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02/04/2006 | El mercado y la vida animal

Jorge Emilio González M.

Nuestras sociedades han degradado a tal extremo el valor de la vida, que hemos permitido que sea el mercado el que gobierne y decida sobre la vida o la muerte de los animales bajo criterios netamente utilitarios.

 

En la lógica utilitarista, si las especies animales aportan alimento, vestido y materias primas con las que producimos y comerciamos, entonces nos servimos de ellas y reconocemos que su conservación es vital para nuestra sobrevivencia. Incluso hemos estado dispuestos a reconocer que la biodiversidad en general nos aporta "servicios ambientales" como es la depuración del agua, la generación de oxígeno, el reciclaje de nutrientes, la descomposición de sustancias contaminantes o la regeneración de los ecosistemas que nos permiten seguir habitando el planeta.

Lo que no siempre estamos dispuestos a reconocer es la dimensión ética de la protección y conservación de las especies animales. Los seres humanos nos hemos embarcado en un desatinado debate filosófico y científico tratando de averiguar si los animales sienten dolor o pena, si tienen alma o cuentan con raciocinio. El resultado de no reconocer alma ni inteligencia a los animales ha sido su continuo maltrato, exterminio y explotación. La infinita crueldad humana con los animales diría, J.M. Coetzee, escritor sudafricano merecedor en 2003 del Premio Nobel de Literatura, que sitúa a los animales en condiciones similares o peores a la esclavitud.

La matanza de focas en Canadá es un buen ejemplo de que el mercado gobierna sobre la vida. Este año el gobierno canadiense permitirá la caza de 325 mil crías de focas arpa en aguas del Atlántico Norte, con objeto de vender su piel y tejidos grasos como productos de lujo, dietéticos o afrodisiacos para abastecer la demanda de mercados internacionales como China, Japón o Dinamarca.

La matanza masiva de las crías de focas es injustificable desde todos los puntos de vista, ya que la extracción de su piel y grasa no cubre necesidades básicas de los seres humanos, y los usos que les asignan son perfectamente sustituibles por otros productos. Además, el procedimiento para cazar a las crías de focas es salvaje, por decir lo menos, ya que literalmente les quitan la vida pegándoles de palos con tal de no afectar la piel que será vendida más tarde. Por desgracia, nuestro país no ha estado exento de señalamientos de maltrato animal, ya que México se convirtió en pocos años en una de las naciones con mayor tráfico de delfines, así como de otras especies de mamíferos marinos como belugas y lobos marinos.

En México existen aproximadamente 270 delfines en cautiverio que se encuentran en más de 20 delfinarios distribuidos alrededor de la República, principalmente en zonas turísticas. En la mayor parte de los casos, estos espacios no son más que pequeños corrales en el mar o estanques que no cuentan con instalaciones adecuadas para mantener en óptimas condiciones a los ejemplares cautivos.

La proliferación sin control de delfinarios llevaría irremediablemente a un rápido decremento de la población de delfines, ya que durante el proceso de captura o traslado mueren más delfines de los que llegan a cautiverio. Además, al no existir condiciones adecuadas en los delfinarios la mortalidad de los delfines cautivos se incrementa, por lo que crece aún más la demanda de ejemplares capturados. En el año 2002 se prohibió la captura de delfines en aguas nacionales, pero dicha medida no pudo contener el tráfico y la explotación de éstos, ya que muchas empresas establecidas en México comenzaron capturas en aguas internacionales y del Caribe, pagando a pescadores locales 400 dólares por ejemplar vivo. Los delfines traídos a México eran entrenados y entonces eran vendidos al mercado internacional hasta en 100 mil dólares.

La vida de los mamíferos marinos no puede estar sujeta a las leyes del mercado. Al mercado hay que ponerle límites. Por eso a iniciativa del Partido Verde Ecologista de México, el Congreso de la Unión aprobó desde el pasado mes de enero, diversas modificaciones a la Ley General de Vida Silvestre, con objeto de prohibir la importación, exportación y reexportación de ejemplares de cualquier especie de mamífero marino y de primates a nuestro país, así como de sus partes y derivados, con excepción de aquellos destinados a la investigación científica.

México ya no contribuye a la matanza de focas porque los derivados de ese exterminio no podrán ingresar a nuestro país; tampoco a la extracción o caza de primates como el mono araña, ni al tráfico de delfines, ballenas u otros mamíferos marinos.

Más allá de que los animales nos sirvan o sean útiles, debemos recordar que cada especie añade riqueza y belleza a la vida sobre la tierra, pues qué sería de los sueños, cuentos y fábulas de la literatura sin la presencia y diversidad de los animales.

Presidente del CEN del PVEM

El Universal (Mexico)

 



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