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26/08/2006 | México: La teoría del desgaste

Mauricio Merino

Todavía no concluye el proceso electoral del 2006, cuando ya tenemos abundantes anticipos de los escenarios que podrían seguir luego de la calificación que está llevando a cabo el Tribunal Electoral.

 

Uno de esos escenarios (que quizás sea también el más probable) es la ratificación del triunfo de Felipe Calderón a partir del recuento parcial de votos efectuado en las casillas donde había mayores dudas, seguida de un escalamiento del conflicto entre las dos fuerzas políticas más relevantes del país. Es como si esas fuerzas estuvieran velando armas, en espera de la señal pactada para salir a la batalla.

No hago conjeturas, sino que me atengo a la información de medios: Andrés Manuel López Obrador ha dicho reiteradamente que ese es el escenario más probable y que, de confirmarse el resultado que él considera espurio, convocará a una convención del pueblo que habrá de convertirlo, por la fuerza de su liderazgo, en el presidente legítimo (pero no legal) de los mexicanos llamados a la rebeldía.

Por su parte, Felipe Calderón ha iniciado ya una gira para agradecerle a sus partidarios que lo hayan convertido en el próximo presidente del país, mientras el presidente Fox sigue contribuyendo con sus declaraciones imprudentes a aumentar día con día los motivos de agravio entre sus adversarios. Es decir, los políticos profesionales han elegido la estrategia de la descalificación, la confrontación y el desgaste mutuo, hasta donde tope.

Sería irresponsable afirmar que ya no existe ningún escenario alternativo. Mientras el Tribunal no diga la última palabra, todavía es jurídicamente posible que el triunfador de la contienda sea López Obrador o que las elecciones se anulen. Los magistrados se han cuidado mucho de no revelar el contenido de sus proyectos de sentencias y todavía quedan varios días (o quizás horas) para conocer el resultado. Pero lo que ya parece inconmovible es la decisión de ambos partidos de enfrentar cualquier alternativa desde la lógica de la confrontación de todo cuño hasta el punto en el que alguno de los dos, agotado o vencido, levante una bandera blanca. Desde la noche de las elecciones y hasta el día de hoy, no ha habido ningún gesto entre ambos que tienda seriamente hacia la distensión.

Por el contrario, la amenaza y la escalada ya se han vuelto cosa cotidiana y cada día nos despertamos con un nuevo agravio acumulado. Nada de esto se parece a la democracia que queríamos construir. Pero nuestra interminable capacidad de adaptación a toda índole de despropósitos ya está logrando que también veamos estos episodios lamentables como si fueran cosa natural de la política. O mejor: como si la solución no dependiera de las voluntades enfrentadas, sino del tiempo. De ahí el éxito de la teoría del desgaste: según ésta, con el simple paso del tiempo alguna de las partes acabará vencida y volverá la normalidad.

Pero no es cierto. Las decisiones políticas tomadas hasta ahora ya han dejado enormes saldos. La fractura de la confianza en las instituciones electorales, que se habían convertido en una pieza clave para la construcción de un régimen plenamente democrático, parece cosa irremediable. No es verdad que todo dependa de un repentino cambio de actitud entre los partidarios de López Obrador para que esa confianza vuelva a implantarse entre la sociedad. Las dudas que se han sembrado sobre la transparencia de nuestros procesos electorales ya tienen vida propia y tendrá que emprenderse otra obra de relojería, equivalente o mayor a la que hizo posible que existieran, para regresar al punto en el que se encontraban. Tampoco es reparable ya la deslealtad con la que actuaron los protagonistas principales, mostrando la fragilidad con la que pueden destruirse las instituciones democráticas cuando dependen casi por completo del sistema de partidos, como ocurre en México. Ni tampoco será el paso del tiempo a secas el que resuelva los agravios (ni los reales ni los imaginarios) que han ofendido a los partidarios de López Obrador, ni mucho menos el que mitigue los desafíos a la legalidad con los que éstos han decidido enfrentarlos. Porque muchos de los daños ya están hechos y porque en el camino pueden generarse muchos más, la teoría del desgaste no es más que otro despropósito entre todos los que hemos visto acumularse en los tres últimos años.

De mantenerse como la estrategia principal en ambos bandos, la teoría del desgaste acabará por llevar el escalamiento del conflicto hasta territorios francamente estériles. De un lado, porque la idea de gobernar dejando invariablemente al margen a los miembros de la coalición de López Obrador no sólo profundizaría la polarización que ya se adueñó del ambiente político vigente, sino que supondría que el bando opuesto se quedara sin recursos para reaccionar. Pero ocurre que ese bando ya es, por derecho propio, la segunda fuerza política de México en las cámaras legislativas, gobierna en seis entidades federativas (incluyendo el Distrito Federal) y cuenta con representación en todas las cámaras locales y en casi todos los ayuntamientos del país. No es un movimiento aislado ni ajeno al funcionamiento cotidiano de los poderes públicos. De hecho, la izquierda política de México nunca había ganado tanta fuerza como ahora. De modo que el problema está muy lejos de reducirse, como dijo el presidente Fox, a "una calle de la ciudad de México".

Pero de otro lado, tampoco es cierto que la presión política (que no la resistencia civil, que es otra cosa) pueda prosperar invariablemente al margen de la ley, sin más consecuencia que la derrota estrepitosa de los adversarios. No sólo es una lógica abiertamente opuesta a las más elementales reglas de la convivencia democrática, sino que es un desafío directo a la vigencia misma del estado de derecho. De modo que resulta imposible imaginar que pase lo que pase, las autoridades formales no reaccionarán jamás y simplemente se irán desgastando poco a poco. Supongo que algo así pensaron los maestros disidentes de Oaxaca, calculando que el desgaste continuado llevaría sin más a la caída del gobernador Ulises Ruiz. Pero el verdadero resultado es otro: en lugar de desgaste ha habido escalamiento y la violencia ya se implantó soberana en las calles de Oaxaca. Es un buen ejemplo de esa estrategia absurda en la que estamos atrapados. El desgaste es para todos.

Profesor investigador del CIDE

El Universal (Mexico)

 


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