La semana pasada, IFCO Systems, el principal fabricante de pallets de Estados Unidos, filial de una compañía holandesa con presencia también en España, veía cómo sus instalaciones en nada menos que 26 estados y 45 localizaciones distintas recibían la inesperada visita de las autoridades de inmigración.

El resultado de la masiva redada era igualmente espectacular: casi 1.200 emigrantes ilegales arrestados y varios ejecutivos de la compañía con cargos. El mensaje del secretario del Departamento de Seguridad Interior, tanto hacia las empresas que utilizan emigrantes ilegales como a las redes que se lucran con su tráfico, llevaba palabras tan duras como reminiscentes de los viejos tiempos de la lucha contra el crimen organizado y la mafia.

“Enfilamos esas organizaciones, utilizamos inteligencia para delimitar el alcance de la organización, y entonces usamos todas la armas que tenemos -tanto si son leyes criminales como emigratorias- para estar seguros de que caemos tan duro como nos sea posible y podamos romper la columna vertebral de esas organizaciones”, decía el secretario de Seguridad Interior, Michael Chertoff, en un lenguaje que cambiaba el alcohol ilegal de las películas en blanco y negro por las personas ‘ilegales’ que cruzan la ardiente y porosa frontera sur.

Mientras en Houston –ciudad donde están radicadas las oficinas centrales de la compañía y donde más detenciones se practicaron- salían manifestantes a las calles apoyando la iniciativa con pancartas que decían “Texas no es una colonia mexicana”, muchos en ese estado y en todo el país siguen viendo con mucho escepticismo el que la masiva redada tenga continuidad. Empezando por la dramática falta de medios con que afrontar la enormidad del problema.

Actualmente, sólo 325 agentes se dedican a inspeccionar a las empresas en busca de emigrantes ilegales. En todos los Estados Unidos. En el presupuesto para el próximo año hay previstos otros 171 agentes adicionales. En total, 492 para una gigantesca nación de cincuenta estados y una cifra de emigrantes ilegales que no bajaría de los doce millones -y subiendo-, tras más de dos décadas de tolerancia absoluta.

Pero, además, la operación envía otro duro mensaje, éste poco alentador para quienes proponen una expulsión masiva de los emigrantes ilegales hacia sus países de origen. Sólo en Houston, las autoridades federales tuvieron que dejar en libertad a 53 de los 70 trabajadores arrestados en la redada contra IFCO Systems sencillamente porque las autoridades no tenían un lugar donde retenerlos. Si una redada limitada a una empresa satura los centros de detención, una operación de expulsión generalizada se ve, simplemente, como inviable.

De los 1.187 trabajadores ilegales detenidos en la redada, más de 275 habían sido ya deportados a México la semana pasada y el resto esperaban turno, aunque muchos podían ser dejados en libertad bajo fianza. Hay quienes ven en la operación una maquiavélica maniobra de Bush con el fin de poner en claro ‘de qué estamos hablando’ con el último objetivo de suavizar hostilidades hacia su fracasada reforma de conceder ciudadanía a millones de emigrantes ilegales, una reforma que fue derrotada estrepitosamente hace unas pocas semanas en el Senado.

En este sentido se habría enviado un doble mensaje. El primero, hacia las empresas que emplean a emigrantes ilegales o a las organizaciones que trafican con ellos: se inicia una política de dureza e intolerancia hacia quienes empleen a emigrantes ilegales, y esa política se llevará a cabo a pesar de la dramática falta de recursos y del escepticismo con que muchos ven la continuidad de estas acciones.

Pero también se envía otro mensaje al ala dura que presiona hacia una expulsión masiva: sencillamente, es imposible gestionar la devolución a sus países de doce millones de emigrantes con sus familias.

La masiva redada de la semana pasada habría sido, en realidad, una operación muy limitada en su alcance real pero reconvertida en una jugada maestra con destino a derecha y a izquierda, a blandos y a duros, y hacia cualquier otro que desee atar las manos de Bush en un problema que tiene muy pocas salidas viables pero que intenta contentar a todos: regularicemos a los que ya están y pongámonos duros para el futuro, incluyendo en la dureza el hormigón del muro que pronto podría separar a México y a los Estados Unidos.