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26/12/2009 | EE.UU. - El Senado estadounidense aprueba la reforma sanitaria de Obama

Anna Grau

La reforma abunda en letra pequeña escrita a medida de tal y cual estado, tejiendo una basta urdimbre de intereses particulares para que salieran los votos.Les ha costado mucho pero lo han logrado. Barack Obama ha conseguido –o, para ser precisos, digamos que ha empezado a conseguir- lo que no logró ni su admirado Roosevelt.

 

A las 7 de la mañana de la vigilia de Navidad el Senado de Estados Unidos aprobó por 60 votos a favor y 39 en contra la reforma de la Sanidad que supuestamente garantiza que antes del final de la década el 94 por ciento de la población tenga cobertura sanitaria. Al fin la tierra de los libres y la casa de los valientes será también el país de los sanos....si antes de lo que se tarda en contarlo no lo estropean entre todos.

En los bancos demócratas todo era subrayar el momento histórico. «Señor presidente, esto es por mi amigo Ted Kennedy: voto sí», fueron las emocionadas palabras de Robert Byrd, el nonagenario senador por West Virginia que fue a votar en silla de ruedas, el antiguo miembro del Ku Klux Klan que es hoy en día fiel servidor de Obama. Su tributo al último de los Kennedy, el eterno defensor de la reforma sanitaria que murió a las puertas de ver realizado su sueño, retumbó profundamente en la cámara. La viuda de Kennedy se encontraba presente y asintió con gravedad.

Un largo y agotador proceso

Otros en cambio casi ponen la nota chusca. Harry Reid, líder de la mayoría demócrata, sembró el desconcierto al decir en principio que votaba que no. ¿Quería gastar una broma pesada o le traicionó el agotamiento de 25 días de forcejeo parlamentario ininterrumpido, con negociaciones y votaciones hasta altas horas de la madrugada? En cualquier caso al final votó que sí.

Reid es, después de Obama, quien más políticamente reforzado sale de este indudable éxito de los demócratas. Otra cosa es si será un éxito táctico o verdaderamente estratégico. Los republicanos, conscientes de que ya no estaba en su mano parar la reforma, cambiaron de tercio: ahora se dedican a fomentar enérgicamente el descontento, insistiendo en las contradicciones y en los fallos del plan.

Que los tiene, y muchos, como es lógico en algo que ha requerido hacer tantísimas concesiones que el resultado es casi un encaje de bolillos. Ahí es nada por ejemplo lo que viene ahora: la conciliación entre el texto recién aprobado por el Senado y el que en su día aprobó la Cámara de Representantes, donde sigue viva la propuesta de un seguro público universal, sacrificado en el Senado para obtener el voto del independiente Joe Lieberman y de los demócratas más de centro.

La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, ya ha advertido que en su «casa» no van a decir que sí a todo lo del Senado y que dejar caer la opción pública exigirá algo a cambio: quizás un incremento de los subsidios públicos para que la gente compre seguros privados. Lo malo de este tipo de apaños es que todo lo que incremente el gasto anunciado -871 millones en una década, una cifra que nadie duda de que ya está bastante idealizada- puede reabrir la caja de los truenos.

Luego está el tema de que la reforma abunda en letra pequeña escrita a medida de tal y cual estado, tejiendo una basta urdimbre de intereses particulares para que salieran los votos. Los republicanos saben esto y van a sacar sin piedad a la luz cada componenda y cada triquiñuela.
 
Con lo cual la reforma es un hecho pero lo más duro quizás está por llegar. Se espera que la Casa Blanca se implique decisivamente en la próxima fase, aunque en estos momentos no es seguro que esté todo a punto antes del discurso sobre el estado de la Unión del presidente Obama que, aunque no tiene fecha fija, se espera que «caiga» entre el 26 de enero y el 2 de febrero.
 
De todos modos esta vigilia de Navidad ha sido un día grande en América, una jornada repleta de conquistas innegables. En lo sucesivo ningún seguro médico podrá negarse a asegurar a una persona que ya está enferma. La idea es que nadie vuelva a quedar dramáticamente desamparado y que los infortunios de salud dejen de ser catástrofes financieras para las familias. No es mucho pedir para la que presume de ser la primera democracia del mundo.

ABC (España)

 


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