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07/03/2006 | Tres etapas de la economía española

Juan Velarde Fuertes

Desde que allá por el siglo XVI se inició el capitalismo y apareció la economía global, como acertaban a señalar Marx y Engels en los primeros párrafos del Manifiesto Comunista, nuestra economía ha pasado por tres etapas.

 

La primera es la imperial, de acuerdo con la acertada visión de Leandro Prados de la Escosura en ese libro magistral que es «De Imperio a Nación. Crecimiento y atraso económico en España, 1780-1930» (Alianza, 1988). La economía que dirigía Madrid, por ejemplo en tiempos de Felipe II, había de tener en cuenta los intereses del Virreinato del Perú y del de Nápoles; los problemas de Castilla y los de Portugal; lo que exigía Flandes y lo que suponía Goa; la inicial administración de Filipinas y las tensiones patentes en Cataluña. A trancas y barrancas se mantendrá hasta la Emancipación Americana.

A partir de ahí comenzó la etapa de economía nacional, cuyo espíritu quizá fuese la frase famosa del ministro de Hacienda del Gobierno de Espartero en 1837, Pío Pita Pizarro: «Hay que explotar la finca cubana», para señalar que España, la situada en la Península Ibérica, por ese espíritu nacional, se aprestaba, como otros países, a explotar la alejada de sus fronteras, a favor de la metrópoli, y no como en la etapa anterior, en la que normalmente en lo económico, Castilla, quizá con Nápoles, eran partes castigadas de aquel conjunto.

Todo este planteamiento nacionalista culmina con el discurso de Cambó en Gijón el 8 de septiembre de 1918, cuando como ministro de jornada había acompañado a Alfonso XIII a las celebraciones del XII Centenario de la Batalla de Covadonga: debía iniciarse una fuerte ofensiva contra los bienes y los servicios extranjeros que se importaban en España; contra los capitales y las empresas extranjeras; y así sucesivamente, hasta estructurar, con la Dictadura de Primo de Rivera y con la II República, como señaló Perpiñá Grau en enero de 1935, en un artículo en el «Weltwirtschaftliches Archiv», un sistema autárquico. Parodiando a Aldo Ferrer, «viviríamos con lo nuestro».

Al dar esto mal resultado para nuestro bienestar surgió un giro radical en 1959 con el Plan de Estabilización, en dirección hacia Europa, desde sus primeros pasos. La Carta de Castiella en 1962; el Tratado Preferencial Ullastres en 1970, y la apertura de negociaciones para una incorporación plena en 1977-1978, fueron los hitos para que, desde el 1 de marzo de 1986 nos convirtiésemos en una economía comunitaria. Serlo es tan heterogéneo respecto a la etapa anterior, de economía nacional, como lo fue la nacional respecto a la imperial.

Apelar a nacionalismos energéticos como señal de patriotismo es tan ridículo como si Pío Pita Pizarro buscase por encima de todo la prosperidad de Cuba a costa de la de Cataluña.

ABC (España)

 



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