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09/12/2005 | La liga árabe tiene que elegir entre terror y democracia

Amir Taheri

Habiendo intentando minar la tentativa iraquí de construcción de una democracia, la Liga Árabe está enviando señales de que puede estar cambiando la política de castigo que ha perseguido durante casi tres años.

 

En una reunión en El Cairo la semana pasada, los 22 miembros de la Liga acordaron celebrar una conferencia nacional de reconciliación que reúna a todas las comunidades étnicas y religiosas de Irak.

Fuentes informan de una febril actividad de negociación a propósito de la fecha y la naturaleza exactas de la conferencia propuesta. Varios miembros, sobretodo Egipto, desean que la reunión tenga lugar casi inmediatamente, con representantes escogidos por la Liga.

El gobierno iraquí, sin embargo, vio esto como un truco encaminado a socavar su propia legitimidad. Una conferencia en la que los líderes políticos elegidos democráticamente ostenten la misma posición que los no electos haría mofa del proceso electoral que Irak ha impulsado desde la liberación.

Los iraquíes también rechazaron la idea de celebrar una conferencia antes de las elecciones generales del 15 de diciembre. Prefirieron el febrero próximo — es decir, tras la formación del nuevo gobierno que salga de las segundas elecciones generales libres de la nación. Cuando otros miembros aprobaron su propuesta, los iraquíes lograron su primera victoria diplomática importante dentro de la Liga.

Celebrar la conferencia en febrero fuerza a los grupos árabes sunníes a elegir entre la participación en las elecciones o el alineamiento con los insurgentes que quieren hacerse con el poder a través del terror de masas. Los que deseen asistir a la conferencia — y negociar así una parte del poder para su comunidad dentro del nuevo Irak — tendrán que abandonar la política de prestar servicio verbal a la democracia al tiempo que se anima a la insurrección.

El único tema que importa en todo esto es que los árabes sunníes se unan al proceso electoral. Ya han comenzado a hacerlo votando masivamente en el referéndum constitucional del mes pasado; hay muestras que continuarán con una participación igualmente masiva en las elecciones del 15 de diciembre.

Pero, mientras que los árabes sunníes de Irak parecen haber cambiado de estrategia, la Liga Árabe intenta llevar aún un doble juego en la democratización de Irak. En el centro de esto se encuentran los esfuerzos por arrojar dudas sobre la legitimidad del gobierno iraquí democrático encabezado por el Primer Ministro Ibrahim al-Jaafari.

Con pocas excepciones, casi todos los miembros de la Liga Árabe han rehusado designar embajadores en el nuevo gobierno iraquí y reactivar completamente su presencia diplomática en Bagdad. La Liga también ha rechazado enviar observadores para ayudar a supervisar (junto a la ONU) las sucesivas elecciones municipales y generales celebradas en Irak desde la liberación.

Durante varios meses cruciales del año pasado, cuando Irak atravesaba lo peor de la campaña terrorista, la Liga también dio signos de excluir a Irak y rechazar invitar a los funcionarios del gobierno iraquí interino a sus conferencias rutinarias. (La actitud hostil de la Liga inspiró un debate en Bagdad acerca de si Irak debía abandonar o no un club moribundo en el que tiene más enemigos que amigos).

Está claro que, con pocas excepciones, los actuales líderes de casi todos los miembros de la Liga ven en un Irak democrático una amenaza para sí mismos.

Los egipcios, que han sido testigos de más de dos docenas de elecciones fraudulentas durante la última mitad de siglo de mandato monopartidista, miran con envidia las elecciones de Irak, en las que se permite tomar parte a todos los partidos — de la extrema izquierda hasta los monárquicos — en un campo de juego de nivel.

Los libios, que nunca han celebrado elecciones, sentirían más que envidia de los iraquíes, que pueden elegir a su gobierno a través de las urnas y a intervalos regulares.

Los jordanos, a los que se dice que no son aún lo bastante maduros como para tener una democracia real y que se tienen que tragar el llamado "proyecto de democratización supervisada", se preguntarán qué es lo que tienen los iraquíes que ellos no tengan.

En cuanto a los sirios, que sufren la tiranía de la misma ideología ba´azista que ahogaba a Irak durante casi cuatro décadas, el único tema de interés es acerca del momento de su propio rescate.

Era de esperar por tanto que la mayor parte de los miembros de la Liga Árabe estén haciendo todo lo que pueden por sabotear el proceso político de Irak.

El Cairo es el centro de gran parte de la propaganda anti-Irak inventada por una alianza maldita de panarabistas y pan-islamistas. En Jordania es donde reside gran parte de la financiación de la insurgencia terrorista, a menudo gracias a cuentas bancarias abiertas por Saddam Hussein y sus secuaces durante años.

Siria es la ruta predilecta de los jihadistas árabes sunníes que van a Irak a librar una campaña criminal. Libia, por su parte, ofrece a los jihadistas anti-iraquíes asilo seguro, mas extensas sumas de dinero. Y Qatar es la sede del canal de televisión vía satélite que se ha convertido en una especie de tablón de anuncios para al Qaeda y otros grupos de terror que matan gente en Irak.

Que los miembros anti-democráticos de la Liga Árabe hagan todo lo que pueden por matar la esperanza de democracia en Irak no es ninguna sorpresa. Lo que es sorprendente, sin embargo, es que se supone que casi todos estos estados también son aliados de Estados Unidos, que es por ahora el principal garante del experimento iraquí.

Mientras los iraquíes se preparan para elegir un nuevo gobierno, quizá sea hora de que Washington lea la cartilla a los presuntos aliados árabes. Sin el apoyo activo o tácito de una docena de estados árabes al menos, la insurrección terrorista no sobreviviría en un ambiente iraquí que le es manifiestamente hostil.

La liga árabe tiene que hacer más: tiene que elegir entre terror y democracia.

Diario Exterior (España)

 



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