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26/11/2010 | Las políticas económicas de Obama también son impopulares en el extranjero

Daniel T. Griswold

Noviembre ha sido un mes difícil para el presidente Obama y sus políticas económicas. Después de sufrir una “paliza” por parte de los votantes en las últimas elecciones, el presidente encontró resistencia a sus políticas comerciales mercantilistas en la cumbre del G-20 en Seúl.

 

En los asuntos comerciales que promovió en la cumbre del G-20 —ejercer mayor presión sobre China por su moneda y lograr un compromiso difícil con Corea para finalizar un acuerdo comercial— sus propuestas fueron ampliamente rechazadas. El New York Times, diario normalmente solidario con el presidente, tituló su página principal el viernes 12 de noviembre así: “La perspectiva de Obama fue rechazada en un escenario global: China, Gran Bretaña y Alemania retan a EE.UU. —Las negociaciones comerciales con Seúl fracasan, también”.

Gran parte de los analistas concuerdan que China debería seguir moviéndose hacia una moneda más flexible y aquello, probablemente, resultaría en un yuan más fuerte. Pero nadie acompaña a la administración de Obama en su insistencia de que la moneda de China es el principal obstáculo para una recuperación global.

Los líderes globales rechazaron, correctamente, la idea de la administración de fijar un tope de 4 por ciento sobre los superávits y déficits en la cuenta corriente. El Ministro de Economía de Alemania, Rainer Bruederle, denominó la propuesta “una planificación central al viejo estilo”, una respuesta punzante por parte de Europa Continental.

El punto bajo de la visita, sin embargo, fue el fracaso de Obama de lograr un acuerdo con sus anfitriones coreanos acerca de las persistentes objeciones de su administración al tratado comercial con Corea.

Negociado durante la administración de George W. Bush y firmado en 2007, el acuerdo eliminaría casi todas las barreras comerciales entre las dos naciones cuando esté completamente implementado. El acuerdo ha sido demorado por más de tres años debido a objeciones en el congreso acerca de sus provisiones para automóviles.

Los representantes, con sensibilidades acerca de los tres productores de automóviles de Detroit, dicen que este acuerdo no haría lo suficiente para eliminar las barreras no arancelarias a las exportaciones de autos estadounidenses hacia Corea. Ellos culpan a las barreras comerciales coreanas por el hecho de que los estadounidenses compran muchos más carros importados de Corea y no viceversa. Se volvió evidente durante esa cumbre, conforme el presidente y los negociadores estadounidenses presionaban a los coreanos, que su objetivo no era solamente o principalmente abrir más el mercado coreano, sino demorar una mayor apertura del mercado estadounidense.

Respondiendo al pedido del Sindicato Unido de Trabajadores de Automóviles (UAW, por sus siglas en inglés), Ford y Chrysler, el presidente presionó a los coreanos para aceptar la demora de la desgravación gradual del arancel estadounidense de 2,5% sobre los autos importados y de 25 por ciento sobre los camiones. El UAW incluso está pidiendo una provisión de salvaguarda específica para los autos, la cual permitiría que aranceles especiales sean impuestos si las importaciones coreanas crecen demasiado rápido para la conveniencia de los productores estadounidenses. Los coreanos, estando en lo correcto, rechazaron dar un paso atrás en las provisiones de apertura de mercado del acuerdo.

Las negociaciones también se enfrascaron en el pedido de la administración de Obama para que Corea relaje sus estándares de emisiones y de millaje para que los productores estadounidenses puedan modificar de manera más fácil sus autos para el mercado coreano. Esta es la misma administración que insiste que todos los acuerdos comerciales deberían fortalecer los estándares ambientales y laborales de nuestros socios comerciales. Aún así, los negociadores estadounidenses presionaron al gobierno coreano para debilitar sus propios estándares mientras que la administración de Obama busca imponer estándares más altos de millaje y de emisiones sobre los autos vendidos en EE.UU. Nuevamente, los coreanos, de manera comprensible, se negaron a ceder en este punto.

En vez de enturbiar las aguas con sus demandas irracionales, la administración de Obama debería aceptar el acuerdo comercial con Corea como si fuese 95 por ciento bueno. La Comisión para el Comercio Internacional de EE.UU. calcula que el acuerdo, como está escrito, aumentaría las exportaciones estadounidenses en $10.000 millones al año cuando este sea completamente implementado. Esta sería una contribución importante al objetivo declarado del presidente de fomentar las exportaciones estadounidenses y crear empleos mejor pagados para los trabajadores estadounidenses .

Más allá de las oportunidades económicas perdidas, el mal manejo de las negociaciones con Corea es un severo golpe en el campo de la diplomacia. En la reunión del G-20 en Toronto en junio, el presidente prometió trabajar con el presidente coreano Lee Myung-bak para superar las diferencias en una reunión y presentar el acuerdo al congreso estadounidense para principios de 2011. Que Obama no haya cumplido esta promesa debilitará la credibilidad de EE.UU. en otras negociaciones comerciales, incluyendo las continuas negociaciones en la Ronda de Doha con 150 miembros de la Organización Mundial del Comercio.

Todavía hay tiempo de salvar al acuerdo comercial entre EE.UU. y Corea y de presentárselo al congreso que es, potencialmente, mucho más inclinado hacia el libre comercio y que se reunirá en enero. Pero por ahora, Obama ha elegido servir a los intereses obtusos de dos productores domésticos de autos y su sindicato en lugar de servir a los intereses estratégicos de todos los estadounidenses.

Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Times (EE.UU.) el 17 de noviembre de 2010.

El Cato (Estados Unidos)

 


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