Entre el fascismo y el etnocesarismo, (un curioso tipo de fascismo indiano), se debate el Perú. De manera que allí el dilema que se le presenta a los electores no existe porque un gobierno de Keiko Fujimori no será más democrático que el de Ollanta Humala y viceversa. Ninguno será mejor que otro, no hay un mal menor y a la postre, si se me permite el término, los dos son peores. Por eso es incomprensible que un hombre como Mario Vargas Llosa quiebre lanzas de una forma tan apasionada y comprometida con un militar golpista y se convierta en su fiador con el argumento de que asumió un compromiso con el pueblo peruanoque será posible "recordárselo cada vez que parezca apartarse de sus promesas".
El supone que si los peruanos se lo exigen al señor Humala, no habrá reelección, se respetará la propiedad privada, la lucha contra la corrupción "será implacable y un largo etcétera que resume unos cantos de sirena exactos a los de Chávez en 1998, quien llegó a acusar a Fidel Castro de "dictador" con tal de ganar las elecciones. Expediente al cual recurre su émulo del socialismo incaico, (quien lo niega sin remilgos, a pesar de los petrodólares que recibe), trocado por obra del imperativo electoral en adalid de la democracia y del mercado libre.
En lo que sí tiene razón el Nobel y de allí su polémica con el Arzobispo de Lima, es el horror que le provoca la sola idea de que el clan fujimorista retorne al poder con su pandilla de asaltantes, torturadores, asesinos, represores y violadores de los derechos humanos, camuflados tras la risueña figura de la joven Keiko. Con un régimen así, Fujimori gobernaría desde la cárcel, en el mejor de los casos y sería demasiado alto el precio a pagar por la continuidad de las políticas económicas que hicieron del Perú el país con mayor crecimiento en el mundo.
Pero no es la primera vez que un intelectual se pone al servicio de un militar con ínfulas de poder y aquí, aunque no tenemos a un Vargas Llosa, muchos de quienes se consideraba la voz de la conciencia nacional apoyaron abierta o embozadamente al golpista del 4F. Algunos pensaron que podían manejarlo y terminaron siendo manejados. Otros se dan golpes de pecho y son fervientes opositores.
En fin, que el Perú arriba a un callejón sin salida porque los electores y una dirigencia democrática mediocre le han servido la mesa a las dos únicas opciones que debían haber sido rechazadas. En 1983, cuando Rafael Caldera perdió las elecciones con Jaime Lusinchi, dijo una frase inolvidable: "el pueblo nunca se equivoca y lo que él decida está bien". El único equivocado, por supuesto, no era el pueblo, sino él mismo. En la primera vuelta la mayoría de los peruanos se equivocó por partida doble y ahora se dispone a confirmar su equivocación.