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14/02/2010 | La extraña relación Cuba - Haití - Lejanas islas vecinas

Fernando García

El contraste entre el Haití agónico aunque 'conectado' y la Cuba de pobreza socializada cuestiona la idea de la globalización | En la capital de Haití se ven productos que no se hallan en La Habana, pero falta todo lo fundamental.

 

Un joven haitiano vigila los teléfonos móviles que -batería mediante- carga por un módico precio a la puerta de su chabola en un campo de refugiados de Puerto Príncipe; a su lado, dos chavales casi llegan a las manos en su disputa por un puesto en la cola de distribución de comida. A esa hora y a unos pocos cientos de kilómetros, un cubano sueña con que su novia le regale un "celular" el día de los Enamorados mientras espera turno en la "bodega" de su barrio para recoger los huevos y el aceite que le tocan por la libreta.

Los negocios de carga de móviles o de grabación de DVD en el Haití arruinado llaman la atención a cualquier extranjero, pero al que viene de Cuba lo dejan patidifuso, le hacen pensar, y le invitan a comparar; o, como la comparación es imposible, a sacar la cuenta de los contrastes entre dos países del tercer mundo situados a sólo 80 kilómetros el uno del otro, con poblaciones y tasas de emigración similares, pero a distancias siderales en cuestión de desarrollo, de consumo y de peso del Estado.

Lo primero, la comida. Es la preocupación número uno en Haití y, sin embargo, numerosos puestos de fruta y verdura se apiñan en las calles del centro de Puerto Príncipe desde pocos días después de la tragedia. Claro que casi nadie tiene dinero para adquirir esos y otros productos, pero ahí están. También aparecen bien surtidos los supermercados que se tienen en pie y han podido abrir, aunque ahí los precios son obscenos y del todo inasequibles salvo para el 5% de población que concentra el poder y el capital de la nación.

Desde la perspectiva del residente en Cuba, la inmediatez y relativa abundancia de la oferta comercial que uno ve en las calles de Haití son una sorpresa enorme, por mucho que su impacto sea mínimo y por muy previsible que eso resulte, al fin y al cabo, en un país sin trabas para importar y pegado geográficamente a otro Estado capitalista.

Cuba es menos pobre que Haití y, además, el embargo de EE. UU. no incluye los alimentos y productos agrarios. Pero en las tiendas de La Habana cuesta encontrar unas cuantas cosas que sí hay en el Puerto Príncipe devastado, ayuda humanitaria aparte: desde algunas verduras y leche líquida variada hasta detergente y papel higiénico de calidad, pasando por galletitas y chucherías de todo tipo. En cambio, los alimentos esenciales incluidos en la "canasta básica" de la libreta cubana - aquellos que los haitianos reciben estos días sólo a veces y si aguardan horas de cola-son perfectamente accesibles y casi gratuitos para todos los habitantes de la mayor de las Antillas aunque no les alcancen para cubrir todo el mes.

En la capital de Haití, los teléfonos móviles se venden por 15 a 20 dólares, tanto en establecimientos como en aceras y calzadas del centro. A trancas y barrancas, la red empezó a funcionar días después del cataclismo, lo mismo que internet. Salta a la vista que la proporción de usuarios de celular en Puerto Príncipe supera con mucho la de los habaneros incluso después de un terremoto. La relación de un país a otro en cuanto al acceso a internet - ya medida con precisión-es de más de seis a uno.

Pero las diferencias a favor de Cuba son abismales en lo que más importa: la sanidad y la educación. El salto es tan grande que el habitante en esa isla puede casi olvidar - relativizar, seguro que sí-el deterioro que ambas prestaciones vienen acusando de unos años a esta parte en la isla socialista.

Cuba y Haití ocupan respectivamente las franjas más alta y más baja del desarrollo humano en América y, dentro de algunos parámetros, en todo Occidente. Los datos de los últimos años son apabullantes. Como elocuente es hoy, en el Haití más herido que nunca, la labor que los médicos cubanos desarrollan allí: los 300 que estaban antes del seísmo y los 400 que se les han sumado ahora, además de otros tantos doctores haitianos formados en la isla.

La clave del abismo entre los dos países no está sólo en sus regímenes políticos y económicos; ni en el hecho de que uno mantenga desigualdades de la era colonial mientras el otro, aun con disparidades crecientes, padece un igualitarismo enfermizo que ya el Gobierno combate; el quid está además en el tamaño del Estado, omnipresente en Cuba y casi ausente en Haití. El peso de la máquina estatal, tan leve en el país derruido, se nota y se agradece mucho en una catástrofe.

A los cubanos les sobra Estado y les falta mucho. A los haitianos les sobra desgracia y les falta todo. ¿Globalización? En esta pequeña porción del mundo que es el Caribe, no tanta.

La Vanguardia (España)

 


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