Joe Biden, de 80 años, ha confirmado su candidatura a la presidencia estadounidense de 2024 y todo apunta a que se repetirá la lucha polÃtica con Donald Trump, de 76.La intención de Joe Biden de repetir mandato, oficializada a primera hora de la mañana estadounidense en Twitter, ha despejado el paisaje electoral de 2024. Lo que significa que Estados Unidos, probablemente, se apresta a revivir la pugna de septuagenarios de 2020, cuando la calle se preguntaba dónde estaba la renovación de las élites en un paÃs orgulloso de su juventud y de su capacidad de reinvención. La única diferencia es que, esta vez, los septuagenarios serán cuatro años más viejos.
El hecho de que los principales campeones de los dos
grandes partidos tengan una edad avanzada refleja un rasgo estructural. Es un
símbolo de cómo han ido clareando las sienes del poder político en Estados
Unidos. Unas veces, esto se refleja en la experiencia, la reflexión y una
gobernanza tan imperceptible como efectiva. Otras, las ambiciones personales de
los líderes se empecinan en ganarle la carrera al paso del tiempo. Pero es el
tiempo el que siempre vence.
La figura de Ruth Bader Ginsurg fue canonizada por la
América progresista, que adoraba su inteligencia, su tenacidad y sus instintos
visionarios. La jueza del Tribunal Supremo solía ser retratada con sus siglas y
con una pesada corona de oro, como corresponde a una auténtica O.G. (Original
Gangster: expresión reservada en Estados Unidos a las personas pioneras en algo
y muy carismáticas). Pero RBG, a los 87 años y enferma de cáncer, intermitentemente,
desde hacía décadas, falleció en el cargo durante la presidencia de Donald
Trump. La magistrada dejó un hueco que los republicanos estuvieron encantados
de llenar, ampliando así la ventaja conservadora en el Supremo y consolidando
su influencia legal estratégica para una generación.
El caso Ginsburg y Feinstein
El de Bader Ginsburg es un claro ejemplo de cómo la edad
de un juez o un político puede cambiar la historia. La magistrada decidió
apurar hasta el final, pese a las advertencias de su propio partido. Barack
Obama la había invitado a comer en 2013. Parece que el entonces presidente no
se lo dijo de forma explícita, pero el mensaje de la reunión fue interpretado
de la siguiente manera: es usted genial y me quito el sombrero, pero, cuando yo
acabe mi mandato, usted tendrá 83. Y es probable, si miramos al ciclo político,
que después venga un presidente republicano. ¿Qué le parece si se retira ahora
para que podamos nombrar a un juez demócrata joven y asegurar así nuestra
presencia en el Supremo? Además, tenga en cuenta que usted ya ha pasado por un
cáncer de cólon y otro de páncreas. Piénselo.
Pero Bader Ginsburg decidió quedarse donde estaba, en su
cargo vitalicio, hasta que la despiadada naturaleza bajase el pulgar,
indiferente a las vicisitudes políticas. Un año y medio después, el alto
tribunal, entre otras medidas determinantes, usó esos votos conservadores para
derogar la protección federal del derecho al aborto.
El estado de California vive hoy una situación parecida.
La senadora Dianne Feinstein tiene 89 años, 30 de los cuales los ha pasado en
el mismo puesto. Su entorno lleva tiempo haciéndole guiños y dándole ligeros
codazos. Y no tan ligeros: varios de sus colegas de partido le piden que
dimita, pero Feinstein se mantiene incólume. Aunque enferma. Lleva tres meses
sin poder viajar a Washington, lo cual ha quitado la mayoría a los demócratas
en el Comité Judicial del Senado y les ha impedido, hasta el momento, confirmar
a los jueves nominados por Joe Biden.
"Los políticos octogenarios se comportan como esos
abuelos que se niegan a entregar las llaves del coche", escribe en The
Atlantic, sobre el caso de Feinstein, el periodista Franklin Foer. "Se
detienen en medio del tráfico sin razón aparente y nunca aceleran más allá de
los 30 kilómetros por hora, pero siguen bajo la ilusión de que aún son buenos
conductores".
Franklin Foer usaba este tono implacable, reconoce,
porque días antes había escrito una crónica elogiando el buen hacer de los más
importantes líderes demócratas, precisamente por su provecta edad. Reservorio
de maestría y mano izquierda. El triunvirato formado por Joe Biden, Nancy
Pelosi y Chuck Schumer, respectivos líderes del Gobierno y de ambas cámaras del
Congreso, sumaban siglo y medio de habilidades pulidas por las décadas y los
desafíos, y habían proporcionado a Estados Unidos un bien particularmente
fértil en lo que se refiere a leyes aprobadas. El clamoroso caso de Dianne
Feinstein obligó a Foer a revisar sus edificantes palabras.
Los estadounidenses... ¿quieren políticos jóvenes?
La cuestión de la edad no es exclusiva del Partido
Demócrata. El jefe de los republicanos del Senado, Mitch McConnell, tiene 81.
Una edad similar a la de muchos de sus colegas. El senador Chuck Grassley lleva
43 años en el Senado. Un periodo que ni siquiera refleja la mitad de su vida.
Grassley cumplirá 90 este año.
Si ampliamos el foco, vemos que el Senado (que comparte
origen etimológico con senectud, senil, senescente o señor; es el antiguo
"consejo de ancianos") se ha ido haciendo mayor hasta alcanzar una
edad mediana de 65,3 años. La Cámara de Representantes, gracias a una nueva generación
de millennials e incluso miembros de la Generación Z, ha ido rejuveneciendo.
Aunque sus altos cargos siguen en manos más curtidas.
La conversación sobre la edad también ha entrado en
campaña. Según una encuesta de ABC News publicada el domingo, siete de cada
diez estadounidenses no creía que Biden debiera presentarse a un segundo
mandato. Entre los propios votantes demócratas, la proporción de quienes
pensaban así era del 51%. Y su razón más mentada, en el 70% de los casos, era
la avanzada edad del presidente. Algo similar se puede decir del aspirante
republicano, Donald Trump, de 76 años. Y se dice.
"A América no se le ha pasado el arroz",
declaró Nikki Haley, exgobernadora de Carolina del Sur, exembajadora de EEUU
ante la ONU y precandidata republicana a la presidencia en 2024. "Es a
nuestros políticos a quienes se le ha pasado el suyo". Una clara
referencia tanto a Biden como a su antiguo jefe, Donald Trump.
Quizás no sea, ni siquiera, un fenómeno exclusivo de la
política. Una buena proporción de los héroes del cine estadounidense peinan
canas desde hace ya algunas décadas. Jeff Bridges o Liam Neeson siguen
rompiendo cuellos y viviendo aventuras; Harrison Ford, coetáneo de Joe Biden,
vuelve a encarnar a Indiana Jones, este año, en la quinta película de la saga.
Tom Cruise aún pilota aviones de combate y Keanu Reeves se mueve cada vez más
trabajosamente en sus cintas de John Wick. Pero ninguno de ellos, pese a los
taquillazos, presidirá la primera potencia mundial.
https://www.elconfidencial.com/mundo/2023-04-25/biden-trump-elecciones-2024-pelea-viejos_3617664/