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14/10/2009 | Argentina - ´El Paco´, la droga de los pobres

José Vales

Villa 21 es uno de los barrios marginales más grandes de la capital argentina. Hasta aquí se niegan a llegar los taxis y también las ambulancias. Gran parte de la sociedad ni siquiera se anima a husmear en su interior o dice temerle hasta el grado de pedir su erradicación. Para llegar al límite este del barrio, de seis hectáreas, hay que caminar los últimos 300 metros desde la avenida Vélez Sársfield, la que desemboca, cuatro kilómetros al norte, en el Congreso Nacional. Allí, en cuya puerta decenas de argentinos duermen sus miserias cada noche.

 

En la entrada de la Villa 21, un joven de no más de 22 años. No puede responder pregunta alguna. Sus harapos y su mirada ausente nos dicen que lleva meses sin asearse y días, o tal vez semanas, sin saber casi cómo se llama.

Es uno de los más de 130 jóvenes de ese barrio —y 680 en el resto de las zonas marginales de la ciudad en “situación de pasillo”—, una nueva valoración sociológica para determinar a las víctimas del Paco, “la droga de los pobres”, tal vez el único producto surgido de la marginalidad social que comienza a ganar adictos en las capas altas de la sociedad.

Generador de violencia

La 21 está habitada por más de 40 mil personas, la mayoría de origen paraguayo, que cada día luchan por garantizarse los servicios mínimos. En los últimos años, estas calles se vieron atravesadas por la delincuencia y la violencia, con un crecimiento exponencial de armas de fuego.

Juan Florentín, de 56 años, trata de explicar los motivos: “Acá somos todos gente de trabajo o que vive de los planes sociales. Nunca como ahora fue tan peligroso. Te roban o te acuchillan para sacarte dos pesos y comprarse dos dosis de esa mierda….”

“Esa mierda” es el Paco (palabra construida con las primeras dos letras de Pasta de Cocaína), cuyo costo por dosis no supera los 30 centavos de dólar en algunos de los 320 puntos de expendio que existen, según las autoridades, en el sur de la ciudad, incluso en la 21. Para su elaboración no se necesitan laboratorios. Se consigue a través de la maceración de hojas de coca, mezcladas con parafina o solventes. Para aumentar su rendimiento se le suele agregar ácidos convencionales o vidrio molido y se consume vía nasal o en cigarros.

Los efectos son devastadores. Trastornos cerebrales como la inhabilitación permanente de los centros nerviosos, pérdida de reflejos, de motricidad y de memoria, son las patologías más comunes entre los adictos, explica Alicia Romero, de la red Madres Contra el Paco, quien sufrió los efectos de este flagelo en carne propia por la adicción de su hijo y pide al Estado que actúe. “Al menos que termine con la complicidad entre narcos y policías”, acota.

Suelen ser pocos los hábitos de los arrabales adoptados por las clases altas. El Paco podría llegar a ser una excepción, si se toma en cuenta el dramático testimonio de Hugo Ropero, ex jefe de fotografía de Editorial Perfil, en su libro Maldita Droga, donde cuenta cómo cayó y logró recuperarse de la adicción a esa sustancia que “ya se metió en la clase media y en las fiestas de los barrios exclusivos”.

Según un informe de las Naciones Unidas, en Argentina el consumo de este tipo de drogas baratas aumentó más de 200% en los últimos seis años. En lo que a la Villa 21 respecta “ese porcentaje es superior”, sostiene el sacerdote José Di Paola, coordinador del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia.

 

En el pasillo del horror

En el trayecto que se recorre hasta la parroquia Nuestra Señora de Caacupé son varios los menores en “situación de pasillo” a lo largo de la calle Osvaldo Cruz. Abandonados, hacinados, sometidos a una suerte de imparable “favelización”.

En su humilde despacho, custodiado desde las fotos por la Madre Teresa de Calcuta y Antonio El turco Mohamed, el ídolo de sus pasiones futbolísticas, el padre Di Paola sostiene que “la pobreza aquí fue mayor durante la crisis de 2001. Después, todo aminoró pero desde hace año y medio vuelven a notarse los problemas económicos en las familias y el crecimiento en el consumo del Paco”.

El padre Pepe, como se lo conoce desde que llegó al barrio hace 13 años, estuvo al frente de un informe pastoral de los Curas Villleros, en donde se afirmó que en las Villas “la droga está legalizada de hecho”. Justo cuando desde el gobierno se estudia la legalización de la mariguana, el informe causó estupor y Pepe, de 48 años, sufrió reiteradas amenazas de muerte. No sólo su denuncia, sino también la acción de su parroquia a favor de los jóvenes en “situación de pasillo”, lo convirtieron en el blanco de las intimidaciones.

“El desamparo de vivir sin techo, combinado con una evolución muy negativa de la adicción, donde esos chicos no pueden vivir con su familia porque el consumo crónico los torna muy violentos, los lleva a refugiarse en un lugar que sea menos hostil que las calles porteñas. En su condición de consumidores crónicos es acá en las villas donde encuentran mayor solidaridad de los vecinos que en las calles de la ciudad, donde se les trata como irrecuperables”, asegura el sacerdote.

“Nadie, ni la sociedad ni las autoridades, quiere ver el trasfondo del problema. No es sólo un problema de la villa, sino de todos. Pero parece que nadie quisiera verlo. Se está hipotecando el futuro, pero nadie parece advertirlo”, se queja el padre Pepe.

Será por eso que los taxis y las ambulancias se niegan a entrar a la Villa 21 y a otros barrios semejantes. Dicen que por miedo, ya sea a la violencia exponencial o a ver la realidad.

Es como si nadie quisiera mirar por las rendijas de sus propias miserias. Ni siquiera quiere hacerlo el Estado, incapaz de combatir el narcotráfico y la pobreza con sus dantescas consecuencias. Su desesperante falta de reflejos y los serios problemas de motricidad que manifiestan, no parecen distintas a las de uno de los jóvenes “en situación de pasillo”. A tal punto que hace temer que el Paco y sus letales efectos, hayan ya atrapado a las instituciones, hasta dejarlas así, sin capacidad de respuesta.

 

El Universal (Mexico)

 


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