El voto latino entregó a Barack Obama el triunfo en estados como Nuevo México, Colorado, Nevada y la Florida; no obstante, ahora que comienza la repartición del pastel del poder no hay más que una figura prominente latina que, al escribir este texto, estaría en el gabinete: el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson.

El liderazgo hispano dio su apoyo para que Richardson ocupara la Cancillería de EU (Secretaría de Estado). Su impresionante carrera y conocimiento lo hacían un candidato de lujo para esa posición. ¿Qué pasó? En una maniobra incomprensible, el presidente electo se inclinó por su acérrima rival durante la campaña por la candidatura demócrata, Hillary Clinton, para guiar la diplomacia. Las expectativas de Richardson se redujeron a la Secretaría de Comercio, una posición importante pero que no tendrá el lustre del relanzamiento de la política exterior que tratará de revertir el deterioro causado a la imagen del país durante la administración Bush.

Es obvio que Richardson perdió una importante partida. Siendo amigo y ex colaborador de Bill Clinton, prefirió a Obama sobre Hillary en la campaña, decisión por la que fue considerado traidor y oportunista. Los mismos latinos no lo apoyaron mientras duró su breve precandidatura porque, con excepción de la gente de Nuevo México, no es un hispano conocido ni era identificado como latino con su nombre “gringo”, sin importar tener origen mexicano, haber vivido en el DF y hablar un español perfecto.

Entre su experiencia internacional, Richardson logró desactivar conflictos internacionales y/o negociar con personajes como Saddam Hussein, y el régimen totalitario de Corea del Norte. Con esas habilidades seguramente le hubiera gustado ser el primer diplomático de la Nación. En su lugar, llevará la agenda comercial en tiempos en los que el proteccionismo aprieta a Obama. Los sindicatos estadounidenses dieron su apoyo político y económico al hoy presidente electo y le cobrarán la factura demandando límites a la apertura en los mercados internacionales.

Durante la campaña, un asesor de Obama conversó con autoridades canadienses en Chicago, donde les aseguró que los discursos de su jefe sobre renegociar el TLCAN eran pura retórica. Después de que se hiciera pública esta charla el asesor renunció. Desde entonces Obama no se ha deslindado de sus presuntas intenciones para renegociar el tratado.

Si Obama cede a las presiones proteccionistas, será Richardson a quien le tocará el papelón de hablar con las autoridades mexicanas para decirles que el TLCAN será maniatado. Este connotado latino que sí comprende la importancia de las relaciones de su país con América Latina se convertiría en portavoz de malas noticias.

¿Cómo defenderá Richardson el TLC negociado por su país con Colombia, siendo éste un acuerdo parado en el Congreso de EU gracias a la demagogia del liderazgo de su partido demócrata? ¿Con qué cara le dirá al presidente Felipe Calderón que el TLCAN habrá de ser “complementado” con reglas laborales y ambientales, que en realidad son proteccionismo puro?

Si Obama cree que con poner a Bill Richardson en una Secretaría de Comercio inclinada al proteccionismo le pagará los votos a los latinos que lo llevaron a la Presidencia, estaría muy equivocado. Así como piensa nominar al primer procurador afroestadounidense, y así como incluyó a miembros de ese grupo étnico en su equipo económico, de la misma forma debe incluir a hispanos en posiciones clave de su administración.

Obama será el primer presidente proveniente de una minoría étnica en Estados Unidos, por lo que debemos esperar, o más bien demandar, que sea más incluyente con quienes formamos la primera minoría demográfica: los latinos, en vez de repetir clichés rancios que describen al voto hispano con motes mercadotécnicos. En una democracia representativa los votos se materializan en posiciones de poder. Si Obama no suma a los latinos habrá comenzado mal su administración para este grupo en Estados Unidos, y para América Latina en el plano internacional.

Alanda@Tribune.com

Jefe de la página editorial del diario HOY