situación en 2010. Los estadounidenses ya no tienen intereses que justifiquen arriesgarse a participar en otro conflicto en la península coreana.

Hace mucho pasó el momento en que Washington podía jugar a ser el policía global. Deberíamos empezar a traer a casa los soldados que siguen en Corea.

Este artículo fue publicado originalmente en Investor's Business Daily (EE.UU.) el 6 de diciembre de 2010.

El Cato (Estados Unidos)

 



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