Previo a los interrogatorios, Édgar Valdez Villarreal anticipó que tenía información valiosa sobre las redes de protección y corrupción policiaca que en varios Estados apoyan su actividad criminal.
De Édgar
Valdez Villarreal se obtuvieron confesiones precisas, detalladas, rápidas ante
la inminencia de su traslado a Estados Unidos en donde enfrenta cargos por
asociación delictuosa y delitos contra la salud. La Armada de México, que
poseía información clave sobre sus escondites en la periferia del Distrito
Federal, en las afueras de Morelos y en el Estado de México, varias veces
estuvo a punto de capturarlo, pero un chivatazo, una filtración de alguien a
quien la Marina investiga bastó para que huyera por tercera ocasión en menos de
un año y se les fuera de las manos a los navales.
El
Ejército mexicano también poseía información relevante y fresca sobre los
movimientos de Édgar Valdez. En 10 de las reuniones especiales del gabinete de
seguridad los marinos, los militares, la Procuraduría General de República
(PGR) y la Policía Federal (PF) intercambiaron datos y recibieron información
de la DEA y de otras agencias estadunidenses, entre ellas el FBI, sobre los
movimientos de grupos colombianos y de operadores de La Barbie en un contexto
muy preciso: las secuelas de la muerte de Arturo Beltrán Leyva.
Equipos
de 10 a 15 interrogadores de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF)
se turnaron en el Centro de Mando de esa corporación para obtener —en sesiones
de cinco horas con mínimos recesos para ir al baño o para cambiar de
interrogadores— los perfiles de sus posibles sucesores, datos sobre los
quiebres, las fracturas recientes entre cárteles y las nuevas y posibles zonas
de influencia de las organizaciones criminales que apoyan a los capos de la
droga, aunque el interrogatorio comenzó desde el sitio de su detención, en la
finca de Salazar, municipio de Lerma, delante de La Marquesa; horas más tarde
Valdez Villarreal sería presentado a los medios de comunicación vistiendo una
playera verde.
Buscaron
también información en torno a las rutas de trasiego de cocaína y marihuana no
conocidas, indagaron sobre nuevos métodos de transportación de dinero, droga y
armas, y acerca de las empresas usadas como fachada que dentro y fuera del país
encubren el narcotráfico de la gente que encabezaba Valdez. Lo interrogaron
sobre sus conexiones en el extranjero, sus contactos para abastecerse de drogas
y armas y, ante todo, sobre los canales de información que le permitieron una y
otra vez escapar de la Marina o del Ejército.
A estas
preguntas y a las lecturas de expedientes y declaraciones de otros detenidos y
colaboradores suyos incriminándolo o detallando cosas donde él aparecía
involucrado, La Barbie agregaba datos nuevos. La información más relevante vino
cuando Édgar Valdez Villarreal les anticipó a sus interrogadores que tenía
mucha información sobre las redes de protección y corrupción policiaca que
durante años han apoyado en varios Estados sus actividades criminales.
En la
sala de interrogatorios de la PF en Iztapalapa, los militares, marinos y
policías federales tuvieron continuamente a su lado a unos ocho funcionarios de
la Embajada de Estados Unidos en México, gente de la DEA, del FBI, del ICE y
del Departamento del Tesoro.
“POS NO”
Con las
muñecas esposadas, La Barbie mantenía apretados los brazos y abultados los
bíceps que dejaban ver el número dos en sus mangas cortas. Su interrogadora le
preguntaba qué había sucedido, le insistía para que fuera él mismo quien
abundara en detalles, pero La Barbie guardaba silencio y luego balbuceaba algo
o hablaba muy bajito, como no queriendo que se le escuchara la confesión.
La
Policía Federal completó el cuadro de sus declaraciones en un comunicado leído
al día siguiente, ante los medios de comunicación, por el comisionado de la
Policía Federal, Facundo Rosas, y por Ramón Pequeño, jefe de la División
Antidrogas de esa corporación. En el texto se asentaba que el día de la muerte
de Arturo Beltrán Leyva, La Barbie“ recibió una llamada de éste para solicitar
su apoyo, que le mandara gente para sacarlo del área ya que se encontraba
rodeado por la Marina”. En una parte del interrogatorio, La Barbie había
respondido a una suave y amistosa voz femenina que las cosas se recrudecieron
entre los cárteles como consecuencia de la muerte de su jefe y amigo, Arturo
Beltrán, El Barbas, asesinado por elementos de la Marina en diciembre de 2009
en un operativo para detenerlo. Valdez reconoció que horas antes de ser
acribillado entre dos habitaciones de su departamento, Beltrán Leyva le habló
por teléfono para pedirle ayuda, para decirle que mandara a gente a apoyarlo.
