“La insurgencia es un actor plural que lo forman todos aquellos que no reconocen a las autoridades y se levantan en armas. Señores de la guerra, narcotraficantes, talibanes, milicianos de Al Qaeda... que combinan agendas religiosas, políticas, económicas y tribales”, destacaba hace unos meses a este medio en una conversación telefónica Javier Jordán, doctor del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada. La nueva estrategia internacional basada en el acercamiento a los elementos menos radicales de esta heterogénea insurgencia, también pasa por extender el frente a Pakistan donde se encontrarían, según las agencias de inteligencia, los auténticos santuarios para los líderes de la lucha contra el Gobierno de Kabul, entre ellos el mismísimo Osama Bin Laden.
"El 5% son irreductibles; el 25% no están seguros de la fuerza de su compromiso con la insurgencia y el 70% están en ello por el dinero", fue el desglose estadístico que realizó el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, ante los aliados de la OTAN en la Unión Europea a comienzos de 2009 donde defendió la necesidad del cambió de táctica porque “no estamos ganando la guerra, la gente está cansada y merece la pena intentarlo.” El responsable de Interior afgano, Mohamed Hanif Atmar, siguió haciendo cálculos y cifró “entre diez mil y quince mil” el número de talibanes que en la actualidad controlarían “diecisiete provincias”, es decir, la mitad del territorio, y que son capaces de actuar cada vez con mayor facilidad en la misma capital, Kabul.
La OTAN no ha aprendido de los errores cometidos por el Ejército Rojo y releyendo los diarios de cronistas soviéticos de la época como Ryom Borovik se percibe que, como en los ochenta, “enviar las tropas fue un error causado poco conocimiento del país y del carácter afgano”. En su libro «La guerra escondida», el periodista ruso recuerda que “si quieres aprender sobre un país extranjero, piérdete en su interior. Pero en Afganistán fuimos incapaces de hacerlo y durante toda la guerra siempre estuvimos separados del país por nuestras gafas antibalas de ocho milímetros de espesor a través de las que veíamos el país asustados desde el interior de los vehículos blindados”. Exactamente igual que en 2010.