Por su dimensión panamericana y los compromisos asumidos en la Declaración de Santa Cruz de la Sierra y el correspondiente Plan de Acción, así como en vista de la concurrencia de jefes de gobierno, organismos internacionales y representaciones de la sociedad civil del hemisferio, se trató en su momento del acontecimiento internacional más importante realizado en el país hasta entonces. También el proceso preparatorio tuvo rasgos ejemplares en la medida en que la elaboración de la agenda siguió un complejo proceso de consultas gubernamentales y de concertación con la sociedad civil de los 34 países.

Era la tercera reunión hemisférica de ese nivel, puesto que le habían precedido únicamente los encuentros de Montevideo de 1967 y de Miami en 1994. Luego han proliferado, como se sabe, este tipo de eventos a diferentes geometrías de cobertura, y algunos de ellos se han realizado incluso en Santa Cruz y Cochabamba.

Hay pues una experiencia adquirida en el país desde entonces que no conviene que se pierda en medio de los rencores políticos que campean en la actualidad. Ya fue suficiente que la mezquindad de Banzer y sus diplomáticos la dejaran al año siguiente olímpicamente en el olvido, obligando a que el seguimiento que pudo haber llevado a cabo el país con amplios beneficios de diversa índole, quedara en cambio en el marco de la OEA. Esto gracias al interés que le puso César Gaviria, a la sazón secretario general de dicho organismo. También contribuyó, por supuesto, que en el trayecto preparatorio se incluyó una audiencia del Consejo Permanente con 60 representantes de más de 1.500 organizaciones de la sociedad civil del hemisferio, que durante una jornada completa expusieron a los embajadores latinoamericanos y caribeños sus planteamientos en materia de desarrollo sostenible. Luego, por supuesto, las presentaron también en forma sistematizada en Santa Cruz.

A pesar del tiempo transcurrido, muchas iniciativas recomendadas por la sociedad civil y otras adoptadas en el Plan de Acción mantienen todavía plena validez, incluso debido a que su instrumentación sigue pendiente porque en el camino se ha ido desvaneciendo sin justificativo alguno la centralidad del concepto de sostenibilidad, a nivel mundial, latinoamericano y ciertamente en nuestro propio país. Incluso sus dimensiones más estrechamente ambientales han sido desplazadas de la agenda pública internacional, lo que pagarán muy caro por cierto las futuras generaciones.

No obstante todo ello, aunque las cosas ahora se designen de otra manera por el prurito desgastante de cambiar la primogenitura de las ideas, los problemas del desarrollo sostenible y la participación democrática siguen ahí. Dicen su nombre de otra manera y sus protagonistas provienen en algunos casos de otra extracción social y adscripción política. Quizás esto sea, sin embargo, necesario para que empiecen a vislumbrarse algunas soluciones sobre nuevas bases políticas. Incluso en tal caso habrá que decir que el esfuerzo valió la pena y merece haber sido recordado en este momento.