La industria militar en Washington es crucial tanto fuera como dentro de sus fronteras. Por eso, el profesor e historiador militar Alex Roland desentraña todos sus secretos en una entrevista a El Confidencial.
El "Complejo Militar-Industrial" es uno de esos
términos nebulosos que tienden a aparecer en las conversaciones sobre la
política exterior de Estados Unidos. Cada vez que la Casa Blanca inicia, o
respalda, una guerra, se escuchan voces, particularmente en la izquierda, que
dicen conocer el verdadero motivo del conflicto: hacer negocio. Serían así las empresas
armamentísticas las que manipularían al Gobierno para que invadiera algún país
y eso les permitiera seguir vendiendo tanques, aviones de combate, misiles y
helicópteros. Con la paz estarían en bancarrota, así que los hombres de negro
del Complejo se pasarían la vida maquinando excusas para lanzar nuevas campañas
de destrucción en alguna jungla o desierto lejanos.
La actual guerra en Ucrania, donde Estados Unidos juega
un papel clave como principal benefactor militar de los ucranianos, es una
excusa adecuada para mirar más de cerca al famoso Complejo Militar-Industrial.
Para ello hemos hablado con el historiador militar Alex Roland, profesor
emérito de la Universidad de Duke y autor de The Delta of Power, The
Military-Industrial Complex (John Hopkins University Press, 2019).
Algunos puntos los ha confirmado; sí, claro que hay
intereses concretos que quieren que el Gobierno estadounidense eleve el gasto
militar y adopte políticas de defensa más asertivas. Pero, en muchos otros
aspectos, la envergadura del Complejo solo existe en nuestra imaginación. Su
influencia política es limitada; inferior, de hecho, al de muchas otras
industrias. Una pálida reminiscencia de aquella maquinaria que denunció el
presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida, en enero de 1961. Una
alocución que, pese a haberse quedado esencialmente obsoleta, sigue siendo
invocada por las narrativas izquierdistas en 2023. Es hora de revisar cuál es
el peso real de dicho Complejo y cómo ha evolucionado en las últimas décadas.
La entrevista ha sido ligeramente editada y abreviada por motivos de claridad.
PREGUNTA. Ni siquiera para los especialistas en el tema
está claro qué es, exactamente, el Complejo Militar-Industrial. ¿Cómo lo
definiría?
RESPUESTA. Aunque todos los países tienen algo parecido,
unas fuerzas armadas que se relacionan con la capacidad industrial para
sostenerlas, el Complejo Militar-Industrial es un fenómeno peculiar de América.
Por aquello que apuntó el presidente Eisenhower, que había una especie de
conspiración entre la industria de defensa y los servicios militares, y también
el Congreso, para forzar al gobierno a que gastase más en defensa, argumentando
que necesitábamos un Ejército grande y robusto, y que había que comprar más
armas. Eisenhower notaba que, durante su administración y en un contexto de
escalada de la Guerra Fría, le estaban forzando a adoptar políticas que no
quería adoptar. Y no por el interés nacional, sino por intereses políticos y
económicos. Por eso hizo esa advertencia al final de su presidencia. Cuando uso
el término Complejo Militar-Industrial, hablo específicamente de la versión
americana durante la Guerra Fría y más allá.
P. En la práctica, ¿cómo influye el Complejo
Militar-Industrial en las decisiones de seguridad nacional que toman el
Gobierno y el Congreso? ¿Es mediante las donaciones de la industria a las
campañas de los congresistas? ¿La puerta giratoria entre el Gobierno federal y
los think tanks ligados al Complejo?
R. El problema tiene varias dimensiones, y tú has
mencionado dos de las más importantes. Una de ellas es que los servicios
militares, igual que otras ramas del Gobierno, creen que su papel es muy
importante y que no están lo suficientemente financiados. Así que tratan de
convencer constantemente al Congreso y a la administración para aumentar el
gasto militar. Y a ellos se une la facción del Congreso más interesada en las
políticas de defensa. Esos intereses pueden ser ideológicos o políticos: hay
quienes piensan que el poder militar americano en el mundo tiene que ser
incontestable, y hay quienes simplemente tienen tejido militar-industrial en
sus estados y circunscripciones electorales, y defienden el gasto en defensa
para crear empleo y traer recursos a sus territorios. Y luego, además del
propio tejido industrial de defensa, tenemos también a las instituciones
técnicas y científicas que dependen del Departamento de Defensa, y, cada vez
más, de las agencias de inteligencia. De hecho, algunos académicos han
propuesto usar el término Complejo Académico-Militar Industrial, porque muchas
universidades y organizaciones de investigación promueven el mismo aumento del
gasto en defensa.
