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15/03/2009 | España - El médico Etarra que estudiaba y mataba

Javier Gómez

EL DOCTOR MUERTE: Su juramento hipocrático era salvar vidas. 50 días antes de presentarse a los exámenes del Mir, que aprobó raspado, le había pegado dos tiros al empresario Uría.

 

Juro por Apolo, por Asclepio y por Higía y Panacea, y por todos los dioses y diosas del Olimpo, tomándolos por testigos, cumplir este juramento según mi capacidad y conciencia: [...] Que aplicaré mis tratamientos para beneficios de los enfermos, según mi capacidad y buen juicio, y me abstendré de hacerles daño o injusticia».

Cinco disparos del 9 Parabellum (cabeza, cuello, pecho, pecho, cabeza, en orden) atornillaron el cuerpo de Isaías Carrasco al asiento delantero de su coche. Su mujer y su hija tapaban con sus manos los orificios por los que resbalaba su último resuello, mientras Beñat Aguinagalde Gartemendia escapaba, con paso acelerado y barba postiza, de aquel callejón de Mondragón, un 8 de marzo de 2008.

Tres meses después, Beñat, recién laureado en Medicina, entonó, suponemos que con orgullo, el final del juramento de Hipócrates: «Si fuera fiel a este juramento y no lo violara, que se me conceda gozar de mi vida y de mi arte, y ser honrado para siempre entre los hombres. Si lo quebrantara y jurara en falso, que me suceda lo contrario».

No debe de ser supersticioso Beñat, que el pasado 4 de diciembre le estampó presuntamente dos tiros (frente y pecho) al empresario Ignacio Uría en Azpeitia, según la Ertzaintza. Los expertos policiales determinaron que el asesino de Carrasco y Uría era un buen tirador.De seguro conocía la anatomía humana.

Durante los meses en que se empleó como ejecutor del comando más mortífero que ha tenido ETA después de la tregua, Beñat Aguinagalde, 24 años, era uno más de los 140 licenciados en Medicina que prepararon el examen del MIR en la Academia CTO de Pamplona. Un chico reservado, al que todos en aquel curso conocían como «Beñat el alto». Aitor no termina de creerse que aquel aprendiz de médico, fortachón, alto y siempre vestido con ropa deportiva y de montaña, fuese un terrorista de bregado currículum: «¡Pero si era un pan sin sal!».

LA COARTADA PERFECTA

El 24 de enero, 140 jóvenes aguardan con inquieto silencio que se abran las puertas del aula 3A02 de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. «¡Aguinagalde, Beñat!». Cabeza alfabética de lista, es el primer nombre pronunciado por los profesores. Coloca su botella de agua y sus dos bolígrafos en el extremo de la fila delantera y espera que se llene el aula.El último en entrar fue Marquina. Los restantes 70 apellidos, entre la M y la Z, pasaron a una estancia contigua.

Con jersey azul, gesto atento y gafas, Beñat escucha las instrucciones de los profesores, como prueba la fotografía que ilustra este reportaje. Fueron 250 preguntas en cinco horas de prueba. La primera, sobre la metaplasia columnar del esófago. La última, sobre una mujer de 40 con diabetes Mellitus tipo I a la que se le realiza una biopsia intestinal.

Su resultado, 110 aciertos y 83 fallos, para una pobre puntuación final de 29,260, como publicó EL MUNDO el pasado jueves. Coeficiente que, sin embargo, le habría permitido obtener un puesto de médico residente. Un periodo mínimo de tres años en un hospital, a razón de 1.100 euros de sueldo mensual más las guardias. Beñat prefirió los 600 mondos y lirondos que ofrece ETA a sus asalariados, horas extraordinarias no pagadas.

Beñat, natural de Hernani (Guipúzcoa), estudió Medicina en la Universidad del País Vasco. El primer ciclo en Bilbao y el segundo, entre 2005 y 2008, en el Hospital Donostia de San Sebastián.En ambos lugares se inscribió en el grupo de euskera, que en ámbitos universitarios tiene menos prestigio docente. Según recuerda un ex estudiante de un curso superior que lo conoció en San Sebastián, Beñat decía que le daba igual su nota porque sabía que, con el euskera, tendría plaza asegurada tras el MIR. De hecho, tras el último examen, quedaron 12 plazas vacantes en Euskadi.

Acabada la licenciatura, decidió preparar el MIR en Pamplona, un curso extensivo de ocho meses que comenzó el pasado junio.Se trasladó a un piso en el casco viejo de la capital navarra, que compartía con un compañero de clase. Una tapadera perfecta para un «miembro legal» de ETA -los no fichados por la Policía-.

«¿Cómo iba a imaginarme que alguien que lleva seis años estudiando para ser médico se dedicaba a matar gente en sus ratos libres?», comenta, sorprendido, Iker, que compartió horas de clase con el etarra.

Pero o Beñat no estaba muy convencido de querer pasar a la clandestinidad, o llevó la tapadera hasta sus últimas consecuencias. Hace mes y medio, sólo días antes de echarse al monte, presentó la instancia para cumplir sus tres años de especialización en la Clínica Universitaria de Navarra, perteneciente a la Universidad de Navarra -privada y propiedad del Opus Dei- contra la que su comando había atentado meses antes con un coche bomba. Esta semana habría debido acudir a una entrevista personal.

Desde el asesinato de Isaías Carrasco, la víspera de las elecciones generales, el comando de Beñat, pluriempleado por la ausencia de efectivos de ETA, cometió 14 atentados en Guipúzcoa. Lo dirigía el liberado Iurgui Garitagoitia y estaba formado por tres miembros tapados o legales: Mánex Castro, detenido el 1 de marzo, Ugaitz Errazkin y el propio Beñat.

