Los dirigentes del MAS tendrían que evaluar más pronto que tarde cómo se ha ido reconfigurando el campo político en los últimos meses, tras los diferentes fracasos que han sufrido en sus diversos intentos de cambiar autoridades en el Poder Judicial o en las Prefecturas, y asimismo como consecuencia del paulatino deterioro de los datos básicos de la economía.

Un análisis sin ilusiones de ese tipo podría conducir a un rediseño de la estrategia y las tácticas del partido oficial de gobierno, y si las diferentes corrientes opositoras entienden el mensaje, ellas tendrían que modificar a su vez sus pretensiones con miras a ingresar en una nueva etapa de lucha política, caracterizada sin embargo, a diferencia del momento actual, por la desaparición del riesgo de severos quebrantos institucionales y retrocesos democráticos.

La dinámica de cambios estructurales podría continuar ciertamente, pero con otro ritmo y nuevos métodos ejercitados por parte de todos los actores estratégicos. La premisa de un escenario de tal naturaleza consiste en que dichos actores admitan que ninguno está en condiciones de imponer sus objetivos por completo, ni siquiera en el territorio que aparenta controlar. También tendrían que percatarse de que se están dando nuevos acomodos dentro de las diferentes fuerzas y movimientos, según sean los temas centrales de la contienda específica. La cuestión de la capitalidad es ilustrativa al respecto, pero no es por cierto la única que puede dar lugar a desplazamientos políticos e ideológicos significativos, particularmente en las capas medias urbanas, incluidas por supuesto también las de la ciudad de La Paz, que hace rato que requieren un abanico más sofisticado de liderazgo, acorde con la necesidad de contar con una visión propia de su desarrollo futuro y su relacionamiento correspondiente con el entorno geopolítico.

Por otra parte, también es preciso reconocer que las modificaciones constitucionales, por más profundas que sean, no están en condiciones de reemplazar la necesidad de formular una verdadera estrategia nacional de desarrollo de largo aliento. El espíritu y la letra constitucionales, por una parte, y la estrategia nacional de desarrollo, por la otra, son dos expresiones conceptuales e institucionales completamente diferentes, aunque sería muy conveniente por cierto que se reforzaran recíprocamente, sea porque persiguen explícitamente los mismos objetivos mediante incentivos congruentes entre sí, o bien porque los titulares de las políticas públicas conducen apropiadamente sus respectivas esferas de competencia.

Un ejercicio supremo de voluntarismo podrá eventualmente detener las dinámicas económicas que se han instalado en el país en las décadas pasadas, pero no podrá revertir la dirección de las fuerzas estructurales instaladas en una economía altamente dependiente de sus relaciones con los países vecinos. Sólo siguiendo a la realidad se pueden corregir las asimetrías e inequidades sociales y territoriales, y es posible además direccionar las energías económicas. Negar la realidad conduce en cambio al fracaso colectivo.