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31/01/2009 | La corrupción aquí y allá

Antonio Rosas-Landa Méndez

La corrupción no es exclusiva de ningún género, inclinación política o nacionalidad. Cualquiera puede caer en la tentación de buscar beneficios con acciones deshonestas. No obstante, la diferencia entre un Estado sólido y uno con tendencias fallidas es la respuesta que da a las corruptelas. La impunidad genera desencanto con las instituciones, y si las cosas no cambian la situación deriva en un cinismo que hace de la ilegalidad un estado cotidiano.

 

La función pública, especialmente en los partidos, sufrió los más altos índices de corrupción por sobornos entre 2004 y 2007, según Transparencia Internacional. Por tanto, si sabemos donde está el problema, ¿por qué hemos fallado en prevenir o castigar estos comportamientos?

Los medios mexicanos han difundido en el pasado grabaciones de políticos transando operaciones ilegales, lo que en cualquier otro país con estándares de apego a la ley habrían puesto en la cárcel a estos personajes o, al menos, habrían marcado el final de sus carreras.

¿Quién no recuerda a un René Bejarano que se metía en las bolsas del saco fajos de billetes? ¿Ya se olvidó la conversación del líder del Partido Verde inquiriendo más soborno para favorecer a unos inversionistas con un gobierno municipal de su partido? ¿Cuáles fueron las consecuencias para el gobernador Mario Marín por sus coloridas conversaciones con el “rey de la mezclilla”?

Quizá el siguiente caso sirva para que mis compatriotas no olviden que hay esperanza cuando se tiene la decisión y se actúa.

El gobernador de Illinois, Rod Blagojevich, fue juzgado y destituido por el Congreso estatal. Despreciaba leyes y procedimientos, chantajeaba a los otros poderes y tejió una red en la que intercambiaba acciones de gobierno por “donaciones privadas de campaña”; pero su fechoría cumbre fue tratar de vender la silla en el Senado federal que dejó vacante el presidente Obama. A Blagojevich como al góber precioso lo grabaron en conversaciones impúdicas.

El Congreso estatal lo enjuició políticamente. Él rechazó defenderse durante el proceso y desplegó un circo en programas de tv y radio para argumentar “su inocencia”. Le espera la desgracia pública y personal. En un par de meses otro juicio, el criminal, comenzará para probar su abuso de poder. Sin importar que fuera el Ejecutivo del estado donde surgió el actual presidente, tiene grandes posibilidades de acabar en la cárcel.

A los estadounidenses les importa preservar el imperio de la ley; incluso en sus series de tv, desde Columbo hasta La ley y el orden, presentan una visión en la que los malos serán descubiertos y castigados por un sistema judicial imparcial. Muestra cultural de sus valores a través de la ficción.

No pretendo idealizar a EU como la tierra de la perfección; al contrario, es un país con terribles deficiencias. Pero la diferencia con naciones como México es que cuando alguien viola la ley y es descubierto puede pagar caras sus fechorías.

En el estudio “México y el mundo”, del CIDE, se afirma que los mexicanos no queremos parecernos a ningún país por primermundista que éste sea; deseamos es mantener una identidad propia. Excelente el espíritu nacionalista, pero debemos entender casos comparados de la lucha contra de la corrupción en otros países pues nos son de utilidad. Marín sigue gobernando Puebla, el Niño Verde presidiendo el PEVM y Bejarano renace como operador del PRD. Mientras, en Illinois, un gobernador corrupto cayó del puesto que la gente le confirió y podría acabar en prisión.

Limpiar a México de la corrupción no depende de que aquellos con poder se transformen instantáneamente en ciudadanos ejemplares; es la sociedad y el cambio individual lo que hace la diferencia. Al transformar los comportamientos y fomentar la organización comunitaria podremos empujar a legisladores y gobernantes para renovar leyes e instituciones. Nada es eterno, ni el cáncer de la corrupción. Usted decide cuándo acabará.

Alanda@Tribune.com

Jefe de la página editorial del diario ‘Hoy’

El Universal (Mexico)

 



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