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27/01/2015 | Espejismos de Oriente: Arabia Saudí, una dictadura protegida

Tomás Alcoverro

Después de las oraciones del pasado viernes, el rey Abbel Azizi Abdallah de Arabia Saudí fue enterrado en Riad. Su sucesión siempre fue objeto de especulaciones, habida cuenta de las divisiones en el ámbito de la familia reinante. Ha sido su hermano Salman, otro de los hijos del fundador de la dinastía, el rey Abdel Aziz ben Saud, quien ha subido al trono del poderoso estado petrolífero, sede además de los dos principales lugares santos del Islam, La Meca y Medina, y uno de los pilares del statu quo en los países del Oriente Medio ahora en peligro.

 

El rey  Abdallah expiró a los  noventa años y el nuevo monarca tiene 79 años. Su príncipe heredero   es  su hermanastro, Makim,  de 69 años. La  gerontocracia  de la  casa  de  los Saud se mantiene  contra  viento  y marea,  pese  a todas  revoluciones  demográficas de un país de  veinte  millones  de habitantes  y centenares de príncipes. Todos  los reyes  del influyente estado árabe, creado  por Ibn Saud, han sido   hijos de  su prolífico fundador.

K Aburish  en  su libro The house of Saud  afirma a raja tabla que sin Occidente no hubiese existido esta  dinastía. Es un hecho histórico que el pacto entre el presidente Roosevelt y el  rey Abdel Aziz el Saud en 1945 -por el que el jefe  del estado norteamericano garantizaba la  defensa, la protección del nuevo reino surgido de la guerra para unificar  las  tribus, de la  conquista de La Meca y Medina  en poder de los hachemitas, a cambio de petróleo a buen precio- continúa en vigor a través de setenta años de conflictos bélicos, revoluciones y golpes  de  estado  en Oriente  Medio.

Arabia Saudí, pese a  sus violaciones flagrantes de derechos  humanos,  a su querencia por  los integrismos  islámicos  que  a veces la desbordan, sigue  siendo la  dictadura protegida por antonomasia. La explotación de su primer pozo de petróleo decidió  una alianza que en muchos aspectos que no atañen a la  realpolitik contra natura.

Ni los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001  perpetrados  por varios  ciudadanos saudíes  fanáticos  pudieron  romperla.

El rey  Abdallah, que  había sido hospitalizado el pasado 31 de diciembre a causa de una neumonía aunque oficialmente accedió al trono en 2005,  ha reinado de hecho desde 1995   debido a la enfermedad de su hermano el rey Fahed, del que fue su príncipe heredero. Ha tenido que gobernar con moderación y cautela, adoptando reformas prudentes para no enfrentarse con los poderosos ulemas ultraconsevadores y no alienarse a los sectores de una población cada vez más joven que aspiran a modernizar su sociedad.

Entre algunas de sus reformas habría que citar la designación de varias mujeres para puestos secundarios gubernamentales, la fundación de una universidad privada para ambos sexos ,la apertura de ferias del libro a escritoras árabes y la difusión por los canales de televisión locales de música prohibida  durante décadas.

Su ministerio del Interior hizo dimitir a mil quinientos  imanes por sus prédicas incendiarias en las mezquitas en las que fomentaban el Jihad o la guerra santa . Arabia Saudí es un poder que desde la guerra de Afganistán financia las corrientes islámicas en muchos países musulmanes. Pero en la constitución de su estado Ibn Saud destruyó a los Hermanos Musulmanes que desafiaban su autoridad. Después de las primaveras árabes, de las que no fue ajeno, el gobierno del rey Abdallah, apoyó el golpe de estado del general El Sissi efectuado ante la amenaza de la Cofradía de apoderarse de Egipto con el presidente Mohnmad Morsi.

Si antes su gran enemigo fue Al Qaeda de Bin Laden, que denunciaba a la Casa de los Saud por su alianza con los EE.UU., ahora lo es también el Califato de Sangre, el Estado Islámico, que en Iraq y en Siria amenazan el statu quo que prevalece en Oriente Medio desde hace un siglo. El rey fallecido ha continuado oprimiendo a su población, encarcelando y azotando a sus mas populares blogueros, impidiendo a sus súbditas conducir automóviles.

Todos necesitan a Arabia Saudí. Los árabes, su mayoria suni en su conflicto armado con los chíies, ayudados por la republica de Irán chií y persa; los occidentales, por su petróleo y por el peso de su influencia regional. Consienten su poder absoluto, su regimen policíaco, su corrupción, porque siguen percatados de que sin su monarquía aumentaría el caos en Oriente Medio.

El nuevo rey debe tener muy en cuenta las guerras de Siria, Iraq y la desintegración del Yemen en el límite de sus fronteras. La dinastía reinante, con un rey, el rey Saud depuesto por la familia en 1969 y exilado en Grecia, y el rey Faisal, asesinado en 1975 por uno de sus sobrinos, tiene que hacer grandes equilibrios, entre la tradición más feroz y la más exigente modernidad para mantenerse en el poder.

La Vanguardia (España)

 



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