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04/05/2011 | Perú - Keiko y Ollanta

Nicolás Pérez

Eres periodista, existe un tema interesante y lo desarrollas. Pero la pregunta del millón de dólares es, ¿debe primar en tu trabajo el impacto que tenga el tema sobre el lector o el grado de intensidad que despierte el tema en ti? En mi caso, solo escribo cuando existe un fuerte sentimiento involucrado. Y eso me obliga continuamente a decir verdades que no quiero decir, estar de acuerdo con criterios que debo rechazar, y criticar, como es el caso de este artículo, lo que no quisiera poner en tela de juicio.

 

Honestamente, el apoyo de Mario Vargas Llosa a Ollanta Humala me ha estremecido, y a pesar de los brillantes artículos de Carlos Alberto Montaner, Jaime Baily y Guillermo Descalzi, consciente de que voy a repetir argumentos sin decir nada nuevo, escribo sobre el hecho porque tengo un hueso atravesado en la garganta y tengo que escupirlo, es decir, necesito hacerme una cura de borrajas.

Que nadie piense que Mario Vargas Llosa, alguien con una vida plena de aciertos, por un infortunado error, ha perdido respeto ante mis ojos. Lo descubrí en Isla de Pinos en 1964 con su libro La Ciudad y los Perros. Y fue una experiencia única. No hay mejor lugar para tropezar con una inteligencia trascendental, un párrafo bien escrito o una historia magistralmente narrada que el presidio político porque allí todas las cosas espirituales se sobredimensionan. Lo bello y profundo echa raíces, te estremece el alma, y queda en ti, para siempre.

Desde entonces he leído todos los libros de Mario Vargas Llosa, uno siempre mejor que el anterior. Pero al mejor escribidor se le va un borrón, y a él se le fue uno enorme cuando opinó sobre las elecciones peruanas de segunda vuelta.

Somos esclavos de nuestra humanidad. Cada posición que asumimos es producto de experiencias anteriores, sean triunfos insignificantes o derrotas paquidérmicas. En un debate crucial, pocos días antes de las elecciones peruanas de 1990, Fujimori le recordó al novelista con una perversa zancadilla, que por su experiencia con las drogas no tendría fuerza moral para luchar contra el narcotráfico. El Nobel le respondió elegantemente: “Mi adversario vino con el sable de samurai y llega dispuesto a dar muchos golpes”. Fueron feos debates.

Es cierto que la gestión económica de Fujimori y la derrota que propinó a Sendero Luminoso no justifica su golpe de Estado, ni la corrupción galopante de su régimen, ni a Vladimiro Montesinos. Pero porque los padres coman uvas agraces, “¿los hijos deben padecer dentera?”. ¿Es serio que alguien de la solidez moral de Vargas Llosa crea realmente que si gana Keiko su padre saldrá de la cárcel para gobernar el Perú rodeado de un hatajo de corruptos, o peor aún, también piensa que Humala ha cambiado su simpatía chavista porque se ha rodeado de un think tank brasileño de seguidores de Inácio Lula da Silva? ¿Es posible que Vargas Llosa se haya olvidado de cuando Fidel Castro exclamó en 1959 enfurecido e indignado en la Plaza de la Revolución: “Pura propaganda, no soy ni jamás seré comunista”, o cuando conmovido aseguró en otro discurso: “Nuestra revolución es verde como las palmas”. Algo grave. Pienso que el premio Nobel peruano sabe perfectamente que cierta izquierda latinoamericana es capaz de decir la más burda mentira para llegar al poder.

El caso es que lamentablemente Vargas Llosa jamás debió haber descuidado su literatura ni debió entrar en una política sucia. Y no hay que ir más lejos, nos sobran perlas en el estado de la Florida sobre el tema. La empresa que dirigía nuestro actual gobernador Rick Scott tuvo que pagar 1.7 mil millones de dólares en multas para resolver problemas federales de fraude al seguro médico del Medicaid y Medicare. Nuestro representante David Rivera, apoyado a capa y espada por la plana mayor del Partido Republicano, tiene varias acusaciones de prácticas corruptas. Y el jefe de policía de la ciudad de Miami, Miguel Expósito, con la insólita circunstancia de las máquinas tragamonedas, trata al alcalde de la ciudad Tomás Regalado con un irrespeto insufrible. Con las excepciones que confirman la regla, la política es un asco.

La metáfora de Mario Vargas Llosa que en esta próxima elección peruana hay que elegir entre el cáncer y el sida es absurda. Cuando Dios creó al primer político autoritario y corrupto al estilo de Alberto Fujimori, el cielo estuvo de luto durante 72 horas. Pero cuando el mismo Dios creó al militar golpista latinoamericano al estilo de Augusto Pinochet, Hugo Chávez y Ollanta Humala, cien ángeles perdieron sus alas, y fueron a parar a los mismísimos infiernos. No es lo mismo la guitarra de Keiko Fujimori que el violín de Ollanta Humala. No es lo mismo bañarse paulatinamente, que Paulina se bañe en la tina.

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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