Fieles a su estilo cortoplacista, las autoridades han quedado shockeadas por la última respuesta electoral de los porteños, pero apenas se inmutan por la pasividad de quienes no arriesgan su capital, preocupados desde hace mucho tiempo no sólo por los estímulos negativos que derivan del permanente cambio de las reglas de juego, sino también por el absolutismo que emana de las decisiones oficiales.

Los improperios del músico Fito Páez hacia la mitad de los porteños que no piensan como él, dichos que el gobierno nacional está tratando de barrer debajo de la alfombra, son, al fin y al cabo, expresiones personales de un hombre de la cultura de las que deberá hacerse cargo. Mucho más graves, por provenir de funcionarios públicos, son las frases ofensivas que pronunciaron el Jefe de Gabinete y el titular de la Biblioteca Nacional, quienes han seguido el mismo libreto gubernamental de descalificación hacia quienes no piensan como ellos.

¿Qué diferencias hay entre esos insultos de pendencia y las críticas que realiza habitualmente la presidenta de la Nación a lo equivocado que está el mundo por querer ajustarse, matizadas con críticas hacia el FMI o a las calificadoras de crédito, en un momento de la economía global en que la ola apunta decididamente hacia los países emergentes, mientras se desaprovecha ostensiblemente la misma oportunidad que están disfrutando a cuatro manos todos los vecinos de la Argentina? En ambos razonamientos está presente el gen maniqueo del “ellos o nosotros” que sustenta el autoritarismo, que ahuyenta por igual a votantes y a inversores al que, a su vez, se lo percibe como el peldaño necesario para construir un modelo hegemónico.

Mientras el ex presidente Néstor Kirchner señalaba en julio de 2005 que “lo deseable en política es que se avance hacia un sistema donde queden demarcadas la derecha y la izquierda”, al estilo de los Estados Unidos, España o Brasil, hoy aparecen las voces que demonizan a quienes se aferraron a uno de esos espacios. Es que por detrás y en silencio, durante todos estos años las universidades se han ocupado de formar mentes regimentadas a favor de paradigmas nada progresistas que tienden a justificar los subsidios, horadar la institucionalidad, generar adicción a la anomia y separar a la Argentina del mundo, factores que terminan, por falta de inversiones, cristalizando la pobreza. No es extraño, entonces, que la discusión política haya pasado a tener un franco tono maniqueísta que ha dejado del otro lado del mostrador a los partidos políticos tradicionales, a muchos holdings empresarios, al campo y a la prensa que denuncia estas situaciones.

Por lo tanto, y a contramano de lo que suele ocurrir en los países que avanzan a partir del diálogo y el consenso democrático, resulta lógica la reticencia inversora en la Argentina, lo que ha obligado a las autoridades a buscar otras vías de financiamiento, por lo cual se ha echado mano, entre otras "cajas", a la ANSeS y a las reservas del Banco Central, mientras se hace un manejo criminal de las estadísticas para esconder el proceso inflacionario.

Lo que ha ocurrido en estos días en relación a los resultados electorales de la Ciudad de Buenos Aires tiene un claro sustento ideológico que no es para nada inocuo. Primero, con la extorsión a los ciudadanos prometiéndoles prebendas desde el gobierno central sólo sí ganaba su candidato y luego, tras la elección, con furibundas críticas e insultos hacia la forma de votar de los porteños, lo que no es nada más ni nada menos que la manifestación cuasifascista de un estilo que no está preparado para confrontar ideas, sino que ha sido modelado para imponerlas. Un estilo que pianta votos y espanta inversiones.

El Alerta Económico Institucional es una publicación del Programa de Análisis Político y Económico Regional de CADAL, cuyo objetivo es llamar la atención sobre las iniciativas y actitudes políticas que impactan negativamente en el clima de negocios e inversiones de largo plazo en la Argentina, con las consecuencias sociales e institucionales que ello genera.