Sus rivales se han dado cuenta de que la base electoral de Trump sigue intacta.
Un año después de que Donald Trump hubiese sido
elegido presidente de los Estados Unidos, la escena política norteamericana ha
cambiado, no totalmente como muchos ansiaban o temían en un sentido u otro,
sino gradualmente, como las hojas de los árboles cambian de color en otoño.
Trump parece haber comprendido que gobernar no es hacer negocios inmobiliarios
ni, menos, protagonizar un programa de televisión, sus dos únicas
especialidades si descontamos su debilidad por las mujeres jóvenes, atractivas
y sumisas. La política es infinitamente más complicada. Putin pudo ser un
aliado para derrotar a Hillary, pero es el peor enemigo en el orden mundial.
Como los europeos pueden ser unos maulas, pero activos defensores de la
democracia. Sus enemigos no son sólo los demócratas, los hay también entre los
republicanos, y esos son los peores. El cambio climático está ahí, por más que
se niegue, con catástrofes que traen mayores pérdidas que combatirlo. Como sus
rivales, pese a no haber digerido aún la derrota, se han dado cuenta de que la
base electoral de Trump sigue intacta por más meteduras de pata que cometa y
que ellos no avancen por haberse olvidado de la «América profunda» que ha
pagado los mayores costes de la crisis causada por el establishment liberal
de Wall Street, Washington y Hollywood. El golpe sufrido por
éste al descubrirse que su liberalismo con las mujeres se reducía a llevarlas a
la cama más que a los platós y a algún manifiesto feminista de vez en tanto, ha
sido tremendo. Se oyen voces que piden cambios en la vieja guardia demócrata
por jóvenes más cercanos a lo que fue el partido de las clases medias y
trabajadoras. Incluso el New York Times se ha olvidado de Cataluña e
informa de Iberoamérica, África, Asía, donde miseria y conflictos se acumulan.
Todos se han ablandado, flexibilizado, madurado, forzados por la realidad.
Visto desde esta perspectiva, ese cambio se está
produciendo también en Europa, Ahí tienen a los ingleses, que ya no saben qué
hacer con el Brexit. Mejor dicho, cómo salir de la UE y al mismo tiempo
permanecer en ella. ¿Por qué no imitan a los catalanes y lo declaran
«simbólico»? Tanto más grave es lo de Alemania, que de un país sólido y fiable,
tiene dificultades para formar gobierno. A mí, acostumbrado al partido liberal
de Mende, muleta natural de la CDU, que ahora se niegue a gobernar con ella me
cuesta creerlo. Pero es que han pasado 50 años y este partido liberal ya no es
aquél. Como casi nada en Europa. Excepto España, donde todo sigue igual. Ahí
tienen a los socialistas resistiéndose a gobernar en Cataluña con los partidos
constitucionalistas ¡por ser de derechas! Me recuerda que se sublevaron contra
la República por haber entrado en el gobierno el partido más votado, la
CEDA. ¿He dicho igual? No, en ciertos aspectos vamos hacia atrás. ¿Tan
duros de mollera somos?