En su día McCain ya fue sospechoso de ser un conservador «flojo». Pero ha endurecido mucho su discurso particularmente sobre inmigración, al darse cuenta de que su nominación peligraba ante la candidatura de John David Hayworth, un excongresista y periodista radiofónico de 52 años (a falta de liderazgos políticos, en la familia republicana se están imponiendo los mediáticos), que parecía contar con los apoyos del temido Tea Party.
Este movimiento de protesta contra las nuevas imposiciones fiscales que planea Obama está alcanzando un gran auge y tiene una de sus principales estrellas precisamente en Sarah Palin, la antigua compañera de fórmula electoral de McCain. Quien a pesar de las cacareadas diferencias entre ellos incluso antes de la derrota no ha vacilado en volar a su lado y darle apoyo. En cambio para sucederla en el gobierno de Alaska Palin ha apoyado al hombre del Tea Party, el fiscal Joe Miller, frente a la senadora republicana Lisa Murkowski. Miller podría ser el único outsider que saliera a flote en estas elecciones.
Nada nuevo
Las últimas encuestas a pie de urna mostraban a un McCain imponiéndose por amplio margen a su rival. Y dejaban en evidencia que el Tea Party aprieta pero no ahoga: sus candidatos, más que desplazar a los de toda la vida, lo que hacen es obligar a estos a desplazarse a la derecha.
Los distintos espontáneos también lo son tirando de fortuna personal. En Florida un magnate del sector inmobiliario que se hizo multimillonario apostando su dinero al hundimiento de las hipotecas en todo el país, Jeff Greene, logró poner contra las cuerdas al candidato demócrata oficial al Senado, Kendrick Meek. Greene se ha gastado cerca de 30 millones de dólares de su bolsillo frente a los 4,7 millones que lleva gastados Meek. A pesar de lo cual se llevaba el gato al agua al cierre de esta edición, con 489.384 votos escrutados. El candidato oficial se imponía con un 54,55 de los sufragios frente al 32,80 por ciento de su más destacado rival. La buena noticia es que los cargos públicos no se compran con dinero. Y la peor es que para conseguirlos vale todo, incluidos los peores ataques e insultos.