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08/08/2010 | EE.UU. - Hillary adelanta a Obama

Anna Grau

Están en el mismo barco, pero da la impresión de que las espadas siguen secretamente en alto. Y la seriedad de Hillary supera al carisma de Obama.

 

Hillary Clinton está de moda. Y está en racha. En estos momentos es más popular que Obama y puede que hasta más feliz. Mientras el presidente pasaba su cumpleaños de rodríguez, con la mujer y la hija pequeña en Marbella y la mayor en un campamento de verano, Hillary casaba a su adorada Chelsea en una boda perfectamente graduada para sellar tanto la intimidad de los novios como la cotización política al alza de La Madre de La Novia, como firmó sus últimas comunicaciones en el Departamento de Estado.

No asiste a la boda de Chelsea quien quiere sino quien puede. Y Barack Obama no estaba invitado. Tampoco el vicepresidente Joe Biden. Solo viejas glorias de la Casa Blanca clintoniana –la ex secretaria de Estado Madeleine Albright y el ex asesor áulico Vernan Jordan– figuraban en una cortísima y selectísima lista de la que se cayeron muchas celebridades que la prensa daba por descontadas. Desde la cantante Barbra Streisand y el cineasta Steven Spielberg, dos artistas de cabecera de los Clinton, hasta la comunicadora televisiva Oprah Winfrey. La verdad es que nadie entiende por qué algunos tabloides habían puesto tantísimo empeño en anunciar que Oprah Winfrey estaría en esta boda. Después de todo a la reina negra de la televisión americana le faltó tiempo en su día para «endorsar» –como dicen aquí– la candidatura de Obama frente a la de Hillary.

¿Pelillos a la mar, ahora que ya están en el mismo barco? No del todo. O quizás no en absoluto. ¿Siguen las espadas secretamente en alto? ¿Pueden los antiguos rivales volver a serlo de aquí a 2012? Para los lectores del lenguaje subliminal de los políticos resulta muy significativo que haya sido Obama, no Hillary, quien haya dado un paso al frente para justificar su ausencia en la boda. «Nadie quiere tener a dos presidentes en un casamiento, con el servicio secreto abriendo los regalos y molestando a los invitados», explicó distendidamente Obama en la televisión.

Pero distensión no siempre es sinónimo de convicción. Porque a estas explicaciones de Obama se les podía oponer una objeción de peso: donde cabe un presidente, ¿no caben dos? ¿Con las mismas molestias, el mismo servicio secreto y el mismo espacio aéreo cerrado sobre el escenario de la boda? Bien que se apañaron para encajar a dos secretarias de Estado, una ex, la otra en activo. Vamos, que no cuela. Que con la boda de su hija Hillary mandó varios mensajes al mundo. Y uno de ellos es que Obama no es amigo de la familia. Es su presidente y es su jefe, pero no es su íntimo. Pleitesías las justas. Que esto no son locas cábalas ni es hilar demasiado fino lo demuestra la discreta proliferación de análisis sobre las posibilidades de que Obama ofrezca a Hillary ser su compañera de ticket, su candidata a vicepresidenta, para las elecciones de 2012. Sólo así se garantiza tenerla al lado y no enfrente, sugieren algunos que no descartan que la actual secretaria de Estado rehúse agotar la actual legislatura ocupando este cargo.

¿Presidenta a los 70 años? ¿Se reserva Hillary porque mantiene vivas sus ambiciones presidenciales, esas que se truncaron por los pecados originales de su marido, el feroz degüello de algunos medios de comunicación y, sobre todo, sobre todo, la irresistible y mágica emergencia de un ignoto senador negro por Illinois? Hillary tendrá 65 años en 2012, que es lo más pronto que podría atreverse a ser de nuevo candidata, si las elecciones del próximo mes de noviembre van lo suficientemente mal para los demócratas y para Barack Obama. Si Obama en cambio resiste y Hillary decide esperar los ocho años que dura una presidencia natural, su próxima campaña de ir a por todas la pillaría frisando en los 70.

¿Es eso verosímil? Sí, por qué no. De hecho en alta política lo raro es alcanzar el poder a edades tan tiernas como la de Obama o el mismo Bill Clinton. Hillary parece que está en forma, parece incluso que ha hecho las paces con su imagen física –con la que estuvo tan en guerra durante toda su juventud- y además la edad avanzada puede ser incluso un arma secreta. Puede ser el arma para aquella que finalmente logre ser la primera presidenta de los Estados Unidos. Será más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja que hacer entrar a un rico en el reino de los cielos… de momento lo que se ha demostrado es que es más fácil llegar a la Casa Blanca siendo negro, pero hombre, que blanca pero mujer.

Con el presidente Obama cayeron las barreras raciales pero las de género siguen intactas y esperando. En política se da además un mecanismo curioso. La belleza y el atractivo físico de una candidata, las manifestaciones más plásticas y sugerentes de su feminidad, ayudan a llamar la atención –ayudaron a Sarah Palin– pero no ayudan a ser tomada en consideración ni en serio. Lo que para una actriz de cine es un atributo de éxito para una aspirante a presidenta puede ser un talón de Aquiles. Un elemento de disonancia e inquietud para demasiados votantes.

En ese sentido, a Hillary podría venirle bien volver a dar la cara en las urnas ya revestida de una gravitas de matrona de serenísima aparencia asexuada, como la que en su día consiguió proyectar Eleanor Roosevelt. Se trata de parecer la madre y no la novia –ni la hermana gafapasta, quizás demasiado empollona y lista– de América. Además, con un poco de suerte, la gravitas se le pega hasta a Bill Clinton y la gente le empieza a ver menos como un golfo impenitente y más como un abuelo al que se le cae la baba con los nietos.

