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15/10/2009 | La nueva arma de Al Qaeda: la primera bomba supositorio

Javier Gómez

El terrorista de Al Qaeda fingió arrepentirse y propició una entrevista con un príncipe saudí. Nadie sospechó lo que escondía en el recto. Quedó hecho papilla e inauguró un nuevo método perverso.Los troyanos, buenos combatientes pero píos y crédulos, no desconfiaron de aquel desmesurado caballo de madera. Se tragaron que era una ofrenda a Atenea y que los aqueos lo habían abandonado en su azogada huida. Le abrieron sus portones y murallas. Contemplaron con gesto admirativo su botín de guerra. Y se fueron tranquilos a beber y a dormir, tras 10 años cercados.

 

A las autoridades saudíes, pías y crédulas, les pasó lo mismo con Abdulá al Asiri. Le introdujeron en las estancias de la corte de Ryad. Le agasajaron con gestos admirativos. Contemplaron orgullosos su botín de guerra. Y les pasó como a los pobres troyanos, pero esta vez no fue un mito glosado por Homero. La sala de recepciones del palacio del príncipe Mohamed Bin Nayef retumbó el 28 de agosto cuando un cuerpo enjuto le explotó en las mismas narices a su alteza saudí.

Ulises y sus valerosos guerreros helenos surgieron del vientre del caballo. El explosivo plástico de Al Qaeda estaba alojado un poco más abajo. Exactamente, en el recto de Abdulá al Asiri.

Más de 30 siglos después, la guerra sigue siendo cuestión de imaginación. A nadie se le había ocurrido, antes del 11-S, el amplificador de miedo que supondría estampar dos Boeing-767 contra sendos rascacielos. Una idea tan maléfica como brillante y barata.

Desde 2001, la sociedad internacional mejora su protección contra el terrorismo, pero Al Qaeda también progresa. Y su última invención ha sido el supositorio explosivo. Abdulá al Asiri fue el primer hombre-bomba de la Historia en cobijar el explosivo en el interior de su propio cuerpo, demostrando que Al Qaeda se adelanta a los servicios antiterroristas, pero también a los guionistas de Hollywood.

Igual que las mulas del narcotráfico transportan bolas de cocaína, Abdulá al Asiri se introdujo por el ano entre 100 y 450 gramos de explosivo plástico, un detonador -equiparable a un cigarrillo metálico- y una fuente de energía que pudiese activarlo. Descartadas la mecha lenta (por motivos obvios), el temporizador (ignoraba cuándo tendría que activar la bomba) y el teléfono, lo más probable es que fuese un busca o un MP3. Acertó con su innovador método. Falló la capacidad de almacenamiento.

UN KILO EN EL RECTO

El dispositivo bastó para reventar en 70 trozos al iluminado Abdulá, pero el artefacto humano sólo hirió levemente al príncipe saudí, a pesar de que éste se encontraba a unos dos metros de distancia. «La escasa carga, unida a la ausencia de metralla y a la amortiguación del propio cuerpo restan potencia mortífera a la idea, pero si hubiese aumentado la cantidad de explosivos o lo hubiese detonado en un coche, podría haber tenido éxito», explica a Crónica un Tedax con varios lustros de experiencia.

No es descartable que Al Qaeda esté en condiciones de probar supositorios explosivos de más capacidad. El pasado julio, la Policía detuvo en el aeropuerto de Barajas a un holandés de 60 años con un kilo de cocaína escondido en el mismo sitio.

Abdulá Hasán al Asiri nació hace 23 años en Ryad, en una familia muy religiosa de ocho hermanos . El padre sirvió 40 años en el Ejército y ha contado que su hijo fue «un modelo de rectitud». Siempre llamaba a la oración y a veces hasta dirigía las plegarias a pesar de ser un pipiolo. Su hermano Khalid Ibrahim le fichó para Al Qaeda. Y el abnegado Abdulá escaló con rapidez, hasta convertirse en uno de los 85 islamistas más buscados de la Península Arábiga.

Escondido en la región yemení del Mi'rib, contactó con las autoridades saudíes haciendo creer que quería rendirse y acogerse al programa de rehabilitación de alqaedistas del reino suní. Le creyeron y se fijó una cita en Najran, junto a la frontera, hasta donde llegó vía aérea y ya con la bomba en su invisible escondite. Allí fue recogido por el jet privado del príncipe (responsable del antiterrorismo saudí), que le trasladó al palacio de Jeddah. En los aeropuertos no detectaron el explosivo. Después, pasó más de 30 horas en la residencia principesca bajo mirada de los servicios de protección a la espera de que Bin Nayef le recibiese. Lo que ocurrió en una ceremonia nocturna. Es decir, aguantó dos días sin deponer y con una mascletá letal en el aparato digestivo.

Se sentaron uno junto al otro. Abdulá pidió perdón y reveló que otros yihadistas querían imitar su arrepentimiento. Propuso al príncipe llamarlos allí mismo para que hablase con ellos. Le tendieron un teléfono. Marcó. Cuando descolgaron, pronunció la frase convenida: «Tu visión se hará realidad según la voluntad de Alá. Que Alá te traiga buenas noticias». Al terminar la última palabra, y antes de que el interlocutor replicase el mismo santo y seña, sonó un bip procedente de una oquedad. Catorce segundos después, llovió una papilla de entrañas. De un boquete en el techo quedó tendida una mano. Alguna ventana salió de sus goznes.

Al Qaeda grabó la conversación, igual que un vídeo con Abdulá, días antes, explicando de buen rollo lo contento que estaba de estrenar tan original método terrorista, y expandió el making of por Internet.

«El único límite para los terroristas es su imaginación. Pero me parece más un método puntual que un cambio de paradigma», afirma Fernando Reinares, investigador del Real Instituto Elcano y autor de Terrorismo global. Cada mes se producen entre 200 y 400 atentados terroristas en el mundo con Al Qaeda como núcleo central.

Los servicios de inteligencia analizan esta amenaza, indetectable en aeropuertos. Una minibomba como la de Abdulá abriría un butrón en cualquier fuselaje. Los expertos llevaban tiempo temiéndoselo. La web HStoday.us elaboró un informe en 2008 donde contemplaba este método, junto a otro más rebuscado: embarazadas bomba con prótesis repletas de explosivos en el bombo.

Como escribe Martin Amis en El segundo avión, hablando del 11-S: «Los autores del terror eran moralmente bárbaros [...] pero aportaron una sofisticación demente a su acción». Los métodos cambian. Pero el tiempo sigue detenido.


El Mundo (España)

 


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