En mi opinión, el Complejo Militar-Industrial está vivo y
coleando, y, aunque tiene menos influencia que la que tenía en la Guerra Fría,
funciona de una manera similiar. De hecho, otros sectores han copiado su
modelo. Y rivalizan por las partidas de gasto público. Por ejemplo, hay un
tejido farmacéutico-industrial que tiene un éxito enorme influyendo en el
Congreso para que apruebe el tipo de políticas que permiten la monstruosamente
equivocada manera en que funciona nuestro sistema nacional de salud, que respalda
los ingresos y las ventajas inmerecidas de la industria farmacéutica. Lo cual
resulta en que EEUU, siendo no solo el país más rico del mundo, sino también el
que más gasta en salud por habitante, no tenga el mejor sistema de salud. Esto
también sucede con las compañías de gas y petróleo. Han aprendido del sector
militar cómo influir de manera eficaz a favor de su industria. Y esta
efectividad ha reducido, a su vez, la efectividad del propio Complejo
Militar-Industrial.
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Acotación: como explicaba en Forbes el especialista en
defensa y seguridad nacional Loren Thompson, el peso proporcional del Complejo
Militar-Industrial ha disminuido enormemente desde la Guerra Fría. A principios
de los años 50 el gasto militar alcanzó el 14% del PIB; cuando Eisenhower dio
su famoso discurso, había bajado al 9%. Hoy ronda el 3%. Si miramos al gasto en
armamento, este también ha bajado, proporcionalmente, hasta representar una
tercera parte de ese 3%. En resumidas cuentas: EEUU gasta en material militar
un 1% de su PIB. El sector sanitario, en cambio y en línea con lo que apunta
Alex Roland, representa un 17% de la economía. "Pero nadie se refiere al
Complejo Sanitario-Industrial", escribe Thompson.
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P. ¿Cuál diría que fue el punto álgido del Complejo en
influencia política?
R. Diría que su momento de auge se dio en los años
setenta, probablemente. Su rol se complicaba por el gasto extra que supuso la
Guerra de Vietnam, que no era el principal foco del Complejo
Militar-Industrial. Su principal foco eran la Guerra Fría y la Unión Soviética,
y ese gasto fue aumentando con la Guerra de Vietnam. Una de las grandes
ironías, mirando a cómo estaban las cosas hace 50 años, al final de la Guerra
de Vietnam, es que las Fuerzas Armadas era una de las comunidades más denigradas
en Estados Unidos. Esa percepción estaba relacionada con el Complejo. Las
Fuerzas Armadas y el Complejo se solían meter en el mismo saco, como una fuerza
que empujaba a EEUU en la mala dirección. Hoy, la situación ha dado un giro
completo: las Fuerzas Armadas son muy respetadas; se consideran una fuerza
honesta y fiable en un momento de turbulencias políticas de nuestra historia.
P. El final de la Guerra Fría supuso una reducción de la
industria de defensa. El enemigo soviético, evidentemente, ya no existía, y
Rusia se adentró en un periodo de desorden. ¿Cómo sucedió este reajuste en el
sector de la defensa de EEUU?
R. En el año 1993, cuando la Administración Clinton
acababa de llegar al poder, hubo una célebre reunión con los responsables de
las principales contratistas convocada por el secretario de Defensa. Se les
dijo que había una nueva realidad política y que el gasto en defensa iba a
reducirse. Y que el Departamento de Defensa y el Gobierno federal ya no iban a
poder respaldar a las contratistas como habían hecho hasta el momento. Así que
les propusieron dos posibilidades. Una, diversificar. Usar la misma tecnología,
pero para otros usos. Por ejemplo, para fabricar no solo aviones de combate,
sino también comerciales. Y dos, consolidarse. Es decir, reducir el número de
contratistas de defensa mediante procesos de fusión. El Gobierno federal
incluso aportó dinero para ayudarles con el coste de las fusiones.
Así que hubo una gran consolidación en la industria de
defensa, que prefiguró la tendencia a consolidarse en todo tipo de industrias.