Muchos pecados y mucho rencor pudieron quedar purgados con el humillante revolcón que Hillary se llevó en 2008 ante el clamorosamente inexperto y desconocido Obama. Por supuesto, quedan irreductibles que siguen oliendo a azufre por allí por donde pasa un Clinton. Pero mucho votante normal podría volver ahora a esta Hillary renacida de las cenizas de su decepción. Y renacida con elegancia. Puro material ignífugo Si la incombustibilidad es un mérito en política, Hillary es puro material ignífugo. ¿Quién habría podido culparla por desesperarse y tirar la toalla? En lugar de eso hizo en la convención demócrata de 2008 –la que había de entronizar a Obama como candidato– uno de los discursos más graciosos y generosos que se le recuerdan («no how, no way, no McCain!»).

Y supo salir al escenario en el momento justo para parar el recuento de votos y pedir a todos los que la apoyaban a ella que hicieran piña con Obama. Era como si, liberada de la vertiginosa carga de hacerse comprender y querer, del horror al escrutinio y al malentendido que la han perseguido desde que puso un pie en la res pública, emergiera una Hillary mucho más para todos los públicos, mucho más llevadera y hasta carismática. Se había llegado a barajar muy brevemente la posibilidad de que fuera de número dos de Obama, pero aquello entonces no cuajó. No queda claro quién de los dos tenía más miedo del experimento. Obama buscó respetabilidad y experiencia en alguien con menos posibilidades de hacerle sombra, Joe Biden.

Y la incógnita del misterio del futuro de Hillary se despejó cuando le fue ofrecida la Secretaría de Estado. Era sin duda un buen «shot», como se dice en América. Hillary podía aportar su sapiencia y su experiencia en el ámbito donde claramente Obama estaba más verde, la política internacional. Para ella era un cargo enormemente gratificante, el premio de consolación más digno. Aún así Hillary se lo pensó. Estuvo a punto de decir que no y simplemente volver al Senado. Este fue el primer indicio de que ella podía haber cedido ante Obama pero sin rendirse con armas y bagajes frente a él. Ella seguía considerando sus opciones. Con visión de futuro muy a largo plazo.

Secretaria de Estado

En la Secretaría de Estado, Hillary Clinton ha hecho en general un buen trabajo, lo cual no era demasiado difícil considerando el desastre de relaciones públicas internacionales en que se convirtió la recta final de la era Bush. Ciertamente el encanto de Obama no lo compensa todo. Por ejemplo, los bandazos militares y políticos en el seno del Pentágono, el agujero negro de proporciones dramáticas que es en estos momentos la inteligencia norteamericana y lo difícil que es marcar paquete frente a China o frente a Irán cuando en la práctica se carece de presupuesto para afrontar más guerras o más posiciones de fuerza.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, a Hillary Clinton no le ha ido mal como secretaria de Estado. Aún teniendo que hacer frente a uno de los escenarios más críticos que se recuerdan en Oriente Medio y a la preocupante escalada de la amenaza nuclear, ella ha sabido dar una imagen de secretaria de Estado hiperactiva, trabajando mucho por debajo del radar y a la vez con creciente autoridad y prestigio. Hasta ha vuelto a poner en juego, ocasionalmente, el famoso «dos (presidentes) por el precio de uno» de sus primeros tiempos en la Casa Blanca.

Esta vez el secretario de Estado de propina era Bill Clinton, quien, por ejemplo, protagonizó el emocionante rescate de las periodistas norteamericanas de Current TV, la cadena de televisión de Al Gore, detenidas por entrar ilegalmente en Corea del Norte y condenadas a varios años de trabajos forzados. Bill Clinton se las trajo a casa en su avión en un alarde de diplomacia paralela y absolutamente glamurosa, sin vínculos oficiales con la Casa Blanca. Dando a entender que donde no llega Obama, puede llegar un Clinton.

Hillary también ha sabido mantenerse al margen de casi todos los asuntos que han desgastado al presidente, sea la crisis económica, sea el vertido de crudo del Golfo de México, sean las vergüenzas de la guerra de Afganistán o la reforma sanitaria. Este último asunto es sin duda el mayor éxito puro que esta presidencia puede blandir frente a la de los Clinton, cuyo fracaso sanitario fue una humillación muy concreta para la propia Hillary. Tanto la estigmatizó aquello que no son pocos los demócratas que creen que con ella en la Casa Blanca nunca se habría logrado la reforma que, mal que bien, ha logrado Barack Obama. Y que él mismo se ha guardado como una cantimplora enterrada en el desierto: la gente empezará a notar los beneficios de la ley justo cuando se acerque el momento de ir a votar la reelección presidencial.

¿Es esa la estrategia? ¿Acumular todas las medidas impopulares e indeseables en el primer rellano de su mandato para, a partir de ahí, poder volverse a dedicar en cuerpo y alma a ganar las elecciones? ¿Veremos un Obama espectacularmente recauchutado y fortalecido de aquí a 2012? Pero primero tiene que pasar el Rubicón de este noviembre armado con poco más que su puro y duro carisma. El problema del carisma es que, como todo lo que crea adicción, aburre rápido. El presidente de los Estados Unidos sigue siendo un orador inteligente y encantador, una estrella del rock del cambio, un emocionante monumento a la igualdad racial, etc. El problema ahora es que todo eso empieza a estar muy visto y no ayuda a llegar a final de mes. Aún así, muy claramente deteriorado tendría que estar Obama para que una batalla campal de Hillary contra él en 2012 no sea un riesgo casi suicida para los demócratas. Es posible que la revancha de Hillary tenga que esperar. Hasta cuándo y desde dónde, eso es lo que a todos nos gustaría saber.

ABC (España)

 


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