La Barbie, en esta parte del interrogatorio, mueve la cabeza, se rasca, levanta
los brazos, voltea a los lados, tose un poco. El momento es, a todas luces,
incómodo. Finalmente responde, pero con movimientos de cabeza, que no, masculla
algo y añade de nuevo, “pos no”, sin mirar a la cámara que lo graba en video.
El comunicado acota que al recibir la llamada de su ex jefe, Édgar Valdez
Villarreal “le sugirió se entregara”. Ante las cámaras, Valdez Villarreal
recordó el momento moviendo la cabeza, mirando hacia los lados. Había dejado de
sonreír.
EL
SICARIO DISCRETO
Hasta
antes de ser trasladado desde Iztapalapa hacia las instalaciones de la
Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada
(SIEDO), Valdez Villarreal habló acerca de una parte de las redes de apoyo y de
distribución de drogas con las que contaba en el Distrito Federal. Le leyeron
legajos de declaraciones vertidas por José Gerardo Álvarez Vázquez o Gerardo
Álvarez Beltrán, El Indio, detenido por elementos del Ejército mexicano el
miércoles 21 de abril tras un enfrentamiento en Huixquilucan.
El Indio
era uno de los tres principales operadores y hombres del primer círculo de La
Barbie. Tenía bastante información que guardaba en computadoras portátiles. En
seis días más, como consecuencia de la información en los aparatos de la gente
de Édgar Valdez, caería en otro operativo Dagoberto Jiménez Díaz de León, El
Cantante, un operador y encargado de rutas de trasiego de cocaína en Guatemala,
Honduras, Nicaragua y Panamá. El siguiente paso fue cruzar información con las
bases de datos obtenidas de la captura de El Indio, oriundo del estado de
Guerrero, el cual junto con Gamaliel Aguirre Tavira, El Güero Huetamo, era
operador y jefe de sicarios de La Barbie en Acapulco.
Su
captura ocurrió el 21 de julio. A Édgar Valdez le leyeron las fojas de
declaraciones de cada uno de estos personajes para que ampliara datos, aportara
nuevos elementos o simplemente los ratificara. Negó casi todas las cosas que se
le decían o les daba otro sentido. Se le preguntó por su relación con Gerardo
Álvarez Beltrán, El Indio, y reconoció que eran compadres. Se le preguntó sobre
las relaciones personales de éste y de otros operadores con personas del medio
artístico. Surgió el nombre de Alicia Machado, ex Miss Universo, de quien se
dijo es madre de uno de los hijos de El Indio. Pero Édgar Valdez negó conocer
ese hecho. ¿Cómo, si el mismo Indio ya lo reconoció en sus declaraciones? Se le
inquirió.
La
Barbie se pasó la mano por el rostro para secarse el sudor y con gesto de
cansancio hizo el ademán de no saber de qué le estaban hablando. De los
expedientes siguieron brotando nombres de artistas, cantantes, bailarines,
modelos, empresarios, grupos musicales, representantes artísticos y deportistas
ligados de alguna manera a la gente de Édgar Valdez Villarreal.
LA
CUMBRE
Sí habló
sobre la ola de violencia desatada entre su gente y reconoció sus nexos y
encuentros “con Joaquín Guzmán, alias El Chapo; Ismael Zambada García, alias El
MayoZambada; Juan José Esparragoza Moreno, alias El Azul; Ignacio Coronel
Villareal, Arturo Beltrán Leyva, Gerardo Álvarez Vásquez, El Indio; Heriberto
Lazcano, alias El Lazca y Miguel Treviño Morales, alias El 40”.
Valdez
Villareal dijo que Arturo Beltrán Leyva ordenó el homicidio de altos mandos de
la Policía Federal en represalia por los cateos efectuados a sus casas de
seguridad y la detención de integrantes de su grupo más cercano, y apuntó que
el responsable de estas acciones fue Sergio Villareal Barragán, alias El
Grande. Con estas declaraciones, La Barbiedesnudaba parte del esquema reactivo
y de ajuste de cuentas entre los cárteles de la droga y entre estos y el
gobierno federal. Después, ante militares y personal de la SIEDO, reconocería
que los reacomodos entre las organizaciones del narcotráfico se aceleraron con
la muerte de Arturo Beltrán y que la alianzas rotas entre Héctor Beltrán y el
cártel de Sinaloa se reconstruyeron para acabar con él al considerarlo traidor.