En esta reunión de 1993 el Gobierno dijo a los ejecutivos de la industria que
mirarían hacia otro lado en cuestiones anti-monopolio. En otras palabras, que
se iba a ignorar la tradicional política americana, que data de la época de los
industrialistas de finales del siglo XIX, de evitar la creación de monopolios
al estilo del de Rockefeller. Por eso ahora tenemos un importante problema con
la consolidación de las industrias. Solo hay un puñado de aerolíneas, por
ejemplo. Mucho de esto empezó con el sector militar. Ahora tenemos básicamente
solo una fabricante de aviones [Boeing]. Y, cuando el Gobierno negocia con esa
empresa, la empresa tiene mucho más poder e influencia sobre la naturaleza del
contrato porque al Gobierno no le queda otra que negociar con ella.
La parte positiva es que nos ahorramos parte del
despilfarro asociado con el viejo sistema. Antes, a veces el Gobierno elegía a
la empresa menos cualificada como una manera de subvencionarla y de mantenerla
a flote. Quería darse el lujo de tener una redundancia de empresas en sectores
clave como el de la aviación o el de los misiles. Eso ya no funciona así.
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Acotación: entre 1989 y 1992, el Pentágono disolvió cerca
de un centenar de programas de producción de armas. En la década de los 90 el
sector pasó de tener 107 grandes compañías de defensa a solo cinco. Según los
datos del Gobierno federal del año fiscal 2020, cinco empresas de defensa (por
orden de tamaño: Lockheed Martin, Raytheon, General Dynamics, Boeing y Northrup
Grumman) acumulan casi el 40% de los contratos del Gobierno. El 60% restante
está dividido entre 95 empresas mucho más pequeñas. Un paisaje oligopólico
similar al de las aerolíneas, las farmacéticas, las tecnológicas o las empresas
de telecomunicaciones.
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P. Una década después se abre una nueva fase, con los
atentados del 11 de septiembre de 2001 y las subsiguientes invasiones de Iraq y
Afganistán. Otra campaña militar enorme de Estados Unidos. ¿Cómo se reflejan
estas guerras en el gasto en defensa y en la influencia política del Complejo?
A diferencia de durante la Guerra Fría, estos han sido conflictos asimétricos,
de contrainsurgencia. ¿Requerían el mismo gasto?
R. Cuando George W. Bush fue investido presidente, ya
había prometido aumentar el gasto en defensa. Luego, tras los atentados del
11-S, este subió precipitadamente. Pero, dado que las guerras de Iraq y
Afganistán no eran guerras estratéticas, como lo había sido la Guerra Fría, no
se puso énfasis en aumentar el presupuesto para el desarrollo de armas, que era
lo que había alimentado al Complejo Militar-Industrial durante la Guerra Fría.
Sino que se enfatizó el gasto de personal y operaciones. Una de las
consecuencias de la Guerra de Vietnam fue la adopción de unas Fuerzas Armadas
profesionales. Ya no había que reclutar a los jóvenes en la edad reglamentaria.
Y eso significaba que había que mejorar el salario y las condiciones. Así que
gran parte del aumento del gasto en defensa se dio en el coste de personal. Eso
nos diferencia de adversarios como Rusia o China, que gastan mucho menos en
personal que EEUU. Además, las guerras de Iraq y Afganistán supusieron un mayor
gasto en contratistas de servicios, no en equipamientos. Contratamos más
empresas privadas para hacer más labores de respaldo en esas guerras, en
cuestiones como la logística, la alimentación o los servicios médicos. Muchas
empresas de logística se enriquecieron fabulosamente durante estas guerras,
haciendo cosas que antes solían hacer las propias Fuerzas Armadas. La industria
de los servicios se ha convertido en una parte más grande del Complejo. Y eso
es lo que elevó el gasto militar.
P. Ahí quería llegar. Esta reducción proporcional del
gasto en equipos y en armas sería una de las razones por las que EEUU, en su
esfuerzo por armar a Ucrania, está teniendo escasez de determinados tipos de
armamento, como misiles guiados de precisión o sistemas de artillería. ¿Cierto?
R. Sí, tras el final de la Guerra Fría, además de reducir
la competitividad entre las contratistas de defensa para fabricar aviones,
barcos y armas pesadas, también hubo una reducción de las empresas capaces de
producir munición y misiles y de ocuparse de su mantenimiento en los arsenales,
y de aquellas especializadas en fabricar vehículos militares tradicionales.
