El ataque al suplemento Sierra Madre del periódico El Norte, de Monterrey —integrante de Grupo Reforma— se da bajo el sello de la casa en Nuevo León: la impunidad. La agresión —violenta, artera— ocurrió frente a una patrulla de la policía preventiva municipal, que nada hizo. ¿Alguna duda de dónde viene la embestida?

Un comando atentó contra el medio. “Los atacantes iban encapuchados, llevaban recipientes con gasolina y armas largas. Sometieron al guardia de seguridad, rociaron el combustible en la recepción y prendieron fuego…”, explica la información.

Es la tercera agresión contra El Norte en sólo 19 días. Primero fue con granadas y a balazos. Ahora ya entraron y quemaron instalaciones. ¿Qué sigue mañana: atentar contra la vida de un periodista regiomontano o de algún directivo?

NL es gobierno fallido en seguridad. El priista Rodrigo Medina no ha podido con el paquete. Le quedó grande, para desgracia de los nuevoleoneses. Extraviado, prefiere tuitear trivialidades: “Estuvimos en la casa de la Sra. Lourdes Rivera en la Col. Caracol para hacer entrega de artículos para elaboración y distribución de salsas” (24 de julio). ¿Esa es tarea del gobierno de Medina? Entregar molcajetes lo puede hacer cualquier empleado de mediano nivel del municipio.

El fondo, es el vacío de autoridad en NL, como lo documentamos enExcélsior con nuestras columnas “NL: gobierno fallido” (21/II/2012), y “NL, Medina y su autismo político” (24/II/2012). De las fugas masivas de reos, a la cifra récord en 30 meses de gobierno de Rodrigo Medina: dos mil 678 muertes ligadas con el crimen organizado.

Medina no se ha ocupado de las agresiones armadas contra El Norte. Nada ha dicho. Sus colaboradores se limitan a “condenar” los hechos, aunque en el fondo los aplauden. Como en Veracruz, en NL el ejercicio periodístico está bajo fuego.

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Se llama —confiemos en el tiempo presente del verbo— Miguel Morales Estrada, es reportero gráfico del Diario de Poza Rica y Tribuna Papanteca, y está desaparecido desde el pasado 24 de julio.

En el gobierno de Duarte, a muchos periodistas se les mata o se les intenta censurar mediante la ley.

La desaparición de Morales Estrada se suma a los homicidios de los reporteros gráficos Guillermo Luna, Gabriel Huge y Esteban Rodríguez; a la lista habrá que añadirle el asesinato de la corresponsal de Proceso, Regina Martínez.

En Veracruz, los crímenes contra periodistas se multiplican.

Impunes aún, los asesinatos de Miguel Ángel López Velasco (MiloVela), esposa e hijo; nada se sabe tampoco de las muertes de Yolanda Ordaz y Víctor Báez.

No hay detenidos.

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El pasado jueves 28 de junio, en la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo 121, durante una plática que tuve con lectores sobre mi nuevo libro, llegó un grupo encabezado por el notario 123 del DF, Claudio Hernández de Rubín. Su cliente —custodiado por un “diamante” de escoltas—, sin identificarse, me pidió que le dedicara un ejemplar.

-Lo que dijo usted durante la plática no me interesa. De lo que diga a partir de este momento, yo daré fe —me explicó Hernández de Rubín.

-¿Y para qué el notario? —pregunté a quien me había solicitado la dedicatoria—.

-Para que certifique que Martín Moreno efectivamente me autografió el libro…

Petición muy extraña. “Jamás había ocurrido algo así con ningún autor”, replicó la representante de Editorial Aguilar. En la entrada y en el salón había, al menos, dos escoltas.

Quien me pidió la dedicatoria jamás se identificó.

“El libro es para mi jefe”, dijo. ¿Y quién es tu jefe?, pregunté. “Jesús…creo que Rodríguez”. ¿Cómo, qué no sabes para quién trabajas?, le insistí. Nada respondió.

Acepté autografiarles el libro, como lo hago con quien me lo solicita. El notario 123 del DF dio fe. Salieron escoltados. El clásico apretón. Tenemos la película y las fotografías. En el salón se encontraban conmigo un visitador de la CNDH y un abogado. Estoy —a título personal— en vías de presentar una denuncia ante la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) de la PGR.

¿Qué sigue?