El tutelaje que Chávez pretende ejercer sobre Evo Morales y el curso que siga su gobierno resulta tan evidente, que el primer presidente indígena del continente debe sentirse incómodo por esa presencia oportuna y molesta a la vez.
Oportuna no sólo por el apoyo financiero que le prestó antes, durante y luego de la campaña electoral (¿no hizo Evo su gira como presidente electo en un avión facilitado por Chávez y custodiado por equipos venezolanos?), sino porque jugó un papel central a la hora de allanarle el camino al poder luego de la caída de Sánchez de Lozada, quien no se anduvo con rodeos a la hora de señalar las causas de su derrocamiento: "Chávez me tumbó".
Pero molesta porque el apoyo económico, el regalo de los 200 mil barriles de diesel y las cinco mil becas para estudiantes bolivianos, amén de la pavimentación de las carreteras y los programas de alfabetización al alimón con Cuba, no se van a retribuir con dólares, sino en cuotas de lealtad y adhesión incondicional al "modelo venezolano" que desde ya se le quiere imponer, siendo que Evo tiene el suficiente peso específico como para ponerse él mismo sus pantalones.
Asamblea Constituyente, ocupación de las tierras ociosas, lucha contra el "neoliberalismo salvaje" y nacionalizaciones de los recursos naturales forman parte del menú chavista de Evo quien, sin embargo, en el mejor estilo de su mentor envió, al mismo tiempo, señales tranquilizadoras a los inversionistas extranjeros, al Gobierno de Estados Unidos y a los blanquitos de su país, una minoría que debe sentir el temor de enfrentarse con la revancha de una mayoría indígena, preterida por más de 400 años y ahora entronizada en el Palacio Quemado bajo la figura del rechoncho líder cocalero.
Ni modo. La Bolivia de Evo se constituye en la cabeza de playa del proyecto de "la patria grande" y más allá de la Argentina de Kirchner y del Brasil de Lula, socios antes que subalternos, adquiere el relieve de primer enclave en la ola de repúblicas satélite (el Perú de Ollanta Ahumala, la Nicaragua de los sandinistas) que se sumarían al eje La Habana-Caracas para formar un bloque dirigido a trastocar el diseño geopolítico imperante con posiciones aun más radicales frente a Estados Unidos que la de los países regidos por izquierdas democráticas en el continente.
Ciertamente no es Chávez el primer presidente venezolano movido por los afanes intervencionistas y hay dos antecedentes bastante cercanos: aquel Carlos Andrés Pérez, "líder del tercer mundo" cuyo concurso resultó decisivo para el derrocamiento de Somoza en Nicaragua y luego Luis Herrera Campíns, quien gracias a los inestimables servicios de Arístides Calvani, frenó el avance del Frente Farabundo Martí en El Salvador prestando providencial apoyo al entonces presidente democristiano Napoleón Duarte.
Pero hay notables diferencias. Una está en que tanto Pérez como Herrera se pusieron límites muy definidos y nunca pensaron en imponer una doctrina al resto del continente. Otra, fundamental, es que Chávez pretende exportar, a diferencia de sus antecesores, un modelo antidemocrático, absolutamente trasnochado, totalmente inoperante en lo económico y tan subversivo como perturbado. Modelo que por esas mismas razones está condenado al fracaso y puede convertirse en su perdición.