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El Universal (Mexico)

 

11/04/2007 | Cambio climático

Eugenio Anguiano

El viernes pasado se dio a conocer a la opinión pública mundial el "resumen para los ejecutores de políticas" del cuarto informe de evaluación del grupo II del IPCC (iniciales en inglés de Panel o Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático), creado en 1988 bajo los auspicios de la Organización Meteorológica Mundial y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

 

Se trata de un texto de 23 páginas que describe los efectos más relevantes del calentamiento de la Tierra sobre los ecosistemas, las vulnerabilidades de los mismos y las adaptaciones que las sociedades humanas tendrán que hacer para contrarrestarlos.

La prensa escrita destacó que el tono del resumen ejecutivo de un informe de mil 572 páginas, preparado por más de 200 científicos, que se divulgará pronto, fue suavizado debido a la presión de los representantes gubernamentales que participaron en la redacción del mismo, en particular los de Estados Unidos, China, Rusia y Arabia Saudita.

En todo caso, el pronóstico del impacto que tendrá un aumento de la temperatura promedio del clima global, de entre 1.5 y 2.5 grados centígrados, es sumamente sombrío. Se cree que tal calentamiento puede tener algunos efectos positivos, como la extensión de las áreas de producción agrícola, pero las consecuencias nocivas serán mayores, aun bajo este escenario de incremento "moderado" de la temperatura: extinción de entre 20% y 30% de las especies vegetales y animales; inundaciones y desaparición de tierras bajas por elevación de los niveles de los océanos, sequía en grandes extensiones del mundo como el oeste de Estados Unidos y México, etcétera.

Más allá de profecías apocalípticas y de especulaciones sobre cuáles gobiernos del mundo están más reacios a aceptar el diagnóstico y pronóstico de los científicos sobre el cambio climático -algunos de los cuales son más pesimistas por los efectos del calentamiento de las zonas frías-, quiero destacar el gran avance habido en cuanto a toma de conciencia de políticos, empresarios y ciudadanos del mundo sobre la realidad del fenómeno del calentamiento de nuestro planeta y de que somos sus habitantes y el desarrollo material de nuestras sociedades, más el aumento de la población, los responsables de por lo menos 80% (o 90% según estimación más reciente) de tan radical cambio del clima.

De ninguna manera resulta fácil que se tome conciencia sobre algo que, incluso en el ámbito puramente científico, se presta a especulación. Si a eso se agregan los intereses geopolíticos de los países y las aspiraciones soberanas de progreso material y bienestar social, se entiende por qué los gobernantes, los dirigentes empresariales y los consumidores se niegan a aceptar la realidad del cambio climático provocado por nuestras acciones; y peor todavía, que para contener su avance se requiera de "frugalidad", para llamar genéricamente a acciones como quemar menos combustibles fósiles, renunciar a la "cultura" del automóvil, usar menos electricidad y, en suma, modificar radicalmente el concepto de bienestar.

A muchos nos pareció reprobable la actitud del presidente George W. Bush, de rechazar los acuerdos del Protocolo de Kyoto sobre reducción de la emisión de gases que causan el efecto invernadero, máxime que Estados Unidos es el país que arroja a la atmósfera la mayor cantidad de esos gases. Por su parte, Bush lo que hizo fue defender los intereses de ciertas industrias de su país, como la automotriz y petrolera, emblemáticas en el desarrollo de la sociedad capitalista avanzada estadounidense. Ha sido necesario que en Estados Unidos surjan otras visiones políticas sobre lo que conviene a los intereses de largo plazo de ese país -por ejemplo en el estado de California- para que el gobierno federal comience a modificar su posición refractaria al problema del cambio climático y a la manera de enfrentarlo.

A países como China y la India, que juntos suman 2.3 mil millones de habitantes y están en una etapa de rápido crecimiento que requiere de una gran cantidad de energía, obtenible con combustibles muy contaminantes, como carbón, será difícil exigirles que renuncien a seguir sacando de la pobreza a millones de sus ciudadanos. Fue justamente por los bajos niveles de ingreso por habitante de ambos gigantes que el Protocolo de Kyoto los eximió de tomar medidas drásticas para reducir sus emisiones de gases invernadero, como las que se han impuesto a las economías avanzadas. Y a pesar de que contamos con leyes contaminantes, que en nuestro caso se aplican parcialmente, ni México ni Brasil tampoco estamos muy dispuestos a renunciar al desarrollo.

Se requiere un esfuerzo global para comenzar a caminar hacia un tipo de desarrollo "verde", como el que realiza el IPCC, organismo que conviene examinar con más detalle en otra ocasión.

Profesor investigador de El Colegio de México



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