Siendo de tal naturaleza la situación, lo menos que se puede esperar de quienes rigen los destinos de este nuestro tan golpeado ente republicano es una consagración permanente en el afán de impedir que se deteriore más aún.
Pero resulta que es precisamente por este lado por donde las cosas flaquean o simplemente no se dan. Un manejo de la situación peligrosa en que estamos colocados no se ve. Más parece que se tiene dejada al azar la confrontación con nuestros problemas viejos y dificultades de nueva data.
De paseo se encuentran nuestros gobernantes mientras la crisis se acentúa, amenaza consumir al país y con él, a nosotros sus afligidos ocupantes. Ya no es por casualidad que el jefe del Estado aparece compartiendo testeras encumbradas en banquetes y otras encopetadas sesiones sociales fuera del país, mientras en casa nos sentimos prácticamente a punto de ser comidos por el tigre. Se tiene más bien la impresión de que nuestro mandatario huele a la legua las crisis, y se manda a mudar con alas y buen viento, dejándonos en casa para que nos mordamos el pecho unos a otros.

La prensa gráfica nos ahorra de mayores comentarios. De una parte, las multitudes nuestras, frustradas, amenazantes o suplicantes, implorando o demandando iracundas, y de otra, el jefe del Estado sonriente, bien maquillado, compartiendo estelarmente los puestos claves del banquete o de la recepción, como si fuese el despreocupado representante del país de Jauja. Aquí, para el pueblo aguantador, todo lo amargo de la hora presente. Allí, del otro lado de nuestras fronteras, para el jefe del Estado, lo gratificante del gran mundo con lo más selecto, exquisito y caro en materia de bebidas y comidas y acompañamientos de rigor.

Que recordemos, no ha habido función, ni siquiera de títeres, en la que no hubiese dicho presente el primer mandatario de la nación. Ha estado en todas ella con la cara iluminada por una amplia sonrisa de felicidad que sería bueno averiguar a dónde la adquirió porque, ciertamente, a la generalidad de la ciudadanía, se le perdió ese rasgo y se le seguirá perdiendo, tan pronto tome noción de nuestros tremendos dramas sociales y económicos en particular.

Hay dificultades que no se pueden remediar yéndose de parranda y dejando gordos sermones verbales o escritos que, para colmo de males, son de muy difícil digestión. Hay dificultades que, entre todos, con abnegación, deben ser examinadas, identificadas y, por supuesto, tratadas hasta superarlas. Es de irresponsables en grados extremos, cerrar los ojos ante estas dificultades y mandarse a mudar para cambiar de aires o alternar con los cogotudos del otro lado de nuestras fronteras. Contradictoria resulta la imagen del gobernante departiendo sonriente y feliz con sus pares, mientras su pueblo no da pie con bola en la lucha por la subsistencia cada vez más áspera.

Y cuánto le cuesta al país cada paseo presidencial. Menos mal que todavía, según parece, nos sigue lloviendo platita ya se sabe de dónde.