El acontecimiento se produjo en plena carrera del Partido Republicano para elegir a su candidato para las próximas elecciones presidenciales. Esta semana ha presentado su candidatura a la presidencia de EE.UU. Mike Pence, el que fuera vicepresidente con Donald Trump, y que no se cansa de repetir su lema: «Soy cristiano, conservador y republicano. En ese orden». La derecha evangélica, uno de los grandes poderes políticos de EE.UU., que tiene en Pence a uno de sus cabezas salientes, debe mucho a Pat Roberts, el ministro baptista, presentador de televisión y candidato a la presidencia en 1988, fallecido este jueves.
Robertson, de 93 años, fue uno de los fundadores de la
Coalición Cristiana, un movimiento político muy influyente que puso todo su
músculo detrás de candidatos conservadores y que tuvo su máxima expresión de
poder en 1994, cuando logró que las dos cámaras del Congreso tuvieran mayoría
republicana, algo que no se había sucedido en décadas.
Ese movimiento político sigue muy vivo en EE.UU. y ha
conseguido victorias importantes en los últimos años. La más importante, el
giro conservador en el Tribunal Supremo durante la presidencia de Donald Trump,
que tuvo la oportunidad de nombrar a tres magistrados. Trump fichó a Pence como
presidente para ganarse la confianza del electorado evangélico, clave en su
victoria electoral de 2016.
Cuando Robertson inició su andadura televisiva en la
pequeña televisión que fundó en 1960, Christian Broadcasting Network, para
muchos líderes protestantes la idea de mezclar religión y política no era
aceptable. Cada una de ellas tenía su espacio. El legado de Robertson es haber
cambiado esa posición y hacer de la derecha evangélica algo convencional.
Cualquiera que haya puesto la radio por las carreteras estadounidenses conoce
la presencia ineludible de predicadores que hablan tanto de fe como de
política.
Robertson (Lexington, Virginia, 1930) nació tanto en la
política como en la religión. Su padre pasó décadas como diputado y senador por
Virginia en Washington y su madre era una ama de casa devota, que le aseguraba
que Dios tenía un plan para él. El plan arrancó torcido: no logró sacar partido
a sus estudios de Derecho, tuvo un paso poco heroico por la guerra de Corea –la
influencia de su padre le evitó ir al combate– y dejó embarazada a su novia
antes de casarse (esto lo ocultó durante décadas). Frecuentaba los clubes de
noches de Nueva York, donde recaló, y dilapidaba el dinero familiar en las
apuestas. Pero, por fin, encontró la llamada de la fe. Lo dejó todo y se ordenó
ministro baptista.
Vivía con su familia en una casa dilapidada del barrio de
Bedford-Stuyvesant, en Brooklyn, cuando encontró la oportunidad de comprar, de
saldo, una cadena de televisión en Virginia. Con ahorros familiares y
contribuciones de seguidores, fundó la Christian Broadcasting Network.
Con el paso de las décadas, convirtió aquella cadena en
un imperio mediático, con presencia en 200 países, programas en 70 idiomas. Fue
pionero del cable y de la tele por satélite y un as en la recaudación de
donaciones por parte de los televidentes.
Tenía una presencia televisiva impecable. Con maneras
suaves y discurso, para muchos, incendiario, se convirtió en una de las voces
más influyentes del conservadurismo en EE.UU.
Carrera política
Intentó el gran salto a la política en 1988, con una
candidatura a la presidencia de EE.UU., tras los ocho años en la Casa Blanca de
Ronald Reagan. Pese a tener una importante maquinaria electoral, la nominación
se la quedó el vicepresidente de Reagan, George H.W. Bush.
Eso no le quitó las ganas de poder político. Su impulso a
la Coalición Cristiana, que llegó a tener cuatro millones de miembros, fue
clave para aquella victoria de los republicanos en el Congreso. A Robertson se
le consideró la persona más influyente en política de la década de 1990, con
gran ascendencia entre los cristianos que se sentían ignorados o maltratados
por las elites, una idea que heredó Trump en su ascenso al poder.
Robertson tuvo que lidiar con muchos escándalos. Sobre
todo los que creaban sus posiciones religiosas, de un fervor que llegaba a la
idea del don de lenguas y de la capacidad curativa, que le llevaron a
frecuentes declaraciones explosivas. Culpó de los atentados del 11-S a los
pecados de EE.UU., a la presencia de ateos, feministas y gays; dijo que el
terremoto de Haití de 2010 fue un castigo de Dios, igual que el huracán
Katrina, que se debió a los defensores del aborto; acusó a los protestantes
liberales de ser el «espíritu del Anticristo»; denunció que el feminismo
llevaba a la brujería; tras la derrota electoral de Trump en 2020, aseguró que
«el propio Dios» intervendría para dar la vuelta a los resultados (luego cambió
de opinión y recomendó a Trump que pasara página).
En 1997, vendió buena parte de su imperio mediático a
Fox, por 1.900 millones de dólares. Dedicó el dinero a ampliar su aparato de
influencia, con una universidad, una facultad de derecho, entidades caritativas
y organizaciones para promover su ideología.
Estuvo delante de la cámara hasta octubre de 2021, cuando
se despidió de 'The 700 Club', el programa del que fue presentador. Tenía
entonces 91 años y seguía siendo, hasta el lecho de muerte, una voz influyente.