Tenían como centro operativo Hernani, gobernado por ANV. El mismo pueblo en que él y Errazkin se habían conocido de pequeños. Un apartamento y un garaje en esta localidad del corazón de la Guipúzcoa abertzale les servían de cocina para preparar los artefactos explosivos.

Aunque el médico de ETA evitaba hablar de política en clase, en su pueblo dio rienda suelta a sus convicciones desde la adolescencia como miembro de Ikasle Abertzaleak, sindicato estudiantil del entorno batasuno. Fuentes antiterroristas aseguraron a Crónica que no se sorprendieron al conocer la identidad del asesino de Carrasco y Uría, porque figuraba desde joven en sus listados de radicales. La policía vasca desactivó el comando tras descubrir una huella de Mánex Castro en un repetidor que había sufrido un atentado en los montes que rodean Hernani. Los mismos que Beñat conocía perfectamente y a los que iba a menudo, también sin pasamontañas.

«NI CEREBRO, NI HOSTIAS»

Desde febrero, los compañeros de Beñat en Pamplona dejaron de verle. Tampoco volvió a casa de sus padres en Hernani -que fue registrada por la Ertzaintza la semana pasada-. Había saltado a Francia, junto al resto de fugados de su grupo.

En un primer momento, sorprendió mucho a los expertos policiales ver entre las filas de ETA a un cerebrito. Desde hace años, las nuevas camadas de pistoleros tienen una formación intelectual famélica. Son carne de borroka desde la infancia y no se molestan en emprender estudios universitarios.

Beñat, sí. Pagó 2.436 euros por el curso intensivo de preparación al MIR de la Academia CTO. Más los 300 euros aproximadamente que le costaba su habitación en Pamplona. Dinero que probablemente le aportaba su familia, porque ETA no beca a sus alfiles, salvo para cursillos de bombas y disparos.

Puede que el grado de licenciado le otorgase cierta preeminencia entre el resto de aspirantes a etarra, pero desde luego no brillaba en las clases de preparación al MIR.

-«Ni cerebrito, ni médico vocacional, ni hostias. Era más bien lento y a la causa de la medicina no se entregaba», comenta, algo enojado, Aitor.

Una opinión corroborada por Iker: «Con el resultado que sacó, la verdad es que no se mató a estudiar... [hace una pausa, como si se le hubiese atragantado el verbo]... igual porque estaba estudiando cómo matar».

Entre sus compañeros, todos conocían sus ideas, pero nunca se le oyó un comentario acerca de ETA. «Era abertzale, pero de los normalitos», dice uno de ellos. El ritmo del curso, con las 12 horas lectivas semanales concentradas en un solo día, los sábados, permitía a Beñat una libertad absoluta de horarios.

En los cuatro descansos de media hora no elegía a sus compañeros de almuerzo por su tendencia política. Se juntaba con los guiputxis (la quincena de estudiantes venidos, como él, desde Guipúzcoa, para preparar el MIR en Pamplona). Ya se sabe que el nacionalismo le da más importancia al territorio que a la lógica de las ideas.

Los profesores piden a los alumnos del MIR que estudien una media de ocho horas diarias. A una de las chicas que hizo el examen con él no le cuadran las cuentas: «¿Estudiaba hematología, luego bajaba, ponía la bomba, y después volvía para seguir estudiando cardio...?».

No se sabe si después de colocar una bomba, como las que su comando puso en las sedes socialistas de Elgoibar y Lazkao o en el juzgado de Bergara, Beñat amansaba su adrenalina hincando los codos.Pero sangre fría no le faltaba. En septiembre, acudió a la Delegación de Gobierno del Pamplona, plagada de policías, para presentar su inscripción al MIR, junto con su DNI y el resguardo del ingreso de 33 euros, las tasas del examen.

CAYO LA VALLA

No se entiende que una persona que estudia cómo salvar vidas termine quitándosela a otras con tiros a quemarropa. Quizás el sueño de Beñat el alto era figurar, como muchos de esos etarras a los que idolatraba, en las paredes de su pueblo, Hernani.

En Mondragón, allí donde él dio plomo al ex concejal socialista Isaías Carrasco, había una de esas vallas para loor de los que, como Beñat, se convirtieron en porteadores de la diana. Esos con derecho a decidir quién puede vivir y quién no. Unai Parot, María Asunción Arana, José Ignacio Gaztañaga Vidaurreta y otros 14 retratos, que la viuda y los tres hijos de Isaías Carrasco veían cada vez que pasaban delante de la verja del Banco Guipuzcoano.El viernes, tras la denuncia de este periódico, la Ertzaintza retiró la que se conocía como «la valla de la vergüenza».

El posible futuro lehendakari, Patxi López, socialista como Carrasco, anunció que si gobierna no habrá en Euskadi espacios «para que se dé cobertura, se aplauda o se justifique la violencia». Igual Beñat se queda sin su valla.

Donde no tendrá una placa honorífica será en la Universidad de Navarra. No le importó colocar una bomba contra la misma institución en la que se había inscrito para hacer el MIR. Quizás por remordimientos, los 50 kilos de explosivos que portaba el coche bomba estallaron, el 30 de octubre, en el centro del campus, a 500 metros del pequeño altiplano donde está la zona de ciencias y donde decenas de sus compañeros estudiaban en aquel momento.

Los que han aceptado hablar para Crónica en este reportaje lo han hecho a condición de emplear nombres ficticios. Consideran que si ya estuvo a punto de matarles una vez, podría intentarlo una segunda. Saben que la palabra de Beñat vale bien poco. Que se lo digan a Hipócrates.

Con información de Tomás Fernández Auz

El Mundo (España)

 


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