Dijo
también que en la Cumbre entre líderes de cárteles de la droga efectuada en
Cuernavaca, Morelos, en 2007, uno de los acuerdos pactados entre la gente de
los cárteles de Sinaloa, del Milenio, de los Carrillo Fuentes y de los Beltrán,
fue que Arturo, El Barbas, sería el único interlocutor de la Federación (creada
meses antes para acabar con la violencia y recuperar plazas perdidas ante el
cártel del Golfo y Los Zetas) para hablar con los líderes del Golfo. Pero las
suspicacias y el descontento hacia Beltrán surgieron a las pocas semanas dentro
del cártel de Sinaloa. La Barbie dijo en sus primeras declaraciones que fueron
ellos, la gente del Mayo Zambada, de Joaquín Guzmán Loera, del AzulEsparragoza
y de los Carrillo Leyva quienes iniciaron el rompimiento de la tregua. La
“guerra entre cárteles” se recrudeció, se expandió y alcanzó a periodistas, a
militares y a autoridades civiles de los tres niveles de gobierno e incluso a
extranjeros. Las ciudades se convirtieron en campos de batalla y no se dudó en
usar armas pesadas para recuperar o buscar hacerse de una plaza.
Quien
rompió el pacto fue El Chapo Guzmán, en una rivalidad con Beltrán Leyva,
agregaba La Barbie en sus primeras conversaciones con la gente de la Policía
Federal.
LOS
LADRILLOS ROSAS
En los
últimos meses ha habido recomposiciones, quiebres y alianzas renovadas entre
los cárteles, confirmó La Barbie. Hace medio año surgió un pacto inédito entre
La Familia Michoacana y el cártel del Golfo, que se unieron para acabar con Los
Zetas, a los que lograron expulsar de Tamaulipas y orillaron a moverse a Nuevo
León y a otros puntos como Veracruz, Zacatecas, Durango, parte del Estado de
México, Tabasco, Campeche y Quintana Roo.
Valdez
habló acerca de los quiebres al interior del cártel de Sinaloa, los celos, las
envidias y las venganzas que terminaron, entre 2006 y 2008, con la fractura de
la organización y el inicio de la guerra entre el crimen organizado, y entre
éstos y el gobierno mexicano. En esa dinámica, Morelos se había convertido en
la base de operaciones de los Beltrán Leyva y en el punto neurálgico de la ruta
de la cocaína y el dinero provenientes del sur del continente hacia varios
puntos de país. En trailers y camionetas —mediante una estructura operativa que
incluye a policías municipales, estatales, federales y hasta elementos
militares—, cargamentos de cocaína, dinero y armas llegan desde Morelos hacia
el Distrito Federal.
Fuentes
de Seguridad Pública Federal y Seguridad Pública local indicaron que la
actividad del cártel que encabezaba Édgar Valdez Villarreal en Morelos y en
Guerrero se incrementó a finales de 2006. Señalaron que pese a los esfuerzos de
gobierno federal y a los golpes espectaculares contra los principales cárteles
de la droga, “desde Morelos, desde Cuernavaca, siguen saliendo enormes
cantidades de droga, enormes, hacia la Ciudad de México”. A finales de 2006,
las investigaciones de las policías capitalinas (preventiva y judicial)
ubicaron una parte de los caminos que utilizaba la gente del cártel de los
hermanos Beltrán Leyva y los operadores de Édgar Valdez Villarreal, como
ramales de la carretera a Xochimilco, y varios poblados que conectan mediante
intrincadas brechas con el estado de Morelos.
Uno de
los puntos hallados para el trasiego de drogas se ubica en San Francisco
Tlalnepantla, pueblo de poco más de siete mil habitantes. El lugar fue
rastreado por un grupo especial de policías capitalinos, comisionados para
perseguir narcomenudistas. Detenciones previas los llevaron a ese sitio primero
por tierra y luego en dos helicópteros Cóndor de la SSP local. La zona estaba
rodeada de brechas ocultas por la maleza pero perfectamente aplanadas y
señalizadas para la circulación de camionetas pick up y camiones de tres
toneladas.
Los
reportes entregados a la policía mencionaban la ubicación de un plantío de
marihuana en esa zona. De hecho, la Sedena tiene registros de cinco plantíos de
cannabis localizados y erradicados en el Distrito Federal en los últimos nueve
años y medio. En conjunto, los cinco plantíos que han sido detectados y
erradicados por el Ejército no llegan a una hectárea de extensión y la policía
nunca dio con los sembradíos de marihuana, pero tomó fotos de la zona y levantó
planos para ubicar el sitio y los caminos vecinales usados para mover droga
desde Morelos. El material fue entregado a la PGR, que entonces encabezaba el
general Rafael Macedo de la Concha: el asunto nunca fue investigado a nivel
federal.
Sin
embargo, la policía capitalina continuó durante unas semanas sus pesquisas y
consiguió declaraciones de habitantes de la zona y testimonios de
narcomenudistas donde señalaban que la cocaína que llegaba por las brechas
aledañas a San Francisco Tlalnepantla, desde Morelos, venía debidamente marcada
para que nadie la incautara, ni siquiera en los decomisos federales. Esos
paquetes, recuerdan ex agentes especiales de la policía capitalina, venían
envueltos en papel color rosa. Eso indicaba que lo envuelto era cocaína, y que
era de La Barbie. Y eso bastaba para que nadie más se metiera allí. Nadie.