La huelga general deviene en masivas protestas ciudadanas y disturbios.
Sólo falta Colombia. El país caribeño es una excepción
latinoamericana: ni ha sido gobernado nunca por el progresismo, ni el modelo
económico neoliberal se ha visto comprometido. Pero está empezando a cambiar y
las masivas protestas ciudadanas del jueves representan un toque de atención no
sólo para el Gobierno del cuestionado Iván Duque, sino también para los
defensores de seguir aplicando el modelo capitalista liberal para resolver las
desigualdades de un continente que socialmente aún está a medio construir. La
crisis chilena ya es paradigma y ejemplo a seguir para parte de la clase media
colombiana, especialmente para los globalizados jóvenes que no miran al pasado.
El Gobierno temía que la huelga general del jueves se
convirtiera en el detonante de una revuelta ciudadana al estilo chileno,
después de que los sindicatos estudiantiles se sumaran a la convocatoria de las
centrales obreras y de que las reivindicaciones se ampliaran a ámbitos no
exclusivamente laborales. Y efectivamente, la protesta se volvió una queja
general contra el modelo económico liberal y presentó elementos similares al
movimiento callejero de Chile. Aunque los analistas no creen que, por el
momento, se vaya a cronificar y establecer una movilización permanente, ayer ya
se repitieron algunos disturbios y anoche había convocado por las redes
sociales otro cacerolazo.
El país caribeño es una excepción en Latinoamérica: nunca
ha gobernado el progresismo
“¡El pueblo unido jamás será vencido!”. Los cacerolazos
al estilo argentino no son habituales en Colombia, pero la noche del jueves se
extendieron por las principales ciudades, especialmente en Bogotá, donde
cientos de manifestantes se congregaron incluso frente a la vivienda particular
de Duque en el barrio de Cedritos entonando el himno de Quilapayún, cuya letra
vuela por el continente con la vigencia de su creación, poco antes del golpe
contra Allende en Chile.
Otro grito del jueves en Cedritos fue más contemporáneo y
explica mucho de la incipiente crisis colombiana: “¡Uribe, paraco, el pueblo
está berraco!”. Donde “paraco” sería paramilitar y “berraco” equivaldría a
valiente, aunque a estas alturas ya podríamos traducirlo como cabreado o
indignado. El expresidente (2002-2010) Álvaro Uribe, cuya figura es tildada de
ultraderechista desde la izquierda por las perennes acusaciones de vínculos con
el paramilitarismo, es considerado el mentor de Duque, a pesar de que el
mandatario ganó el año pasado las elecciones con el perfil menos conservador
dentro de Centro Democrático, y de que ha propuesto una agenda social propia.
Sin embargo, Duque no ha podido ni ha querido soltar el
lastre de Uribe, como en su día hizo su primer delfín, el expresidente
(2010-2018) Juan Manuel Santos, igual de conservador en lo económico pero
salvado por la izquierda gracias al proceso de paz que llevó al fin de las
FARC. Tras poco más de un año en el poder, el índice de aprobación de Duque es
del 26%, casi la mitad del porcentaje (54%) con que ganó en segunda vuelta las
presidenciales.
Antes de los cacerolazos en su casa, en un discurso a la
nación el mandatario intentó demostrar empatía con la población, que
mayoritariamente se manifestó pacíficamente. “Hoy hablaron los colombianos y
los estamos escuchando, el diálogo social ha sido la bandera principal de este
gobierno, debemos profundizarlo con todos los sectores de esta sociedad”,
afirmó Duque. “Los estudiantes, los trabajadores, los artistas y la gran
mayoría de personas que se movilizaron lo hicieron con intención legítima de
hacer sentir su voz y los escuchamos”, insistió.
Duque convocó ayer de urgencia un consejo de ministros
para analizar la rebelión popular contra su gestión y las políticas liberales
que los sindicatos denuncian que pretende llevar a cabo el Gobierno. “El
paquetazo de Duque contiene las reformas laboral, pensional y tributaria, la
privatización del aparato productivo del estado y del sector financiero
estatal”, indicaba el comunicado unitario de las centrales obreras para
convocar la huelga, entre otras reclamaciones laborales y sociales.