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12/08/2010 | México - Seguridad y miedo

Jose Luis Valdés Ugalde

México sigue inmerso en el medio de una crisis de inseguridad sin precedentes.

 

Por su discurso de ayer y después de haber previamente afirmado con contundencia que no lo haría, el presidente dio un giro de 180 grados en su estrategia de seguridad. ¿Falló la que había impuesto?, ¿recurre a una nueva estrategia por la crisis de credibilidad que ha tenido la actual en su implementación?, ¿lo sensibilizó el diálogo social iniciado casi cuatro años después de impuesta?, ¿es éste un movimiento político electorero con miras a la presidencial de 2012? Cualquiera de las respuestas a estas preguntas encierra una importante gravedad que obliga a que nadie tome con ligereza las perspectivas reales que en consecuencia se impondrán en los próximos meses.

Lo cierto es que al lado de este novedoso e inesperado, aunque explicable cambio, el país sigue inmerso en el medio de una crisis de inseguridad sin precedentes. México está siendo secuestrado por el miedo social y político. La estadística del miedo se incrementa dramáticamente en todo el país sin excepción, la gente de las ciudades y pueblos del interior de la República ha preferido no salir de su ámbito doméstico más íntimo por miedo a ser baleado, secuestrado, asaltado, asesinado, extorsionado. Los posibles candidatos a puestos de elección y a nombramientos oficiales se muestran renuentes a aceptarlos Estamos también sumidos en una crisis de confusión. Como se ha dicho en este espacio y con el ánimo de un ejercicio de reflexión ante las noticias recientes, no hay que olvidar que el gobierno, en una acción de Estado sin precedentes, decidió hace tres años declarar la guerra abierta a la inseguridad, pero hasta ahora convoca al diálogo, que aunque es un signo importante de tolerancia, resulta extemporáneo y probablemente poco efectivo como coadyuvante al mejoramiento integral de la exhausta estrategia calderonista en este terreno. Se decidió también hace tres años perseguir militarmente a los cabecillas del hampa, capturarlos, matarlos y extraditarlos a EU, pero es sólo hasta ahora -a pesar de las recomendaciones de la ONU al respecto- que se repara en la importancia de quebrarle el brazo financiero, interceptar sus rutas de trasiego de drogas y de dinero, e implementar una ofensiva a través de la inteligencia hacendaria, aduanal y eventualmente política para minarles su poder operativo; también ésta una acción tardía y extemporánea en virtud de que es una operación que los cabecillas del hampa previeron a tiempo y se protegieron mejor de ella en la primera mitad del sexenio. Paralelamente, es sólo hasta ahora que se empieza a concebir la depuración de las policías y la creación de una policía nacional y homogénea, única manera de tener la fuerza y el éxito en una iniciativa de tal envergadura. Es decir, en 2008 se les avisó a gritos a los capos y de pasada a nosotros, a quienes no se nos consultó, que se iba por ellos (y de alguna manera se les previno) y desde entonces el Ejército está en la calle agobiado y posiblemente muy desgastado, sin haber podido encargarse plenamente del entrenamiento de una policía profesional única y con mando centralizado, debido a que no se legisló a tiempo, a que la institución armada ha estado desbordada, ya que la Conago, la corporación de alcaldes y algunos sectores de la clase política presentaron en forma irresponsable enormes resistencias. Así, la guerra continúa y es muy probable que nos esperen por lo menos diez años de más de lo mismo. Los niños de hoy, adolescentes mañana, crecerán, no en los parques o el espacio y la plaza públicas de nuestras ciudades, sino confinados a sus casas y a la protección que la familia, la escuela o las iglesias les puedan ofrecer de las 23 acciones delictivas que en forma cada vez más activa realiza el crimen organizado y que ya conocíamos. Estas acciones, tales como la piratería, el fraude en sus muchas versiones, el contrabando, el secuestro, el lenocinio, la extorsión, la pornografía, el robo de vehículos, el tráfico de personas, pues, han penetrado y vulnerado (mientras se perdía el tiempo en Los Pinos) el tejido social y político irremediablemente. El miedo, como forma de vida y crónica de nuestra decadencia cotidiana, ha demostrado que, desde que se inventó la topografía del terror por el nazismo y los militarismos, sólo produce más miedo y más descomposición social y política. La misión del Estado y de la política es tener una estrategia civilista, virtuosa, ecuánime e incorruptible para acabar con el miedo atacando sus orígenes estructurales y luego sus efectos, atendiendo primeramente los sentimientos de la nación y nunca medrando con él para sumar consensos políticos en forma ficticia.

*Profesor investigador visitante,

División de Estudios Internacionales del CIDE

jlvaldesugalde@gmail.com

Excelsior (Mexico)

 


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