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El Universal (Ve) (Venezuela)

 

11/01/2007 | EE.UU. y Bush

Eugenio Anguiano

Parece que el Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no ha entendido el mensaje que los electores de su país le transmitieron el pasado mes de noviembre, al poner en las dos cámaras del Congreso a mayorías del Partido Demócrata, ni ha reparado en el discurso de Nancy Pelosi, la primera mujer en la historia de este país que llega al liderazgo de la Cámara de Representantes, quien demandó del Ejecutivo una clara propuesta para el gradual retiro de las tropas estadounidenses de Irak.

 

En vez de atender esas demandas, el jefe de la Casa Blanca ha recurrido una vez más al recurso de asustar a la población con la amenaza del terrorismo, a fin de continuar con la fantasía de que podrá controlar el caos en aquella nación árabe, para lo cual parece que propondrá un aumento de tropas en Irak, y seguirá violando leyes básicas sobre las libertades individuales en su país, en lo que el diario The New York Times califica como "la presidencia imperial".

El desafío de este político fundamentalista a la realidad que le impone un Congreso ya no controlado por él y sus partidarios se plasmó en un artículo que le publicó The Wall Street Journal en su página editorial del 3 de enero, un día antes de que se juramentara a los miembros de la 110 Legislatura. En ese escrito -una pieza maestra de la demagogia neoconservadora-, Bush señala que sus principios nunca han sido un secreto, y que ha trabajado arduamente a lo largo de su presidencia para convertirlos en una "sólida política" nacional. "Creo -se lee en el texto citado- que cuando América (sic) se decide a usar su influencia en el exterior, el pueblo americano está más a salvo y el mundo es más seguro".

Con más de 3 mil soldados y cientos de miles de civiles iraquíes muertos en la aventura bélica en las antiguas tierras de Mesopotamia, es claro que EEUU está acercándose peligrosamente al fracaso militar y político, sin haber siquiera logrado una disminución en la determinación de muchos musulmanes de hacer la guerra santa (yihad) al Occidente. Nadie cree ya que el régimen de Saddam Hussein haya tenido alianza alguna con Al-Qaeda, ni poseído armas nucleares.

En cambio ahora, a partir de la destrucción del mismo, se ha abierto la puerta para que los chiítas iraquíes, respaldados por Irán, que sí está inmerso en un programa para producir su propio combustible nuclear, controlen Irak y radicalicen más esa parte de Asia occidental, en el sentido de una abierta confrontación con Estados Unidos y sus aliados cercanos, como Israel. O sea, que Estados Unidos y el mundo en general son menos seguros como resultado de la agresiva política de Bush, debido a que existe mayor riesgo de ataques terroristas futuros, de proliferación de armas nucleares y de antagonismos de la región del Medio Oriente.

En el ámbito internacional y en el propio EU, la ejecución de Saddam Hussein se interpreta cada vez más como un complot para silenciar a un enemigo incómodo, por todo lo que habría podido revelar. Varios especialistas y editorialistas estadounidenses denuncian que el juicio al tirano se quedó corto, porque sus mayores crímenes fueron los que cometió contra los kurdos y en la guerra de ocho años contra Irán, durante la cual ordenó el empleo de armas químicas, cuyos componentes y asesoría para producirlos le fueron proporcionados por el gobierno de Washington.

Yendo más lejos, habrá que recordar que fue durante la administración republicana de Ronald Reagan (1981-1988) cuando EEUU introdujo una estrategia destinada a contener y, si posible, destruir la revolución integrista del líder chiíta-iraní, ayatola Jomeini. En esa estrategia, a Hussein se le asignó el papel clave de librar una guerra de desgaste contra el gobierno de Teherán, la cual causó cientos de miles de muertes. El dictador iraquí sabía bien que les había "sacado las castañas del fuego" a EU y a los gobiernos conservadores de la península arábiga, por eso se enfureció tanto cuando esos gobiernos le exigieron el pago de su deuda con ellos, en particular Kuwait, y esa fue una de las razones que Hussein esgrimió para invadir dicho país. Washington se vio obligado a voltearse contra su ex aliado, de allí la guerra del golfo Pérsico de 1991, pero Bush padre decidió no destruir el régimen baazista, porque le temía al vacío político-militar que ello causaría.

Bush hijo llevó a cabo esa tarea, lo que le ganó una popularidad que hoy comienza a perder. En marzo de 2006, los activistas en derechos humanos Dave Lindorff y Barbara Olshansky escribieron el libro The Case for Impeachment, en el que argumentan que el presidente debe ser enjuiciado por sus "graves delitos y ofensas: mentirle al Congreso y al pueblo para meter a la nación en una guerra tramposa, vulnerar derechos básicos de los ciudadanos y, ciertamente, fragmentar la tela gubernamental misma que tejieron los padres fundadores". Este alegato fue entonces tachado de exagerado, pero hoy pudiera resultar premonitorio.

Profesor investigador de El Colegio de México



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