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30/04/2006 | MEXICO - Entre izquierda y derecha

Mauricio Merino

Muchas veces se ha dicho que una doble característica de los procesos democráticos es la certeza de las reglas y la incertidumbre del desenlace.

 

En una contienda electoral que se precie de ofrecer libertad a los electores y condiciones equitativas a quienes compiten en ella, nadie puede anticipar el resultado final. Sin embargo, el propio desarrollo del proceso va marcando las pautas que determinan la conducta de quienes se disputan los votos. Y gracias a ellas podemos distinguir entre partidos y candidatos e incluso jugar a la predicción.

Hace un mes, por ejemplo, todos los datos indicaban que el próximo presidente de México sería Andrés Manuel López Obrador. Pero hoy esa afirmación está en duda. Los errores cometidos por el candidato del PRD y los aciertos de su principal adversario han devuelto la incertidumbre a los resultados electorales. En cambio, los rasgos propios de esta competencia se están afinando cada vez más, de modo que ahora sabemos que la recta final se disputará entre dos proyectos políticos claramente diferenciados: el de la izquierda que defiende el candidato del PRD, y el de la derecha que encabeza el candidato del PAN.

Por supuesto que hay otros actores en lisa, y que todos ellos están jugando un papel relevante. Pero después del primer debate presidencial, cuesta trabajo imaginar que el candidato del PRI-PVEM logre remontar la derrota. La clave de ese debate fue definir al verdadero oponente del candidato a vencer. En términos deportivos, equivalió a la semifinal. Y no hay duda de que el ganador de esa justa preliminar fue Felipe Calderón quien, en sus propios términos, tendría que saltar ahora la tranca más alta. Cierto: también Patricia Mercado logró situarse con credibilidad y fuerza propia entre los candidatos que participaron en el debate. Pero su batalla es distinta. Lo suyo es ganar el registro para el nuevo partido político que encabeza (un partido de ideas democráticas y liberales a ultranza) y eventualmente puede lograrlo. Ojalá.

En cambio, la final será entre la derecha y la izquierda de México, con todas sus tradiciones, virtudes y deformaciones históricas. Y planteada en esos términos, es probable que ahora sí comience la verdadera disputa por la Presidencia de la República. Es decir, una contienda en la que sea indispensable aclarar el significado de cada propuesta y de cada idea presentada, más allá de la simplificación que reclama la propaganda política y de la degradación que supone la descalificación a golpe de escándalos. Y también en la que cada uno de los actores que influye en la opinión pública, directa o indirectamente, ponga en juego sus propias cartas para lograr que gane alguna de esas dos opciones opuestas.

No se trata de una batalla del pasado contra el futuro, pues ambas corrientes tienen tras de sí una larga historia política. De hecho, el PAN es hoy por hoy el partido con el registro más antiguo de todos, y sería inútil decir que su candidato no representa esa historia. Tampoco se trata de una confrontación entre un grupo mafioso y un adalid solitario del pueblo, pues López Obrador ha desarrollado toda su vida profesional entre la clase política mexicana. No es una batalla entre la eficiencia y el despilfarro, pues las cuentas que puede rendir el gobierno federal no son diametralmente opuestas a las del Gobierno del DF, ni la experiencia de gobierno de ambos partidos es muy diferente. Si se mira con objetividad, lo que se juega en la recta final del proceso es otra cosa: la orientación y el papel que se otorgará al Estado en los próximos años.

De un lado, la izquierda que representa López Obrador buscaría recuperar el liderazgo político y económico del gobierno, con el argumento principal de que el Estado no debe renunciar a su papel de dirección en la sociedad. De otro, la derecha que encabeza Felipe Calderón intentaría abrir más espacios para que las empresas privadas inviertan con éxito y generen mayores empleos. La izquierda ve en el gasto público un instrumento privilegiado para impulsar el desarrollo de México, a pesar de sus limitaciones fiscales, mientras que la derecha opina que el gasto público no debe ser sino un complemento de las inversiones privadas.

La izquierda considera que el gobierno debe ser mucho más eficiente pero no más pequeño, pues su papel es clave como factor de crecimiento y distribución del ingreso, en tanto que la derecha prefiere un gobierno modesto, más abocado hacia el arbitraje y la regulación que hacia las intervenciones directas, excepto en programas de auxilio muy bien dirigidos y controlados.

La izquierda está convencida de que el único agente capaz de promover la igualdad social es el Estado, mientras que la derecha cree que el gobierno es el principal obstáculo a la igualdad que solamente puede producir la iniciativa privada. La izquierda es globalifóbica y la derecha es globalifílica. La izquierda prefiere fortalecer los mercados internos y controlar los intercambios comerciales, mientras que la derecha considera que los mercados nacionales son una traba al desarrollo de largo plazo. La izquierda tiene una política exterior defensiva y neutral, en tanto que la derecha se identifica con las causas internacionales de integración económica y las alianzas de capitales.

La izquierda confía en la interlocución del Estado con las grandes organizaciones sociales, incluyendo a los sindicatos y a las corporaciones empresariales. La derecha prefiere privilegiar a los individuos y las capacidades de las personas. Para la izquierda, los derechos sociales son la clave de bóveda de la actuación del gobierno, mientras que para la derecha lo más importante es la defensa de las libertades individuales.

La izquierda quiere proveer a la sociedad toda la procura existencial que sea capaz de pagar el Estado: alimentación, salud, educación, vivienda y recreación completamente gratuitas. La derecha prefiere reservarlas sólo para los más pobres y siempre que los recursos que reciben gratuitamente no sustituyan su esfuerzo propio. La izquierda quiere que el Estado actúe hasta donde le sea posible, mientras que la derecha quiere que sólo actúe cuando sea indispensable.

Tal como está el proceso electoral hasta ahora, los mexicanos tendremos que elegir entre esas opciones: la izquierda del PRD y la derecha del PAN. Esto es lo sustantivo. Todo lo demás son fuegos artificiales.

Profesor investigador del CIDE

El Universal (Mexico)

 


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