Solíamos tener múltiples contratistas para estas cosas. Así que, cuando
afrontamos una situación como la de Ucrania, en la que tenemos un aumento
súbito de la demanda de armas y equipos, no hay tantos productores disponibles
debido a la consolidación de después de la Guerra Fría. Así que nos lleva más
tiempo hacer que las pequeñas compañías produzcan de forma rápida. A veces
incluso pedimos a las viejas empresas que vuelvan de su jubilación o que abandonen
su foco en productos comerciales: que reajusten sus máquinas para que puedan
fabricar, a escala, productos militares. En otras palabras, no anticipamos una
demanda en armas y equipos convencionales como la que se da con Ucrania.
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Acotación: como escribía en esta sección Kike Andrés
Pretel, las grandes contratistas de defensa de EEUU no están sacando, por
ahora, claros réditos de la guerra en Ucrania. La industria presenta resultados
mixtos tanto en sus balanzas contables como en su desempeño bursátil. Por un
lado, la situación en Europa ha provocado un aumento de demanda. Por otro, la
falta de mano de obra, el aumento de los costes laborales debido a la
inflación, los problemas en las cadenas de suministro y el hecho de que algunas
de estas empresas habían puesto más recursos en sus divisiones comerciales, han
empañado su capacidad de hacer caja con el conflicto.
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P. El otro frente obvio en política exterior es China,
que, desde hace unos años, es considerado oficialmente como el principal
adversario estratégico de Estados Unidos. ¿Podemos esperar un nuevo crecimiento
del Complejo Militar-Industrial al estilo del de la Guerra Fría, dado el hecho
de que una nueva súperpotencia está ascendiendo en el Pacífico?
R. Es una buena pregunta. Ahora mismo leo mucho que hay
que volver a la noción de Ronald Reagan de tener una marina de 600 barcos, dado
que los chinos están fabricando barcos más rápido y no podemos cumplir con
nuestras responsabilidades en el mundo. Esta es una posibilidad. Pero creo que
Estados Unidos está dividido al respecto. Les molesta China, pero no creo que
quieran transformar su confrontación con China en una nueva Guerra Fría. El
gasto militar está aumentando claramente, pero no hay un cambio de dirección
importante. La mejor forma de comparar Estados Unidos con el resto del mundo es
mirando la proporción del PIB dedicada al gasto militar. A finales de los años
50, tras la Guerra de Corea, EEUU gastaba cerca de un 11% del PIB en defensa.
Un número abrumador. Nadie ha gastado tanto, ni durante la Guerra Fría, ni
después. Cuando Joe Biden llegó al Despacho Oval, gastábamos cerca del 3%. Y ha
habido quejas de que muchos de nuestros aliados dentro de la OTAN no están
gastando el 2% del PIB en defensa que habían acordado.
Es difícil mirar a la historia y encontrar ejemplos
comparables, pero hay pocas grandes potencias que hayan mantenido su estatus
gastando menos de un 5% del PIB en defensa. En cuanto bajamos del 5%, empezamos
a ignorar la historia. No podemos hacer todo lo que nos proponemos en el mundo
gastando un 3% del PIB, sea cual sea el tamaño total de ese PIB. Así que EEUU
se enfrenta al hecho de que probablemente tenga que gastar más. Pero estamos en
un momento en el que muchos norteamericanos de izquierdas, y yo me considero
uno de ellos, dicen que 800.000 millones de dólares es demasiado dinero gastado
en el sector militar. Así que seguiremos teniendo esta discusión y no está
claro que vaya a emerger ningún consenso acerca de si volveremos a gastar un
5%, y contener a China en el Pacífico, o a dejar que China continúe expandiendo
su sector militar y se convierta en un igual.
P. Es interesante recordar que Estados Unidos, en el
fondo, siempre ha sido un país aislacionista. A la luz de la historia, y si
exceptuamos su actitud en el continente americano, el intervencionismo al que nos
hemos acostumbrado desde hace 70 años es una excepción.
Correcto. Muchos americanos piensan que las dos guerras
mundiales probaron que no podemos confiar en que el resto del mundo nos deje
vivir tranquilos, y que, si queremos vivir en un mundo seguro, tenemos que
andar por ahí ejerciendo de policía. A muchos americanos que abogan por esto no
les gusta ese término. Pero, básicamente, es así: hacer de policía del mundo y
asegurarnos de que nadie nos plantee una amenaza político-militar a la que no
podamos hacer frente.
https://www.elconfidencial.com/mundo/2023-03-23/entrevista-alex-roland-complejo-militar-industrial_3597869/