José Antonio, Celestino y Lázaro Rubén tenían montado en La Habana, dentro de sus casas, un lucrativo negocio de fabricación artesanal de antenas parabólicas, distribución de descodificadores y recarga de tarjetas para recepción de señales de televisión por satélite. La policía los detuvo sin contemplaciones. Lo que en otro país les habría costado una multa, aquí puede llevarles a prisión por tres años: Cuba es un país metido de lleno en una guerra que no se libra con armas convencionales, sino con otras mucho más sutiles, entre las que las ondas de los satélites ocupan un lugar destacado.

Tres meses después de conocerse el caso de estos tres habaneros a los que los medios oficiales citaron por sus nombres - aunque sin apellidos-, las autoridades han informado de cinco nuevas redadas; esta vez con al menos una docena de detenidos que se exponen no ya a tres, sino a un máximo de ocho años de prisión por los delitos de actividades económicas ilícitas (hasta tres años) y receptación (hasta cinco años).

Los involucrados en las dos principales batidas, anunciadas el sábado y bautizadas como casos Aguilera y Miami II, se dedicaban a distribuir masivamente tarjetas de Direct TV que compraban en Estados Unidos y vendían ilegalmente en Cuba por el equivalente a unos 200 euros. También ofrecían un servicio de recarga de las tarjetas para asegurar la continuidad en la captación de la señal.

En las otras tres redadas se requisaron tres receptores, cinco antenas parabólicas, 43 amplificadores, un ordenador, cinco conversores, tres tarjetas, 157 aparatos para multiplicar la señal..., y sobre todo cable, que no en vano es el elemento que en la calle da nombre a la tele pirata: "el cable". Porque una de las características del micropaisaje urbano de la capital cubana es la omnipresencia de esta especie de hiedra de cobre que sube, baja y da vueltas por fachadas, cornisas y corredores; que conecta pisos, casas y edificios.

Son principalmente cables de la luz, pero también cables de televisión ilegal que la policía y los técnicos de la empresa estatal correspondiente persiguen con frecuencia por escaleras y apartamentos hasta dar con la conexión a la antena; con el medio y la prueba definitiva del delito vía satélite.

La guerra de las antenas se refleja fielmente en la cotidiana guerra de la información en torno a Cuba, donde no valen matices. "Estos individuos - los detenidos- contribuyen a llevar a cabo el programa de la Comisión Bush para destruir la revolución cubana", decía el diario oficial Granma.

Según este rotativo, Washington desembolsa cuantiosas sumas para hacer llegar a Cuba las más de 2.300 horas de radio y televisión contrarrevolucionaria que cada semana se emiten por 30 frecuencias distintas, "algunas pertenecientes al propio Gobierno estadounidense y otras a organizaciones y grupos vinculados con elementos terroristas". La finalidad primera de los piratas sería, no obstante, "llenar sus bolsillos de manera ilícita". Una visión muy diferente de la expuesta en medios como el periódico digital Bitácora Cubana,donde los detenidos aparecen como "héroes y heroínas que pugnan por que los televisores cubanos reciban mensajes ajenos a una cotidianidad de tintes grises".