El presidente volvió de Nueva York, de su reunión con grandes inversores en deuda soberana, con el mensaje de que la crisis de deuda es historia, que el síndrome griego está superado. Quizá confunde deseos con realidad, la crisis va para largo, la confianza de los mercados tardará en recobrarse. Cualquier incidente, por nimio que sea, pone en ascuas a los actores del mercado, sube precios y limita flujos. Ahora el síndrome se llama Irlanda: el tigre celta, que asombró al mundo con crecimientos espectaculares que elevaron la renta per cápita irlandesa por encima de la británica, tropezó con una burbuja inmobiliaria y financiera. La crisis bancaria irlandesa requiere ayudas masivas del Estado y eleva las primas de riesgo propias y de otros países en circunstancias similares.
Y entre los atropellados por la burbuja inmobiliaria y sus secuelas financieras, está España, cuya deuda se encareció en la última subasta de letras. No es alarmante, tipos a tres meses del 0,71% y 1,2% a medio año, son envidiables, pero de eso a decir que volvió la calma, va mucho trecho. Felipe González señaló esta semana en Barcelona, en Esade, que la crisis financiera puede replicarse y que la salida será lenta y dura. El mensaje de ciudad alegre y confiada no contribuye a asumir la realidad para luego salir del agujero.