La compra de votos ha sido una constante en las elecciones presidenciales de las últimas siete décadas, al igual que los gastos excesivos del PRI y el financiamiento de sus campañas, durante un tiempo por el Gobierno Federal y en la última década por los gobiernos estatales priístas; sin embargo, en las elecciones del 2000 y 2006 a pesar de esas irregularidades, perdió el PRI.

En el 2012 regresa a la Presidencia, no sólo por los mismos pecados que siempre ha cometido, que ya es hora de que sean castigados en forma más drástica por la legislación electoral, sino porque se unieron todos los priístas para llevar a su candidato a la Presidencia. En tanto, los miembros del PAN no se pusieron de acuerdo sobre qué candidato apoyar, ni los asesores de la candidata aprovecharon una aprobación de más del 50% de la población a la actuación del Presidente Felipe Calderón.

El PRD nunca había sacado tantos votos como en las últimas dos elecciones; pero la constante del grupo que rodea al candidato perredista a la presidencia ha sido no aceptar la derrota, ya sea por 244 mil votos en 2006 o por 3.3 millones en 2012.

Los perredistas ganaron la Jefatura del Distrito Federal por un amplio margen, el Gobierno de Morelos y el de Tabasco, y junto con sus aliados se convirtieron en la segunda bancada en la Cámara de Diputados. Si se anulan las elecciones presidenciales, se tendrían que anular también los triunfos en esas entidades y en el Congreso. Por ello, los perredistas que ganaron no apoyan la anulación de las elecciones.

Aunque muchos mexicanos consideran que hubo irregularidades, tampoco quieren que el candidato del PRD, que ha perdido dos veces, continúe otros 6 años recorriendo el país, en una costosa campaña, para presentarse en el 2018 como candidato por tercera vez, aludiendo que las dos veces anteriores le hicieron trampa.