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31/01/2011 | Vargas Llosa y su batalla perdida

Alejandro Travaglini

Don Mario, aun habiendo recibido uno de los premios Nobel más merecidos, por su obra y hombría de bien, se equivoca como todo humano, al contrario de los políticos que siempre tienen razón (o esconden la verdad). En su columna "Lo privado y lo público", publicada en El País, yerra y tiene, de antemano, la batalla perdida porque el "fenómeno Wikileaks", que condena, es un episodio de una evolución natural geométrica. Ya en 1999, McNealy, de Sun Microsystems, se mofó irreverentemente: "ya tienen cero privacidad. Supérenlo".

 

Empieza alabando a Fernando Savater quien es un "columnista de opinión", da su parecer (lo que quisiera que las cosas fueran), con tanta buena pluma que disimula su falta de razonamientos válidos. Ya me gustaría poder hacer lo mismo. Por ejemplo, viniendo de una familia de generaciones de militares, quisiera poder decir que hay guerras nobles y libertarias, pero años de estudios e investigación me obligan a decir la verdad: no hubo (ni habrá), en la historia, una sola guerra buena y eficaz. Las de las independencias, por casos, fueron matanzas perfectamente inútiles si recordamos que países como Canadá se independizaron sin ellas. La Segunda Mundial, por otro caso, sangrienta y destructiva como pocas, mató a más de lo que hubiera logrado Hitler antes de caer, inevitablemente, por su propio peso y consolidó un reino peor que el hitleriano, el soviético que terminó cayendo, sí, sí terminó cayendo por su propio peso, sin guerras. 

Nos llaman utópicos a quienes sabemos que la autoridad debe ser no violenta (sin armas que la "respalden") y que, el liderazgo moral, es el único que ordena y construye. Es verdad que la desaparición de toda violencia (que destruye y anarquiza), al igual que la de toda mentira (o secreto), es imposible porque para eso el hombre debería ser perfecto (como Castro, Chávez y Kirchner), pero a eso debemos tender es, como diría la escolástica medieval, el "deber ser". En cambio, verdadera utopía por irreal, contrario a la naturaleza del cosmos, e imposible de toda imposibilidad salvo en la imaginación de muchas personas, es que existan guerras buenas, violencia buena. 

Decía Santo Tomás, copiando a Aristóteles, que el orden de la naturaleza (el que levanta al sol, dando energía a plantas y animales que alimentan al hombre que, cooperando en sociedad con otros, se reproduce y progresa), este orden queda violado solo por la violencia que, precisamente, desvía aquello que se daría naturalmente: por caso, la usa un ladrón para tener lo que no le darían voluntariamente. Si algo da vida a la violencia, es el secreto (la mentira, la ignorancia). De qué serviría un poderoso ejército contra el mosquito más insignificante si éste pudiera conocer y anticipar los movimientos de tamaña estructura burocrática. De hecho, un portal cualquiera, Wikileaks, ha jaqueado al de EEUU, pero no por las pequeñeces que ha publicado, sino porque destruye su efectividad al quitarle el secreto. 

"La verdad os hará libres" ¡Cuánta sabiduría! Destruido el secreto, desaparece la efectividad de la violencia, desaparece el estatismo (y el terrorismo y la corrupción). El mercado natural, precisamente, es un transmisor de información más eficaz cuanto mayor, amplia y rápida sea la transmisión: un análisis serio muestra que, estrictamente, el secreto nada tiene que ver con lo privado. Manos a la obra pues: ¡ala, a crear estructuras que descubran todos los secretos! 

Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California 
alextagliavini@gmail.com 

El Universal (Ve) (Venezuela)

 



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