La muerte o enfermedad de figuras públicas pueden generar réditos electorales y políticos.
De mal
gusto, inapropiado y extemporáneo sería pergeñar algunas líneas críticas en
contra de una jefa de Estado trocada en leyenda gracias a un resultado
electoral impresionante. Cristina Fernández de Kirchner vive el mejor momento
político de su vida y ha demostrado, entre otras evidencias, no sólo que puede
gobernar sin su marido, sino, además, que puede hacerlo mejor, vistos ya los
resultados.
Pugnaz,
intolerante, sarcástica e implacable con sus adversarios políticos, en el más
depurado estilo K, hace un año, cuando Néstor falleció, Cristina ostentaba un
30% de popularidad y se dudaba de la viabilidad de su reelección. Pero está
claro que la muerte de figuras públicas, en determinado momento y en unas muy
particulares circunstancias, generan réditos políticos y electorales. Eso,
claro está, si se actúa, si no con premeditación, al menos con naturalidad. Y
la imagen de viuda doliente, mas no desvalida, que transmitió Cristina durante
el velatorio de su marido, quebró la resistencia de los remisos y la Presidenta
logró unir a buena parte de los argentinos alrededor de su auténtico dolor.
Se
trataba de una solidaridad circunstancial y se suponía que ya superada la
conmoción nacional provocada por la desaparición de Kirchner, se reimplantaría
la percepción previa a la desgracia. Pero entonces Cristina, que no en balde
escribió algunos de los más memorables discursos de su marido, sacó a relucir
la vieja marca de fábrica de más acendrado peronismo: profundizó el populismo,
acentuó el proteccionismo, desarrolló un paquete de políticas sociales y al
mismo tiempo, con desenfado pragmático, se suavizó con los agricultores y se
relajó con los empresarios de la minería.
La gente
se olvidó de las tres características asomadas por la ensayista Beatriz Salo
sobre la naturaleza del kirchnerismo: "verticalismo, centralismo y
carácter plebiscitario". Olvidó, también, los casos de corrupción, entre
otros, célebres, el maletín de Pdvsa con 800 mil dólares. Otras causas para
tanto olvido fueron el descenso de la pobreza en cuatro puntos, (de 25 a 21%) y
un crecimiento económico del 8% afincado en las exportaciones, sobre todo, de
soya.
¿Se
habría producido el fenómeno Cristina con Néstor a su lado? No lo sabremos
nunca. Pero sí está claro que la compasión y la solidaridad generadas por las
calamidades de los poderosos desatan corrientes irracionales capaces de
destrozar cualquier atisbo de sentido común. Eso si se cumple la segunda parte
de la tarea, es decir, políticas sociales efectivas y crecimiento porque la
compasión hacia la desgracia (y el desgraciado), por si misma, es flor de un
día.
rgiusti@eluniversal.com